Momo, creepypastas y padres crédulos
Hace ahora dos años, un bulo absurdo corrió como la pólvora en España (antes lo había hecho en otros países desde su original en Rusia de 2016). Hablamos, claro, de la Ballena Azul. Se suponía que una malvada organización iba contactando con menores por todo el mundo y les hacía llevar a cabo una serie de pruebas hasta que se suicidaban en la última. En la ordalía que siguió a su llegada a España, incluso los medios de comunicación pretendidamente serios se hicieron eco. ¿El resultado? Ni un solo muerto en España. Un par de adolescentes sí que se causaron algunas lesiones leves siguiendo por su cuenta un listado con los cincuenta desafíos que habían encontrado en Internet. La propia publicidad sobre esta paparrucha es la que condujo a su realidad y no a la inversa.
Al año siguiente le tocó el turno a Momo. Esa inquietante imagen que acompaña a este artículo es en realidad una escultura creada por el artista japonés Keisuke Aiso y cuyo nombre original es «Madre Pájaro» que, por cierto, ya no existe, al haberse podrido, según declaraciones de su creador.
Ha habido dos bulos con ella. El primero es del pasado verano. En él se suponía que si se llamaba a cierto número de teléfono aparecía ese inquietante rostro y, de alguna forma no especificada, conducía al observador al suicidio. De nuevo, no se dio ni un solo caso en todo el mundo, nadie pudo aportar el supuesto número de teléfono ni una llamada —o conversación de WhatsApp—.
El segundo está ahora en pleno apogeo: explica que el bicho se aparece en la mitad de los vídeos de YouTube Kids y, para variar, los conduce al suicidio. Como en el caso anterior, no ha muerto ningún niño, no ha habido ninguna denuncia y nadie ha sido capaz de aportar ni un solo enlace donde apareciera o capturar aunque fuera algunos segundos de grabación. Esta versión es especialmente absurda, dado que YouTube es una empresa que controla sus contenidos que, además, son subidos por terceros cuyos beneficios dependen del prestigio de sus obras. Es más: es imposible sustituir un vídeo por otro: hay que subir uno nuevo, en un enlace diferente. Cualquiera que haya utilizado la plataforma un tiempo se dará cuenta de todas las incongruencias.
¿De dónde sale, pues, todo este pánico? ¿Quién creas estas historias? Su origen es tan simple que causa sonrojo. Desde hace unos años se ha popularizado entre los menores el concepto de «creepypasta». Son historias de terror escritas por los propios chavales utilizando motivos que les son cercanos y reconocibles. No se diferencian mucho de los cuentos de miedo de los fuegos de los campamentos, salvo en su herramienta de transmisión, que es Internet, y que mucha más gente puede participar en su creación, utilizando, de paso, elementos multimedia, entre los que destacan dibujos realizados por los propios autores, con mayor o menor fortuna.
Algunas de estas creaciones se consiguen viralizar y la inmensa mayoría pasan desapercibidas. Uno de los que más triunfó fue Slenderman, una suerte de hombre del saco moderno, alto, de brazos muy largos y sin rostro. Por suerte, las decenas de historias sobre este personaje no fueron tomadas en serio por la población.
En el caso de Momo, sin embargo, ha salido del círculo infantil y ha llegado al de los adultos. Como decíamos, los niños hablan desde lo que usan y conocen: Internet, YouTube, WhatsApp... y cogen elementos universales del terror, como las muertes y los suicidios. Los padres, a veces sobrepasados por una tecnología que no comprenden como sus hijos. Aquí entra en juego otro factor psicológico muy conocido: lo que no se conoce, se teme. Y tenemos el cóctel perfecto.
Una vez que un progenitor se lo ha creído, no tarda en compartirlo con otros —¡qué miedo los grupos de WhatsApp de los padres de alumnos!— y la bola empieza a crecer. Si alguno de éstos, con más conocimientos tecnológicos o tan solo mayor voluntad de informarse contrasta la información e intenta desmentirles, se encuentra con la avalancha de crédulos que lo desprestigian.
Y así, en poco tiempo, la noticia está en la prensa seria, el pánico entre los adultos, que lo transmiten a los pequeños, y no ha existido nunca tan terrible amenaza.
Por eso, siempre, siempre, hay que contrastar las informaciones y dudar de aquello que se escape a la lógica, como que se suicide cualquier persona que no quiera suicidarse.