Muere Mondeño, el torero que decidió irse al convento
El particular matador gaditano, referente dentro y fuera del ruedo por su personalidad, ha fallecido a un día de cumplir 89 años.
Pocas vidas habrá registrado la historia como la de Juan García Jiménez, más conocido como ‘Mondeño’. El torero gaditano (Puerto Real, 1934) ha fallecido este jueves en su domicilio de la localidad sevillana de Sanlúcar la Mayor en la víspera de su 89 cumpleaños. Según han indicado fuentes de su entorno a EFE, el espada ha perdido la vida a consecuencia de la grave enfermedad que venía arrastrando en los últimos años.
Pero su figura va más allá de los ruedos, en los que fue personalidad destacada en los años 60, como parte de una generación brillante de la que fue nombre principal pese a partir de unos orígenes más que humildes.
Nacido en una choza en el seno de una familia de escasos recursos, llegó al mundo de los toros buscando una salida a esa miseria hasta convertirse en uno de los toreros más inconfundibles de aquel período. Se hizo figura del toreo por un estilo personal y un concepto artístico diferente frente al resto de figuras del momento.
Pero su perfil va más allá de la gloria taurina. Porque en un inesperado y sorprendente parón profesional en 1964, cuando ya era parte de la ‘élite’, decidió ingresar como novicio en un convento dominico. La toma de hábitos, a la que acudió vestido de corto, se convirtió en un auténtico acontecimiento nacional aireado por el Nodo, el noticiero cinematográfico de la época.
La vocación religiosa de Mondeño fue efímera, decidiendo volver a los ruedos a los dos años de cambiar el traje de luces por el sayal blanco de la orden de Santo Domingo. Esa vuelta tuvo lugar en 1966, junto a los grandes reclamos del momento, Paco Camino y Manuel Benítez ‘El Cordobés’. En ese circuito del primer nivel se mantuvo hasta 1969, cuando se retiró y se desvinculó del todo del toreo.
Mondeño fijó su residencia en París, alternando con largas estancias en su casa de Sanlúcar la Mayor, alejado del mundo taurino y entregado a otras aficiones como su pasión por los coches singulares y su conocida condición de “gourmet”. Fue pionero de muchas cosas y hasta tuvo apoderada, Lola Casado, hija del célebre Fatigón, en unos tiempos en los que el mundillo taurino estaba vedado a la mujer.