Navidexit
Llegó el momento de fundar un movimiento político que gire alrededor del cuestionamiento de la Navidad.
Llegó el momento de fundar un movimiento político que gire alrededor del cuestionamiento de la Navidad. Navidexit. La España navidada es un país plural, con una ciudadanía plural, que presenta actitudes plurales hacia el bingo del día 22, la invasión extraterrestre de gigantescos conos luminosos que abducen a los niños en las capitales de provincia, y esas campanadas que interesadamente se hacen coincidir con los estrenos de los nuevos vestidos de Cristina Pedroche. Todas las encuestas señalan el potencial de este nuevo movimiento: casi un tercio de los entrevistados vería con buenos ojos la aparición de un partido político que recogiera el hartazgo por la Navidad —cifra que sube hasta el sesenta por ciento en caso de que Isabel Díaz Ayuso sea la candidata del Partido Popular—. Edmundo Bal, por su parte, ya manifestó el interés de Ciudadanos por llegar a acuerdos con esta nueva fuerza política.
El Navidexit es un movimiento abierto, unido y plural, progresista y tolerante, partidario del diálogo y de no judicializar la política, inclusivo y que celebra la diversidad de motivos por los que una persona puede desear cada año hibernarse a una temperatura inferior a la de Walt Disney desde el 9 de diciembre hasta el 6 de enero. Habrá quien lo haga como rechazo al Decreto de Felicidad Obligatoria que se implanta durante esas fechas. Otros no están dispuestos a ver un discurso del rey más, al menos, mientras no acaricie dulcemente a una marmota en su regazo. No faltará quien se apoye en recientes descubrimientos científicos: según publica Nature, ver Love Actually cada Navidad provoca niveles de radioactividad en el organismo semejantes a haber estado chupando las barras de grafito de la central de Chernobyl la noche del 26 de abril de 1986.
En contra de las tergiversaciones que están llevando a cabo los medios habituales, desde el Navidexit no pretendemos prohibir o cancelar la Navidad. Sólo buscamos abrir un diálogo social acerca de la posibilidad de atenuar ligeramente las celebraciones navideñas una vez cada tres o cuatro años, en atención a ese tercio de la ciudadanía que trazó con rotulador rosa una raya en la prueba de antígenos hecha antes de la cena de Nochebuena para que pareciera que salió positiva. Aunque se trate de un colectivo invisibilizado y sin pronombres propios, hay gente que tiembla de cringe cada vez que las calles se llenan de bonitas luces navideñas con originales motivos de estrellas, botas de Papá Noel, estrellas, botas de Papá Noel, estrellas, botas de Papá Noel y estrellas —¡espera! ¿y aquélla del fondo...? ah, sí, una bota de Papá Noel—. Unas navidades para todos han de ser de vez en cuando unas no navidades.
No es que sintamos desafección por la Navidad. Claro que sentimos afectos por estas fechas. Concretamente, afectos negativos. Y no buscamos hacer a los demás ni la décima parte de lo que nos llevan haciendo a nosotros toda nuestra navidada vida. Es cierto que nadie está obligado actualmente a celebrar la Navidad: siempre se puede pasear por la ciudad cubriendo con mascarillas adicionales los ojos y los oídos. La crisis de los partidos tradicionales abre una ventana de oportunidad para el triunfo de movimientos como el Navidexit. Es el momento de unirnos, de cambiar la historia y de asaltar los cielos —los cielos meteorológicos, eh—. Con tu apoyo conseguiremos sacar adelante la Ley Orgánica de Atenuación de la Navidad. Haz que nuestra voz se oiga en el Parlamento. A poder ser, en un pleno que se celebre un día laborable normal, por ejemplo, el 25 de diciembre.