Naranjas en agosto y uvas en abril
La canción del verano del 88 nació de la casualidad. Incluso estuvo a punto de no llegar a grabarse.
“Fue cosa del destino”, insiste treinta y dos años después Javier Ojeda, el vocalista de la banda malagueña Danza Invisible, que recuerda como si fuera ayer la tarde en la que nació la canción. En el grupo, las ideas básicas casi siempre partían de Antonio Gil, el guitarrista, y Ojeda, que se encargaba de las melodías, pero en aquella ocasión la inspiración fue del batería, Ricardo Teixidó, que también tocaba un poco la guitarra.
“Ricardo esbozó unos acordes en el local y yo le metí melodía -cuenta el cantante. La letra vino después. El resultado no se parecía a lo que habíamos hecho hasta ese momento. No, no terminaba de convencernos. Por eso dudamos a la hora de grabarla, porque sonaba diferente al resto del álbum”.
Danza Invisible preparaba en ese momento el repertorio de A tu alcance, el tercero de sus álbumes para la discográfica independiente Twins. En realidad, en ese momento tenían elegidas casi todas las composiciones. “En aquella época todas las decisiones que tomábamos en Danza Invisible eran democráticas, todo se votaba. Teníamos mucho sentimiento de formar una piña. Durante la década de los ochenta, las canciones las componíamos entre todos. Todo el mundo aportaba, así que votamos y ganó el sí por tres a dos. La incluimos en el disco de chiripa.”
Para la discográfica, en el elepé había apuestas más seguras, como Reina del Caribe o A ese lado de la carretera, una potente versión de un clásico de Van Morrison. “En verano, salimos de gira y de pronto vimos que todo el mundo nos pedía la canción, sobre todo los adolescentes que eran un público que no solía acudir a nuestros conciertos. Lo comentamos en la compañía, la sacaron en single y aquello se desbordó. Fue la canción del verano del 88, del 92, y... de tantas bodas y celebraciones. Nunca habríamos imaginado que podía llegar a tener tanto éxito.”
A pesar de que el grupo se disolvió hace años, Sabor de amor ha perseguido a Javier Ojeda: “Tuve una temporada que estaba hasta las narices de esa canción. Uno tiene su ego y dice: Joder, ese éxito ha oscurecido otras cosas que he hecho, gran parte de mi trayectoria, habrá gente que pensará que lo único que hago son temas pop bonitos, con letras de amor, cuando tengo otro material mucho más incisivo… Gracias a Dios, ya he superado esa etapa. Ahora pienso que fue un accidente feliz en mi trayectoria. Tener una canción que conoce todo el país es un logro al alcance de muy poca gente”.
Superado el hartazgo, Ojeda afronta el reto de adaptar aquél éxito a otros tiempos y las circunstancias que rodean la actuación. “Le he dado muchas vueltas, no siempre la canto igual. Hice una versión siniestra, con los acordes virados a menores, otra medio en bachata y hasta la he tocado en versión acústica mezclándola con Stan by me o Be my baby. He hecho todo lo posible para no aburrirme. Afortunadamente, las canciones tienen una doble vida y se pueden vestir de distinta manera. En particular, la melodía de Sabor de amor tiene mucho de los años sesenta y admite infinitas lecturas. La última vez que la toqué, por ejemplo, hicimos una versión de casi ocho minutos”
En cualquier caso, Ojeda cree que entre aquellos tiempos con los Danza a Días de vino y cosas, su último trabajo, hay una evolución natural, aunque el salto haya sido de tres décadas. “Lejos de acomodarme y preparar un material más reposado, como les ocurre a tantos artistas veteranos, me fijo más en los orígenes de la música que me apasiona. Me encantan todos los estilos musicales, pero antes de nada soy un vocalista de rock. De hecho, estoy trabajando en una revisión personal de lo que son las drinking song de los cincuenta, canciones para ir de fiesta, para beber, para llorar… Les veo un componente teatral muy chulo que creo que se adapta muy bien a mi manera de interpretar”.
La mezcla de casualidad y evolución ha marcado la trayectoria de este artista, que tuvo una adolescencia complicada: “Venía de ser un alumno modelo, con supernotas, y de pronto me empieza a gustar el rock, dejo de ir a clase, empiezo a ser un chico problemático, llegan los suspensos… una situación que por fuerza preocupa a los padres. En aquel momento quería ser periodista cultural. Si no estudié periodismo fue por falta de arrojo. Por entonces me daba un poco de vértigo apartarme de la manta protectora de mi casa y de mi familia. Como mi hermana estudiaba filología inglesa y yo dominaba un poco el idioma, elegí esa carrera pero todavía conservo el alma de periodista”
Poco después conoce a otros muchachos malagueños que habían formado varias bandas de rock, como Cámara o Adrenalina. “Entrar en Danza Invisible era la ilusión más grande que podía tener en mi vida. Acababa de cumplir diecisiete años y, de pronto, la banda más rompedora, la que más prometía en Málaga, te da el puesto de cantante. Al principio a mi padre le chocó que me dedicara a la música, pero cuando aparecí en mi casa con el primer disco, todo cambió. Empezó a decir: Bueno, si han conseguido grabar, será porque van en serio. Estaba en una nube. De aquel hecho fortuito, que me aceptaran en la banda, dependió el resto de mi vida.”