Nadie debería tener cáncer con 14 años, pero me ha tocado y esto es lo que he aprendido
El cáncer no te elige, así que no tiene sentido preguntarse “por qué yo”.
Todo empezó durante un entrenamiento de bádminton.
Tras sentir un pequeño “pop” en la clavícula mientras jugaba, me noté un bulto que, día a día, fue haciéndose más grande y doloroso.
Recuerdo que mi madre se asustó cuando se lo enseñé y cogió cita inmediatamente con mi pediatra, que me derivó al hospital. Allí, me hicieron un escáner y me dijeron que los resultados tardarían entre 8 y 10 días en llegar.
Sin embargo, apenas dos horas después, nos llamaron por teléfono para decirnos que volviéramos inmediatamente. Algo no iba bien. Me hicieron varias analíticas de sangre y enviaron las muestras a un laboratorio especializado. Sospechaban que se trataba de cáncer de sangre.
Volvimos a casa para hacer la maleta rápidamente y me ingresaron en el hospital. Después de varias semanas de pruebas, resonancias y biopsias, me diagnosticaron un linfoma de la zona gris, un cáncer de sangre poco común, y me programaron seis sesiones de quimioterapia.
Durante estas sesiones de quimioterapia en el hospital pediátrico de The Royal Marsden, puedo afirmar que conocí a algunas de las personas más valientes del mundo, y eso incluye a médicos y enfermeros, no solo a los pacientes. Me hice amiga de una niña llamada Yasmin, a quien le esperan dos o tres años más de tratamiento, y ella me ayudó muchísimo a acostumbrarme a la quimioterapia. Tanto ella como su famlia me hicieron sentirme acogida y me hicieron más llevadera la estancia en el hospital. Lo mismo digo de todo el personal del hospital, personas increíbles a las que nunca podré darles suficientemente las gracias. Mi médica, Elisha, me hizo sentirme segura y optimista cada vez que me hacían pruebas o me tocaba quimioterapia. Para mí, ella es una verdadera heroína que me salvó la vida y le estaré eternamente agradecida por todo lo que hizo por mí y por mi familia.
Yo solo tenía 14 años cuando me diagnosticaron y, sinceramente, creo que no entendía bien lo surrealista que era mi situación. De un día para otro, mi prioridad pasó a ser sobrevivir. Tras superar la quimioterapia, recuperar mi amor propio y aceptarme a mí misma fue mucho más complicado. No me parecía a nadie de mi instituto y sentía que no podía escapar de lo que me había pasado. Recibía muchas miradas y cada vez me resultaba más difícil ser amable e ignorar la forma en que me veían los demás. Mis problemas de imagen corporal empeoraron tanto que no era capaz de mirar al espejo sin echarme a llorar. Llegué incluso a cubrir mi espejo con bolsas de basura porque no me apetecía verme.
Intenté que mi imagen no me impidiera salir con mis amigos, porque cuando estoy con ellos me siento diez veces mejor. De hecho, creo que logré mantenerme feliz y centrada durante mi enfermedad gracias a la gente con la que me rodeé. Nadie de mi entorno me transmitía energías negativas.
Perder mi melena fue sin duda uno de los varapalos más duros que sufrí, pese a que era consciente de que el tratamiento era necesario. Ya me han salido varios centímetros de pelo, lo suficiente para alisármelo, y estoy haciendo planes para cuando esté más largo.
Afortunadamente, mi cáncer ya está en remisión y solo tengo que hacerme una revisión cada tres meses. Aun así, no dejo de pensar en lo afortunada que soy de estar aquí. Ahora aprecio la vida mucho más que antes. He aprendido que el cáncer no te elige, así que no tiene sentido preguntarse “por qué yo”. Evidentemente, no le deseo a nadie lo que me pasó a mí. Me gustaría pensar que, al ritmo al que avanza la tecnología, algún día será fácil acabar con el cáncer y que el futuro será mucho más brillante para las personas a las que diagnostiquen.
Todos los días me esfuerzo en dar gracias por seguir aquí. Algunos días me cuesta más que otros, pero he aprendido a insistir en lo que me hace feliz. Con la ayuda de mis médicos, mi familia y mis amigos, que han sido unos santos desde el primer momento, he salido y estoy feliz con mi vida.
Este artículo fue publicado originalmente en el ‘HuffPost’ Reino Unido y ha sido traducido del inglés por Daniel Templeman Sauco.