Nazionalistas
La verdadera patria de un nazionalista es su ideología, no su patria.
Las palabras son paquetes que contienen múltiples significados y algunas, los ideoléxicos, piensan por nosotros cuando estamos distraídos. Por ejemplo, a lo largo de la historia moderna la palabra nacionalismo ha significado al menos dos cosas perfectamente opuestas, dependiendo de si hablamos del nacionalismo de un país que mantiene colonias subyugadas, legal o económicamente, o del nacionalismo de aquellas colonias y de aquellos países acosados (generalmente en nombre de la libertad) que luchan por reivindicar sus derechos y su valor como pueblo, como seres humanos libres y dignos de respeto y orgullosos de su propia belleza.
El primero es un nacionalismo tribal, étnico y con frecuencia racista. Es un instrumento de opresión y deshumanización que se considera, por su raza o por su cultura, superior al resto y con derechos especiales de oprimir, de imponer sus criterios, sus intereses y sus formas de vida. El segundo es un instrumento de lucha contra la arbitrariedad de ese mismo poder y de esa misma ignorancia. Es un instrumento simbólico, político y psicológico de resistencia que lucha por reivindicar su igualdad humana ante las otras naciones. Es un instrumento de liberación.
Otra precisión necesaria se refiere al campo semántico del primero, del nazionalismo. Sus fronteras semánticas ni siquiera coinciden con las fronteras físicas de la nación que representan cuando ondean la bandera de su país. Esto queda cuantitativamente demostrado cuando consideramos el cúmulo de discusiones, furias, insultos y amenazas que motivan a un nazionalista, no contra otras naciones sino contra sus adversarios nacionales.
Para un nacionalista exacerbado no hay nada mejor que otro nacionalista exacerbado, aunque sea un nacionalista de otra nación. Los verdaderos enemigos de los nazionalistas son sus propios compatriotas que piensan diferente, sobre todo todos aquellos que tienen el valor de realizar una crítica profunda, incómoda, inconveniente, ese servicio supremo que alguien puede hacerle a un país y que los nacionalistas exacerbados llaman traición a la patria. La verdadera patria de un nacionalista exacerbado, de un patriota rabioso es su ideología, no su patria. Un nazionalista está incapacitado para entender que ningún país del mundo le pertenece ni tiene derechos civiles especiales por encima de cualquier otro ciudadano de su país. Ni tiene derechos humanos especiales por encima de cualquier otro ciudadano de cualquier otro país.
Para un nacionalista exacerbado, solo las verdades dulces son patriotas, las verdades que pintan a sus héroes recién afeitados y montando un caballo blanco. Cuando no hay verdades que adulan, lo mismo da una buena mentira. Como el nacionalismo es una secta, creer es una obligación y cualquier cuestionamiento una grave traición. Las verdades amargas, las verdades más necesarias, aquellas que nadie quiere escuchar porque remueve los crímenes propios, son consideradas traiciones a la patria. Si el país Z acosa, arruina o invade el país X (naturalmente, Z es una potencia y X es un país pequeño y pobre, nunca al revés) y alguien en el país Z levanta la voz para defender los derechos y la dignidad del país X, el nazionalista saltará como un resorte con su previsible pregunta en forma de respuesta: “¿Y por qué no te vas a vivir a X?”. Siempre es dulce, conmovedor y un acto heroico defender la razón del más fuerte. (Sobre todo si es un nuevo ciudadano del ganador Z, porque estos nacionalistas necesitan ser un doscientos por ciento nacionalistas Z para sentirse un verdadero Z.)
Para este tipo de nacionalistas no hay servicio mayor a la patria que ir a una guerra, sin importar si es una guerra justa o una guerra criminal, sobre todo si alguien más va a la guerra por ellos. Las guerras hacen mucho ruido y nadie escucha. Cuando no hay guerras o no hay invasiones a algún país lejano, cuando las bombas y sus víctimas se han callado y algunos pueden volver escuchar, la guerra continua fronteras adentro contra aquellos que se atreven a desenterrar uno o dos muertos incómodos. Pero ¿qué servicio mayor puede hacerle un ciudadano a su país que decirle la verdad, sobre todo cuando ese país va a aplastar a miles de inocentes o, peor, cuando ya lo ha hecho y un pueblo embrutecido por el nazionalismo lame sus heridas morales colgándose medallas e historias heroicas que van a alimentar aún más el nazionalismo?