Nessie está triste
Tiempo ha, el mundo (el de verdad, no el de papel) sabía cerrar por vacaciones.
Agosto ya no es lo que era.
Tiempo ha, el mundo (el de verdad, no el de papel) sabía cerrar por vacaciones. Ni políticos, ni terroristas ni dictadores renunciaban a las sardinadas y las siestas largas.
Igual de amodorrada, la naturaleza decretaba calma chicha, y a los veraneantes no les quedaba otra que imaginar cómo sería la gota fría que arrasaría el pueblito costero cuando a ellos ya se les fuera borrando el bronceado.
Hasta tal punto, que los becarios de El Mundo (el de papel, no el otro) y demás diarios, terminaban por tirar del teletipo que anunciaba un nuevo avistamiento del monstruo del lago Ness, y el dinosaurio de agua dulce (aunque barrunto que es el whisky que pierden las destilerías lo que lo mantiene vivo) ocupaba las portadas entre fiestas patronales y torneos veraniegos, lo que llenaba al animalito de orgullo y satisfacción ante el deber cumplido de entretener al personal que cerveceaba en el chiringuito.
La sequía (de noticias, no la de agua) pasó a la historia, y ahora toca pasar las vacaciones en vilo, esperando la llegada del periódico para que la mano que sujeta el churro tiemble cada mañana. Las de este 2021 han vivido en directo la caída de Afganistán en poder de los talibanes y han anticipado el horror que se instala en aquel rincón del mundo que ahora, tras veinte años de guerra, no nos importa, por lo visto, ni un pimiento.
Bastante drama tenemos con el precio de la electricidad. Ni me atrevo a imaginar cuántas pequeñas empresas serán enterradas con un recibo de la luz por lápida, ni cuántos hogares han cambiado el aire acondicionado por un abanico.
Yo estoy a punto de ofrecer a mis comensales románticas cenas a la luz de las velas, cocinadas “al romance” (gracias, Cunqueiro) con la trémula llama del mechero.
Tampoco es que la naturaleza se haya relajado mucho durante el estío. Abrió el baile con la ola de calor que arrasó el oeste de Canadá: cincuenta grados en lugares donde, tradicionalmente, la moda de verano se cose con franela. Sin solución de continuidad (ya no hay distancias) ardieron Turquía, Grecia y la provincia de Ávila. Y no tranquiliza mucho saber que el aumento de temperaturas y la sequía (de agua, no la otra) van a hacer de los incendios una catástrofe aún más destructiva y cotidiana.
Puede que algún gerifalte de empresa eléctrica se plantee denunciar al fuego por competencia desleal
Aunque este agosto de 2021 ha sido dichoso para los que aman el riesgo. No han necesitado transitar por abismos, ascender paredes verticales, cabalgar el dragón de las olas o entregarse al parapente.
Les ha bastado con alquilar un apartamento en la costa.
A cambio del arriendo, habrán podido disfrutar de las orcas que en Barbate atacaban a las embarcaciones sin distinguir entre lujosos yates o humildes pesqueros de costa.
O de monstruosas medusas como el alien de Ridley Scott, doce metros de tentáculo y cuarenta y cinco kilos, que aparcaron en Motril.
O el tiburón que logró lo que muchos turistas no consiguen en un mes: nadar en la playa de Benidorm. Si salió vivo de allí es porque no intentó plantar sombrilla y toalla en la arena.
Menos suerte han tenido los escualos que han sido hallados muertos por estocadas de pez espada, sin que los ictiólogos hayan podido esclarecer si semejante ola de crímenes se debe al cambio climático, que da al traste con las buenas costumbres animales, o a malos encuentros en el frenesí del asalto a los bancos (de peces, no de encorbatados tiburones).
Para los amantes del cine de catástrofes, la difusión de la existencia de una falla en el mar de Alborán, capaz de provocar un tsunami que, en cualquier momento (lo que significa esta tarde o dentro de treinta mil años), arrasará la costa almeriense, la granadina y la malagueña, ha llenado su vida de emoción y de miradas disimuladas al mar, a ver si se atisbaba en el azul a la madre de todas las olas.
Mi corresponsal en la Costa del sol me dice que una conocida suya suspendió sus vacaciones, agobiada por la posibilidad de que el mar alcanzara el segundo piso en que intentaba descansar.
En cualquier caso, el tsunami llegará tarde para los millones de peces que se han asfixiado en el Mar Menor, haciendo caso, los muy canallas, a los agoreros que por décadas han avisado de lo inconveniente de la agricultura sin control de buenas prácticas, el urbanismo desbocado y el beneficio fácil a costa de la costa.
Ahora, los sordos de toda la vida reclaman soluciones rápidas, mientras los veraneantes han huído del cementerio de animales que antes fue playa.
Puede que por fin hagamos un poquito de caso a los ecologistas. Ya se sabe que el hueso que más nos duele es la cartera.
Por cierto, ya ha empezado en el Caribe la temporada de huracanes, que, como las navidades de El Corte Inglés, cada año llega antes. Aterrada, Nueva Orleans rememora la noche en que Katrina puso todas las alubias del gumbo en remojo.
El que no se recuperará del disgusto es Nessie, preterido por las desdichas que nuestra inconsciencia de depredador idiota perpetra de continuo. Triste al comprobar que hoy tampoco sale en la prensa, se retirará al desagüe de la destilería Tomatin a mitigar su pena.
Supongo que le consolará saber que, al menos, su lago no está en un país islámico.