Muertos del amanecer
No es tarea que se pueda encomendar a familiares y voluntarios, recorrer archivos, excavar fosas...
-Para enterrar a los muertos como debemos cualquiera sirve, cualquiera… menos un sepulturero.
León Felipe, registrado al nacer como Felipe Camino Galicia de la Rosa, lo escribió antes de la guerra, antes aún de la república, incluso de la dictadura de Primo de Rivera, romero, sólo romero, en sus versos y oraciones del caminante, su primer libro, antes de partir hacia su largo periplo por Guinea, México, Estados Unidos y otra vez México, a Panamá, con sus correspondientes, intercalados, ocasionales regresos a España, nunca definitivos, no completos, ni plenos, no cómodos, entre el odio de la derecha y los recelos de la izquierda.
El último de aquellos regresos, forzado por la conciencia, la necesidad y la urgencia de aportar algo para impedir el ascenso definitivo del sapo iscariote y ladrón en la silla de juez repartiendo castigos y premios. Aún antes de la derrota comprendió que ya no había nada que hacer, elegir entre el paredón de los vencedores, la censura de los vencidos, o el exilio. De nuevo a México.
Convenciendo a Machado de partir a Valencia, mandando algún verso al diario Milicia Popular del Quinto Regimiento, junto a Alberti, María Teresa León, Miguel Hernández, Manuel Altolaguirre, el cristiano y comunista José Bergamín.
Con los comunistas hasta la muerte, pero no más allá.
Y Ramón J. Sender, registrado al nacer como Ramón José Sender Garcés, capitán del Batallón Amanecer en la Primera Brigada Mixta del Ejército Popular Republicano, heredera del Quinto Regimiento. Acabó, como León Felipe y otros tantos, en México, aunque pronto marchó a impartir clases en un buen número de universidades estadounidenses, hasta acabar sus días en la universidad de San Diego.
En el Batallón Amanecer debió coincidir con mi abuelo Calixto. Así consta en el único resto documental que queda de él en el archivo de Salamanca, aquel al que fueron a parar todas las fichas de la masonería y el comunismo,
Calixto López Cuena, vecino de Collado Mediano (Madrid), cantero, afiliado a la UGT y el PCE, enrolado en el Quinto Regimiento. Batallón Amanecer.
Eso es todo. No hay más. Sigue existiendo en Collado Mediano un palacete, hotelito, ahora afamado restaurante, el Rincón de la Abuela, en el que se instalaron las milicias que subieron a la carrera desde Madrid a taponar la ofensiva de los sublevados en la Sierra de Guadarrama. Allí acudieron los voluntarios de la zona. Allí debió escuchar las arengas de Líster, de La Pasionaria, Calixto, cantero, 42 años, esposa, tres hijos, ya le llamaban el abuelo. Luego las Compañías de Acero partieron a defender Madrid.
El convento de los Salesianos de Estrecho, las trincheras. Le pienso en la Sierra, en Guadalajara, en Talavera, escuchando recitar a Miguel Hernández, en el Cerro de los Angeles, evacuando las obras del Museo del Prado hacia Valencia, salvándolas de los bombardeos. Pensar por pensar. No acabó en México, pasó a Francia, a los campos de refugiados, enfermó, desapareció. Eso es todo. Sus hijos esperando en la estación cuando volvieron los combatientes. Eso es todo, no hay más.
He recorrido todos los archivos españoles, los oficiales y los de las organizaciones políticas de aquellos años, socialistas, comunistas, anarquistas, incluidos los archivos catalanes, la última tierra española que defendió, asociaciones de la memoria, campos de refugiados franceses que no son pocos, archivos departamentales que son bastantes, campos de concentración nazis, archivos centrales franceses, los de Rusia y los de Estados Unidos que arramplaron con cuanto papel encontraron al liberar los campos, institutos de investigación, la Cruz Roja, la ONU, expertos que dedican su vida a buscar nombres, paraderos, listados, hasta al presidente de la república francesa me he dirigido, también a su mujer.
No hay nada, sólo una ficha en Salamanca, no hay más. Imagino que como yo miles de personas buscando pistas, señales, un papel más, una ficha, una lista, una referencia que añadir a la reconstrucción de la memoria desaparecida, un lugar donde los restos descansan, o donde fueron quemados, el sitio en que durmió antes de perderse la pista, un rincón donde ir a depositar unas flores, sentarse un momento, pensar, rezar, aún sin dios al que rezar, una oración, un poema, una lágrima. No es mucho pedir, no es tanto pedir, al cabo de los años.
Hay una ley de la memoria que parece que el nuevo Gobierno quiere revisar, reformar, mejorar. Acabar con los privilegios, títulos honores, condecoraciones del dictador, de sus herederos, de sus colaboradores, de sus torturadores, impulsar la colaboración entre administraciones, crear un censo de víctimas, mejorar las tareas de identificación mediante ADN, buscar y reconocer a las víctimas, a todas las víctimas, facilitar la investigación de las fuentes y el acceso de las personas a archivos bien estructurados, ordenados, en red.
Son cosas importantes. Como me parece importante que, como en muchos países que han sufrido dictaduras, de Sudáfrica a Chile, o de Colombia y Argentina a Timor, de Perú a El Salvador, se cree una Comisión de la Verdad. Pero, sobre todo, me parece esencial que se establezca la obligación del Estado Español en todos sus niveles y Administraciones de buscar a quienes desaparecieron en cualquier circunstancia, dentro o fuera de España.
Las organizaciones de la memoria pueden ayudar, colaborar, cooperar, pero la responsabilidad es de los gobiernos. No es tarea que se pueda encomendar a familiares y voluntarios, recorrer archivos, excavar fosas, rebuscar fichas, fotos, publicaciones, por más que se interesen, se preocupen, sean acicate y aliento. No son tareas delegables por el Estado, envueltas en una subvención.
Los muertos no descansarán, nosotros no descansaremos, el futuro nos será negado, si no conquistamos la memoria de cada nuevo amanecer.