Monika Zgustova, viaje al infierno del gulag con nueve mujeres sobrevivientes

Monika Zgustova, viaje al infierno del gulag con nueve mujeres sobrevivientes

Mónika Zgustova@Lisbeth Salas

Por Winston Manrique Sabogal

La salvación del infierno del gulag estaba dentro de algunas mujeres y se aferraron a ella sin darse cuenta. La cultura, la música, la literatura, la amistad y el amor que guardaban dentro les dio la fortaleza para sobrevivir a aquella tragedia, al sistema soviético penal de los campos de trabajos forzados para castigar a opositores políticos y criminales creado por Stalin en 1930 y que funcionó hasta los años sesenta.

Millones y millones de personas murieron, pero las historias de nueve mujeres sirvieron a Monika Zgustova (Praga, 1957) para crear un libro coral que muestra el horror del cual es capaz el ser humano. La periodista, traductura y escritora española de origen checo fue en busca de esas sobrevivientes y con sus voces armó el fresco literario Vestidas para un baile en la nieve (Galaxia Gutenberg). Vidas evocadas y recordadas que muestran las contradiciones de los sentimientos de algunas víctimas frente a lo vivido. Y la belleza como refugio.

Si en el libro Zgustova les da voz para que cuenten su historia, ahora WMagazín les rinde homenaje al recuperar una frase de cada una de esas nueve mujeres como rompecabezas del horror para que Monika Zgustova complete el retrato y la biografía oral de ellas en un diálogo que se vuelve circular:

Zayara Vesiólaya: "Me tumbé en el suelo y me tapé la cabeza con el abrigo. Nikolái me puso la mano encima del hombro, y hasta la hora de salir a trabajar tocó el violín para mí. Con todo el sentimiento interpretó el allegro molto appassionato del Concierto para violín de Félix Mendelssohn".

Esta señora era una de las más optimistas que entrevisté. Reía mucho. Me dijo que su experiencia en el gulag era la más importante de toda su vida; que el resto de su vida estaba llena de una cierta monotonía mientras que los momentos vividos allí fueron una aventura. Pero, claro, también me dio a entender que este hombre violinista se convirtió en un gran amor de su vida a quien luego recordaría siempre.

Susanna Pechuro: "Apreciaba a las reclusas ancianas, presas a quienes la vida y la desventura habían convertido en sabias. Esas mujeres valientes habían sido testigos de los acontecimientos sobre los que los jóvenes solo podíamos debatir a partir de la historia y las informaciones falseadas que nos ofrecían los libros de texto y los periódicos".

Susanna era una chica joven que buscaba el conocimiento. El primero le llegó a través de su enamoramiento de Borís. Con esto, también, le llegó la disidencia, porque Borís era un disidente convencido. Así es que, por amor a Borís, Susanna se convirtió a la disidencia y por la disidencia fue a parar al gulag. Allí continuó su aprendizaje y vivió todos los horrores de esos campos. Ella, que era una chica de 17 años con colitas, superó todo gracias a la sabiduría que adquiría a través de las personas de más edad y gracias al sentimiento amoroso que la acompañó durante su estancia allí. Nunca abandonó la esperanza de que iba a volver a ver a Borís. Él desapareció y ella le dedicó toda su vida al hacerse disidente y convertir a sus familiares también.

Ela Markman: "En el colegio y el instituto nos educaron para que estuviéramos siempre dispuestos a sacrificarnos por el bien común. Como consecuencia, cuando cumplí diecinueve años, entre varios compañeros de clase formamos una organización terrorista clandestina con el fin de atentar contra Stalin y Beria, a los que considerábamos artífices de la sangrienta dictadura que se había establecido en la URSS".

Ela era una mujer que necesitaba vivir para algún ideal. Y su primer ideal era el comunismo, un ideal de todos los jóvenes de la época. Me contó con qué entusiasmo se levantaba cada día para participar en la gran construcción del comunismo. Luego, cada vez más, se le abrieron los ojos de la realidad del régimen. Surgió la idea de atentar contra Stalin y Beria que era el artífice de la muerte de su padre. Con esta idea ingenua, pero motriz, pasó años de su juventud, de la guerra y un tiempo en el gulag pensando que todavía tenía tiempo de matar. Incluso pensó que podía conseguirlo seduciéndole con su belleza porque él era un gran mujeriego.

