Mujer sobre mujer
En las letras del pop español, las mujeres habían ido rompiendo poco a poco con el estereotipo que les asignó la copla: madre, novia, esposa, amante, incluso monja.
Aunque nada tuviera de especial que dos mujeres se dieran la mano, en España, hasta 1988, el amor entre ellas no se convirtió en argumento para una canción de éxito. El honor de contarlo le correspondió a José María Cano y el de cantarlo a su grupo, Mecano, aunque fuera la voz solista de Ana Torroja la que otorgara verosimilitud a la historia. Como en otros aspectos de la larga marcha por la igualdad LGTBI, el discurso femenino caminó unos cuantos pasos, o años, por detrás al de los varones. O, dicho de otro modo, esa visibilidad se mostró de manera distinta.
En las letras del pop español, las mujeres habían ido rompiendo poco a poco con el estereotipo que les asignó la copla: madre, novia, esposa, amante, incluso monja. A principios de 1980, con una constitución recién aprobada que da alas a la idea de que cada cual puede ser como quiera, Mari Trini, la misma que ocho años antes, en pleno franquismo, había convertido su Yo no soy esa en un himno feminista, vuelve a las listas de ventas con una historia en la que el pronombre da mucho juego: “Ayúdala, no la lleves, la contraria…” Una mujer que habla de otra en un triángulo amoroso cuyo tercer vértice puede ser perfectamente… otra mujer. “Yo te ruego que la quieras/y la aceptes como es/es un astro, un velero/una lluvia hecha deseo por caer.”
Sobre el femenino singular, la atmósfera ambigua se repetiría, dos años después, justo en el momento en que el PSOE ganaba las elecciones de los diez millones de votos, en otro tema de la artista. En este caso, la metáfora juega con una estrella y un jardín, el de su casa que era particular. “Llegó sin permiso/la estrella de antaño/la que antes era solo luz…Cayó de repente/desde el azul del mundo/y el corazón se me encogió…”
Para entonces, con la mayor discreción, sin la menor voluntad de asumir el liderazgo de ninguna causa, Mari Trini era un referente, sotto voce, en la batalla de la igualdad de género. En la afectiva, por supuesto, también y casi con carácter único. Nadie salía a un escenario a cantar ese tipo de cosas.
Por esa misma época, Marilina Ros, una actriz y cantante argentina que ha vivido en España, donde consigue cierta popularidad gracias a películas como La Raulito, incluye en su repertorio una canción autobiográfica inspirada en una experiencia amorosa ocurrida en Pollensa. En nuestro país, el tema no tuvo mayor repercusión pero en Argentina no tardó en convertirse en un grito más contra la sangrienta dictadura. Como escribía Marta Dillon, “lesbianas de todas las edades siguen cantando sin repetir y sin soplar la letra entera que aun cuando no dice nada todas sabemos qué dice”. Marilina aseguró a la periodista que nunca quiso que Puerto Pollensa llegara a ser un icono: “pero si la gente la convirtió en un himno gay, está bien así, por algo será”.
Mientras en francés, italiano y español se coreaba Mujer contra mujer, pisando la dudosa luz de una nueva década, la de los 90, Chavela Vargas reaparecía en nuestro ideario sentimental de la mano de Pedro Almodóvar. En los años sesenta y setenta, la de Costa Rica había cruzado tímidamente por los escenarios y la televisión de estos pagos. Luego, se la tragó la tierra. Los más apasionados de la ranchera conservaban alguno de sus discos de la etapa Orfeón acompañada por la guitarra de Antonio Bribiesca. Sin embargo, el nuevo sonido digital, el cedé, o el paso de los años y el alcohol por sus cuerdas vocales descubren ahora matices únicos y desgarrados en las grabaciones que el editor Manuel Arroyo realiza a Chavela. Las letras de José Alfredo o Agustín Lara permiten, además, nuevas relecturas de una intérprete que a pesar de la fama y el respeto que inspiraba no se atrevería a hablar con absoluta franqueza hasta poco antes de su muerte. “Si eres libre, ése es el precio que tienes que pagar: la soledad”, dejó dicho.
Una idea que se repite en otra mejicana, Lolita de la Colina, también desaparecida de la escena musical durante años y que, pese a la popularidad que gozaron sus arrebatadas letras, como Tu nombre me lo callo, en toda América, conoció la censura: “En 1968, ese año inolvidable, -contaba en una entrevista-, escribía canciones de amantes donde se mencionaba la cama. Me censuraron una llamada Me muero, me muero, donde hacía una frase: cabalgar vientre con vientre, pero ya antes había escrito otra canción: La mujer que te ama, que era más o menos igual de atrevida, decían.”
Con la llegada el nuevo siglo, las celebraciones del Orgullo y la aprobación del matrimonio igualitario, el amor entre mujeres había dejado de ser una rareza en la música española. A las Tracy Chapman, K. D. Lang, mi adorada Janis Ian o la mismísima Madonna, se sumaban ese torbellino llamado Mónica Naranjo, Rosana, Liliana Felipe o Natalia Jiménez. Amor correspondido o no, deseo, vida cotidiana, maternidad, declaración de derechos… Basta con poner oído a la multitud de listas de reproducción que circulan por Spotify: la variedad de temas, tonos, ritmos y matices se ha abierto en el abanico multicolor de la vida.
Como cantó Victor Manuel en Laura ya no vive aquí, otro título del repertorio lésbico, el deseo es siempre un río sin retorno.