De Brasil a Galicia: 27 días de viaje en narcosubmarino a cambio de 11 años de cárcel
Cuatro amigos, un alijo de tres toneladas de cocaína y una auténtica travesía suicida. Es la historia detrás del primer semisumergible incautado en Europa, que relata al detalle el periodista de investigación Javier Romero en 'Operación Marea Negra'.
En Galicia, la expresión botar unha marea (echar una marea) es muy común en el mundo de la pesca. Significa pasar meses en alta mar en un barco, lejos del hogar, lejos de tierra de firme. Pero ni por asomo conlleva un solo ápice de toda la dureza y todas la penurias que la siguiente historia retrata. Es el relato de cómo cuatro amigos se vieron involucrados en el intento de desembarco de tres toneladas de cocaína traídas hasta la costa gallega en el primer narcosubmarino que fue interceptado en Europa tras atravesar el Atlántico.
Es el relato de cómo uno de esos colegas recorrió 3.500 millas náuticas (unos 6.500 kilómetros), desde la desembocadura del río Amazonas hasta la ría de Aldán (Pontevedra), junto a otros dos hombres en una embarcación de 21,43 metros de eslora. Lo hicieron guiados por una brújula, un compás náutico y solo ellos saben si un GPS, conectados con el exterior mediante teléfonos satelitales, pero conviviendo durante 27 días en apenas un metro y medio cuadrado de espacio. En el compartimento de al lado, 153 fardos con un contenido valorado en 123 millones de euros.
Cada dato está minuciosamente explicado en el libro Operación Marea Negra (Ediciones B). Su autor, Javier Romero (Xinzo de Limia, Ourense; 1980), repasa con El HuffPost todos los detalles de una historia en la que se ha sumergido a través de entrevistas y documentos exclusivos. Un exhaustivo trabajo para entender cómo el vigués Agustín Álvarez se convirtió en el plan B de una organización criminal, presuntamente la del Clan del Golfo, para ponerse a los mandos de un tipo de embarcación que ha pasado de ser una leyenda, de la que las autoridades tenían constancia, a una realidad.
El periodista de investigación de La Voz de Galicia va más allá del propio viaje y retrata en su crónica los vínculos de cada uno de los implicados. Desde el piloto, Álvarez (31 años), a las amistades que acabaron en el medio de las detenciones y que conocía desde la infancia o la adolescencia: Iago Serantes (30), Rodrigo Hermida (28) y Yago Rego (36). Ellos son quienes responden a la llamada de ayuda de un amigo que se encontraba desesperado en alta mar en una operación que desconocían, pero todo había comenzado 20 días antes al otro lado del charco. Antes de que se torciesen las cosas.
1.116 leguas de viaje narcosubmarino
″Infame, indigno, claustrofóbico, agobiante”, son algunos de los adjetivos que emplea Javier Romero para describir lo que pasaron los tres ocupantes del Che, el nombre del narcosubmarino. Cerca de un mes en una “atmósfera viciada, entre sudor, dolor de cabeza y un hedor a cocaína insoportable” mezclado con el de miles de litros de combustible y los gases que expulsa la ‘sala de máquinas’ contigua, además del sonido incesante de los motores taladrando la cabeza las 24 horas del día.
Este es el panorama al que aceptó subirse Agustín Álvarez, una antigua promesa del boxeo español, cuyo periplo incluso ha sido recogido en una serie de ficción creada y emitida por Amazon Prime Video, a la que se sumó el estreno del documental Operación Marea Negra: La travesía suicida.
El periodista de investigación explica que Álvarez no era la primera opción para realizar el encargo, pero lo acepta ajustándose a la falta de tiempo para que todo empiece. La tripulación partió el 19 de octubre de 2019 y tras dejar atrás Brasil, los primeros nueve días de navegación se realizaron con buen tiempo. A partir del décimo llegaron los problemas, en forma de tres importantes temporales cuyas embestidas el narcosubmarino logró resistir.
No fue el único peligro que vivieron, tal y como explica Javier Romero, a Álvarez se le atribuye una pericia con la que evitó que un buque partiese en dos la embarcación. Lo más curioso es que se desconoce dónde pudo aprender a pilotar un semisumergible y si lo habría hecho en más ocasiones, pero el periodista apunta a lo evidente. ¿A quién en su sano juicio se le permitiría transportar más de 100 millones de euros sin la garantía de que fuese capaz de hacerlo?
Así llegaron a la zona de las islas Azores, donde estaba previsto realizar la descarga de la droga “en un punto a 269 millas de la costa de Portugal”, concreta Romero. No pudo ser. Una avería en las planeadoras, las lanchas que debían recoger los fardos, lo impidió. La suerte tampoco les acompañó en ese momento y las autoridades inglesas interceptaron sus comunicaciones, dando aviso a Portugal a través del MAOC (Centro de Análisis y Operaciones Marítimas en materia de Narcotráfico), país que desplegó patrulleras y medios aéreos para salir en su busca. La presión policial frustra cualquier intento de descarga. Pasaron 72 horas navegando de forma errática, sin rumbo y a la espera de una nuevas órdenes que les encaminaron hacia Galicia.
Es en este momento, cuando el piloto, que había entrado en la operación como un plan B, tomó cartas en el asunto y se buscó su propio plan C. Contactó con dos de sus amigos, Iago Serantes y Yago Rego para tratar de salvar la descarga, quienes intentaron sumar a Rodrigo Hermida y que, según éste, se negó. Tal y como se recoge en Operación Marea Negra, la oferta a Hermida por ayudar venía acompañada de unos 20.000 euros.