Elena Korybut-Daszkiewicz: "Para no desesperar, mientras trabajaba en la mina recordaba poemas que sabía de memoria y me los recitaba a media voz, o cantaba bajito arias de ópera que conocía del repertorio de mi madre. Un día, una compañera que provenía de Lituania reconoció un aria de El oro del Rin y me dijo que Wagner había empezado a componer esta ópera en Riga".

Elena era una mujer impactante, pero venía de una familia de la antigua aristocracia polaca y por lo tanto estaba muy bien instruida en las artes. Estos conocimientos representaban unas armas contra el horror del gulag. Ella podía recordar libros, podía recordar piezas de música y esto le ayudaba a soportar la fealdad y la crueldad del campo de concentración. Con su gran fuerza de voluntad de mayor empezó a estudiar en la universidad y a los 45 años se convirtió en una de las grandes especialistas en cibernética de la Unión Soviética.

Valentina Íevleva: "Por la noche continuó narrando. Una vez, cuando la traían de vuelta (a Tatiana una amiga suya) de un interrogatorio en la cárcel, le pareció oír la voz de su madre; sabía que ella también estaba en prisión: '¡Mamááá! Resonó por todo el edificio. Pero no hubo respuesta. O bien no era su madre o bien a aquella dama le impidieron responder".

Valentina estaba en el gulag por haberse enamorado de un americano. Para ella esto significaba abrirse al mundo, pero el régimen soviético condenaba a la gente a vivir en espacios cerrados de la ideología. Valentina luego pasó los años del campo de prisioneros cantando las canciones que le había dado su enamorado americano y lo que había aprendido en la escuela de teatro donde había empezado a estudiar. Cuando salió de allí se encontró con su hija de diez años y recorrieron la Unión Soviética en busca de un sitio dónde vivir y trabajar. Nunca pudo rehacer su vida. Encontró su territorio en la lectura, vivía en un pequeño piso que estaba cubierto de libros.

Natalia Gorbanévskaya: "Tras la detención de los demás, yo fui la única que siguió manifestándose en la Plaza Roja hasta que, al cabo de un rato, volvieron por mí y me llevaron a interrogarme varias veces".

Natalia era una persona convencida, que costara lo que costara uno siempre tenía que decir la verdad a pesar de los castigos. Su vida siempre fue así. Por haberse manifestado en la Plaza Roja después de la invasión de Checoslovaquia por las tropas soviéticas tuvo que pasar tiempo en un hospital psiquiátrico, que era una forma de castigo porque a los presos les daban unas drogas que les causaban la pérdida de la memoria, además de unos estados terribles de ansiedad. Me confesó que a pesar de lo horrible que fue aquello preferiría pasar años en el gulag que unas semanas en el hospital psiquiátrico. Y que a pesar de todo esto hubiera vuelto a manifestarse otra vez. Estaba convencida de que tenía que hacer aquello en lo que creía. Creía que gracias a algunos actos así el mundo, tal vez, llegaría a ser un poquito mejor.

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Janina Misik: "Mi padre era hombre de profundas convicciones religiosas. En el gulag organizaba reuniones bíblicas y él mismo recitaba de memoria páginas enteras de la Biblia".

Janina, al final de su vida, se convierte en una persona que ayuda a los niños. En las prisiones soviéticas, la fe religiosa ayudaba a los presos. Pero no todo el mundo la tenía. La mayoría de la gente desarrolló allí alguna otra creencia, la creencia en la amistad, la creencia en la cultura, la creencia en estar llamado para ayudar a los demás. Cualquiera de estas cosas ayudaba a vivir... sentir la propia bondad también da mucha fortaleza.

Galia Safónova: "Yo nací en 1942 en el campo de trabajo de Kotlas. Mi nacimiento fue inscrito en el registro del gulag de Pechora, región de Arjánguelsk, en el norte de Rusia. Por aquel entonces, si bien mi madre gozaba de un régimen de semilibertad, vivía y trabajaba dentro del gulag. (...) Cuando salí del gulag con gran sorpresa vi que los perros iban sueltos, en el gulag siempre los había visto atados. Recuerdo mi infancia en el gulag con cariño. Fue un ambiente duro pero lleno de emociones profundas. Mi madre también era una mujer dura, pero yo la amé mucho, mucho, era lo único que tenía".

