Neuroderechos: si no los protegemos, no existen
Sí a los avances de la ciencia y la tecnología, pero sin invadir nuestra intimidad
¿A alguien le gustaría que su vecino, su empresa o su Gobierno le leyera la mente? Obviamente, no. No queremos abrir la puerta de par en par a nuestra actividad más privada, la neuronal. Y como El Gran Hermano de George Orwell, elevado a su máxima expresión –el Ministerio del Amor, la Policía del Pensamiento— es cada vez menos la visión que fue en 1948 y cada vez más una realidad, es fácil estar de acuerdo en que proteger esta intimidad última, la de los pensamientos, debería ser un derecho para todos los seres humanos.
Hoy por hoy no estamos hablando de que nos lean la mente en sentido estricto. Pero empresas e investigadores ya trabajan en la conexión del cerebro con dispositivos externos y realizan pruebas para vincular de manera precisa los impulsos neuronales con prótesis inteligentes. Facebook ya anunció que está desarrollando una aplicación que puede analizar conceptos o palabras que estás pensando y traducirlo a través de un ordenador. Y Neuralink, el proyecto del emprendedor y visionario Elon Musk, ya busca implantar chips en cerebros a partir del año que viene para monitorizar su actividad.
Pensemos también en las inmensas posibilidades que se abren para abordar enfermedades neurodegenerativas como el párkinson, el alzheimer y las distintas demencias, o los trastornos depresivos.
En todo caso, como decíamos, ya no estamos hablando de ciencia ficción, sino de una realidad múltiple. La neurotecnología avanza a pasos agigantados y su alcance es palpable en muchos ámbitos. Según explicó Rafael Yuste, el neurocientífico y profesor en la Universidad de Columbia que está abriendo el debate a nivel mundial, la disciplina tiene interés desde el prisma “científico, clínico y económico”.
Los dos primeros son entendidos dentro de la investigación y el cuidado a las personas, por lo que los datos de lecturas neurológicas se entienden protegidos por los derechos a la privacidad del paciente. El tercero, el de la economía, pone sobre el tablero numerosos intereses privados que, en muchas ocasiones, mirarán primero por sus propios asuntos antes que por unos derechos que hoy en día no están aún sobre el papel.
Pero sí se han abierto paso en el debate público, y su protección es algo que ya no parece descabellado. Los neuroderechos forman parte de los derechos de cuarta generación y tienen que ver con bienes jurídicos a los que afecta la inteligencia artificial, la genética, la bioingeniería… Todo el conjunto de neurociencias. En concreto, se busca preservar la privacidad mental y el derecho a la intimidad de las personas.
El territorio es muy amplio, pues, y hay que observar todas las posibilidades, más allá de las ya mencionadas. ¿Qué ocurrirá, por ejemplo, cuando las tecnologías se desarrollen lo suficiente como para realizar evaluaciones que no tengan que ver con la salud, sino con el ocio? Por ejemplo, a través de un casco de realidad virtual que puede estar en nuestras casas en la próxima década. Pensemos también en empresas que hagan escáneres neuronales para asesorar a la gente sobre cómo mejorar sus capacidades y habilidades sociales con los datos en la mano.
No quiero ir más allá en la especulación ni las posibilidades, pero el desarrollo de estas técnicas es evidente y no podemos caer tampoco en la ingenuidad. El ejemplo de la inteligencia artificial y la protección de datos pueden servirnos como punto de partida. No nos podemos permitir ir a rebufo de la realidad cuando los peligros o los efectos nocivos de las nuevas técnicas ya se han hecho patentes.
Es importante que la Unión Europea se plantee el debate, como ya lo han hecho algunos países. Chile es un ejemplo. Europa debe entender que tiene una gran oportunidad si lidera estándares de protección de estos derechos. También es la ocasión de crear un sector fuerte que no deje de lado la innovación. Como ponente en el nuevo reglamento de Inteligencia Artificial, lucharé para que ambos ámbitos, el de los derechos y el del desarrollo tecnológico, queden recogidos en el texto de forma explícita.
Levantar la bandera de la protección de los neuroderechos puede servir para que nos adelantemos a los acontecimientos. Para avanzar en la dirección de fortalecer nuestro derecho a la intimidad y a lo más privado que tenemos: nuestros pensamientos.