Necesidad y elogio de la blasfemia
Que estamos hasta el orto de que tanto los fachas de un lado como los del otro estén todo el día confundiendo sus mierdas con el Estado de derecho.
Lo ocurrido esta semana alrededor del cartel del concierto de Zahara y la petición a Vox en grito de su retirada apunta de nuevo a una conclusión que hemos defendido en repetidas ocasiones: mecagoendios hay que decirlo más. Es evidente que todavía hay una parte de la población que no está habituada a que se trate a los personajes ficticios en los que creen con la banalidad con la que se trata a cualquier otro personaje de ficción. Lo poco acostumbrados que están a que la gente no dé un trato preferente a lo que ellos sí dan provoca esas pataletas que nos resultan completamente incomprensibles a los que llevamos toda nuestra puñetera vida oyendo como quien oye llover cómo la peña se mofa de nuestras creencias más arraigadas.
Los que fuimos educados en el franquismo sentimos una extraña inquietud la primera vez que vimos besarse eróticamente en público a dos personas del mismo sexo. La segunda vez la desazón se redujo a la décima parte. La tercera vez nos llamó más la atención un coche que pasaba por ahí. Y a partir de entonces ya nos resulta sencillamente indiferente. Este proceso de habituación, cuando se refiere a valores saludables para una sociedad democrática como son la aceptación de todas las orientaciones sexuales o el ateísmo, se llama “educación”, y ha de ser promovido en la medida de lo posible por las instituciones públicas.
Así que, por pura responsabilidad social, me atrevo a pedir a quien corresponda que promueva el uso frecuente y cotidiano de la blasfemia. Que los presentadores de los telediarios no digan “se avecina una fortísima ola de calor” sino “viene una ola de calor que se va a cagar la Virgen”. Que cada penalti fallado sea apuntillado por el comentarista deportivo con un “me cago en dios” final. Así como hay políticas de discriminación positiva que buscan acabar con privilegios y normalizar la diversidad de creencias, propongo que se subvencionen películas, canciones, novelas en donde se blasfeme con asiduidad contra todas las religiones. Que el cartel de Zahara, convertido en bandera, ondee en cada fachada de cada ayuntamiento. ¿Que no me atrevería a pedir esto en un pais islámico? Pues claro que no. Más a mi favor, ¿no?
Serían unas meras medidas pasajeras, que quedarían derogadas en cuanto los señoritos empiecen a reaccionar ante las mofas a sus creencias como hemos reaccionado los demás durante siglos cuando ellos se mofaban de las nuestras. Ante una ofensa lo primero que hay que decidir es si el ofendido está siendo objeto de un ataque real y material que le lesiona personalmente. Si la respuesta es positiva, se deberá interrumpir y penar la ofensa. Pero si la respuesta es negativa, si la ofensa responde más a la hipersensibilidad y la mala educación de la autoproclamada víctima, entonces se deberá ofenderle diez, cien, mil veces más, hasta que se habitúe a vivir en el mundo real. Que estamos hasta el orto de que tanto los fachas de un lado como los del otro estén todo el día confundiendo sus mierdas con el Estado de derecho. Hostia puta ya.