Galia es una persona tranquila, aunque se nota algo estigmatizada por su infancia en el campo de concentración. Su casa está llena de libros. Ella me confesó que la lectura es su pasatiempo preferido. En este espíritu ha educado a sus hijos. Me contó que su madre cuando tuvo que contar las experiencias del gulag hizo unas declaraciones de tres cuartos de hora y luego quedó con cuarenta grados de fiebre.

Irina Emeliánova: "Tenía que andarse con mucho cuidado para que nadie se diera cuenta de que sus pensamientos estaban en otra parte (sobre su amiga Olga que memorizaba poemas); si se mostraba distraída, ni que fuera apenas un instante, Búinaya se precipitaba enseguida a su lado para chillarle unos cuantos insultos a la cara y acabar prometiéndole que escribiría un informe sobre su letargia y pediría un duro castigo. Olga, sin amistades, era presa de la desesperación".

Irina me habló de tres generaciones de mujeres de la misma familia que estuvieron en el gulag. Su abuela en los años cuarenta durante la guerra, años en los que algunos pudieron salir, pero sin tener ningún rumbo ni dinero. Su abuela se convirtió en una especie de salvaje envuelta en trapos y la pequeña Irina le tenía mucho miedo. Luego está la madre de Irina, Olga Ivínskaya, la amante de Boris Pasternak. La mujer en quien se inspiró para crear el personaje de Lara, en Doctor Zhivago. Irina estaba allí cuando su madre estaba en el gulag por primera vez. Sabía que su madre estaba embarazada de Pasternak y que la cárcel y el gulag le hicieron perder el niño. El KGB se vengó contra madre e hija y las mandó al gulag. Todavía en los años sesenta a Irina le hicieron perder al novio francés que tenía sin posibilidad de comunicarse. Cuando conoció a otro chico, también preso en el gulag, se comunicaban a través de la poesía. Él era poeta y le dejaba poemas escritos por él, y ella le entregaba otros escritos por Pasternak.

Todas las mujeres convocadas por Monika Zgustova no solo están unidas por la tragedia sino por la fortaleza, el amor a la cultura y el amor a alguien.

Luego muchas de ellas se casaron con alguien que tenía la experiencia del gulag", dice Zgsutova. "Es la última frase del libro, una que me dice Irina: 'Lo más importante en la vida es sentir que te comprenden'. Las mujeres que habían pasado por la experiencia del campo de prisioneros pensaron que solo otra persona con la misma experiencia podía entenderlas. Entonces sacrificaron todo lo demás para poder estar acompañadas por alguien que las entendiera.

Una de las cosas que más me impactó es que algunas de ellas me dijeron que repetirían esos años en el gulag, volverían a pasar por aquello que vivieron como una aventura porque la vida corriente era demasiado corriente.

A medida que hablaba con ellas en Moscú, París o Londres, me di cuenta que cada una era como una encarnación de algún personaje mitológico. Entonces estudié cada caso para darles la dimensión que se merecían como heroínas. Así subtitulé cada capítulo con el nombre de la heroína seguido por el de la sobreviviente. Por ejemplo: La mujer de Lot. Zayara Vesiólaya.

Después de verlas, conocerlas y hablar con ellas tantas horas, mi vida no es la misma. Me tomo la vida de otra manera, me tomo la vida con gratitud. Todo está bien si no hay una enfermedad terrible o una guerra o algo así. Me enseñaron que estamos muy bien y que vivimos.

Nueve mundos para armar el mundo trágico del gulag. Testimonios de una parte vergonzosa del ser humano, de la historia. Páginas conmovedoras en sus voces reconstruidas con delicadeza y que a la vez son un canto a la vida, una vida donde la cultura, la literatura y la belleza se alzan como salvadoras.

Este artículo fue publicado originalmente en la web de WMagazín, la revista literaria online dirigida por el periodista Winston Manrique Sabogal, un espacio para conversar con sosiego sobre literatura, donde él es cronista de encuentros, reportajes y entrevistas a ambos lados del Atlántico, y los lectores son los coautores, con sus lecturas y comentarios

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