No importó lo más mínimo, pues el mal tiempo impidió que ninguna embarcación pudiese salir en busca del narcosubmarino. Y casi mejor, porque la organización ya había conseguido un pesquero con base en Asturias para hacer el trasvase frente a la Costa da Morte, a la altura de Fisterra.
Al final de la escapada
Era la tarde del 23 de noviembre cuando todo parecía que se había acabado. “Es el único intento real y de manera viable de que alguien saliese a buscarlos”, anota Romero, de una salida que se hizo navegando “detrás de un buque de grandes dimensiones para pasar desapercibido al radar”. Sin embargo, en cuanto el barco de pesca se acercó al semisumergible, un helicóptero de la Guardia Civil y una patrullera irrumpieron en la localización, provocando que Agustín Álvarez huyese con el narcosubmarino hacia la ría de Aldán, concretamente a la altura de la parroquia de Hío, hacia unas aguas que conocía perfectamente, pues era su lugar de veraneo.
“Se convierte en una cuestión de supervivencia”, subraya el periodista. Volvió a contactar con sus amigos para que le esperasen en tierra y poder completar la huida. En la madrugada del 24 de noviembre, los ocupantes hunden el narcosubmarino ante una cala empleando el sistema de válvulas, un simbólico botón rojo que representa que estas embarcaciones solo otorgan un billete de ida y que su destino tras realizar la entrega es ser destruidos. No obstante, Romero hace hincapié en un detalle importante sobre los otros dos ocupantes: “No sabían nadar”. Y habían pasado casi un mes en aquella trampa mortal en alta mar.
Ellos fueron detenidos esa noche prácticamente al momento. Álvarez no. El ‘capitán’ de la nave logró ponerse a salvo en una cabaña cercana, la misma que le hubiera servido para esconder el alijo si sus amigos hubieran podido ayudarle. Allí pasó seis días con el neopreno puesto, tiritando del frío, sin agua ni comida y después de haber estado las semanas anteriores alimentándose a base de latas de sardinas, arroz y aceite. Así fue cómo le encontró la Policía Nacional.
‘Made in Brasil’
“El hallazgo supone, por encima de todo, que es posible atravesar el Atlántico en algo así”, explica Javier Romero y el término “algo así” no es casual. Estamos hablando de una suerte de ‘Frankenstein’ naval, un casco de velero cubierto, una especie de “lata de conservas”, para un producto muy distinto. Mas no hay que dejarse engañar. Tras esta embarcación artesanal, construida en un astillero clandestino en la misma selva amazónica desde cuyo río se botó, se encuentran “auténticos expertos”.
Equipada con un motor pesquero de alta gama, puede alcanzar una velocidad media de entre 8 y 10 nudos y está diseñada para resistir grandes distancias de navegación. “Prueba de ello es que este artefacto, pese a su condición artesanal, atravesó tres temporales”, apunta Romero, destacando que después “consigue permanecer oculto, invisible, ante una caza y captura a la que la sometieron las autoridades, primero portuguesas y luego españolas”.
Lejos de lo que la palabra narcosubmarino pueda hacer pensar, se trata de un semisumergible, es decir, no puede viajar a baja profundidad. De hacerlo, se hundiría por la presión. Navega a ras de agua y tan solo sobresalen a la superficie unos escasos 35 centímetros, el tamaño de la torreta que asoma entre el oleaje.
Su color gris tampoco es cuestión de azar. Esta elección le permite mimetizarse con las aguas atlánticas e impide ser avistado desde el aire. De hecho, explica el periodista, los que atraviesan el mar del Caribe se fabrican en azul o verde turquesa. Un camuflaje que funciona tanto como don como maldición. Ser invisible en el océano puede costarte que una embarcación te haga trizas sin enterarse.
La pandilla
“Se genera una paradoja, en el alijo más singular de la historia del narcotráfico en Europa pagan el pato gente ajena al narcotráfico”, así describe Romero una de las claves que hace tan excepcional a este suceso. Más allá del propio piloto y los dos ciudadanos ecuatorianos que completaban la tripulación, Pedro Roberto y Luis Tomás Manzaba, ninguno de los tres amigos era profesional de este mundo ni se han demostrado vínculos con organización alguna de este tipo.
“Son fruto de un plan B, en el que ellos aceptan entrar por su relación con Agustín”, explica el periodista especializado en narcotráfico, que en el libro publica la relación de mensajes que intercambiaron algunos miembros de la pandilla en aquellas angustiosas horas. Por su carácter autoincriminatorio, son especialmente relevantes los de Iago Serantes con su padre, Carlos Enrique Serantes, quien se vio implicado en aquel plan C e incluso llegaron a comentar la posibilidad de sacarse un ‘extra’.
¿En qué se tradujo el desenlace de esta historia? La sentencia, dictada a finales del pasado mes de febrero, supuso 11 de cárcel para los tres tripulares. A Iago Serantes, considerado el organizador de la descarga en tierra, le cayeron 9 y multas por valor de 200 millones de euros, mientras que a los otros dos amigos y al padre de Serantes les impusieron 7 años de prisión.
Pero este solo es el punto final de una historia que, como el Che, su verdadero valor reside en el contenido. En todo lo ocurrido durante ese viaje, en las vivencias de cada uno de los implicados y en cada detalle extraído de los inapelables datos de la investigación policial a los que el autor de esta crónica ha tenido acceso. Una operación bautizada como ‘Marea Negra’, que desarticuló un episodio más del mismo problema en forma de la ballena blanca, a la que Galicia trata de dar caza y planta cara desde hace demasiado tiempo ya.