Miedo, economía y política: la UE en busca de vacuna
Ante la virulencia de la pandemia, la pregunta recurrente es: “¿Pero...y dónde está Europa? ¿Qué hace? ¿Y si no es ahora, entonces cuándo?”.
Por su magnitud y escala carente de precedentes, la crisis del Covid-19 ha desencadenado símiles históricos que alcanzan, en el tiempo récord de apenas unas pocas semanas, desde la épica de la II Guerra Mundial, parámetro remoto de comparación que apela a sacrificios heroicos, hasta las lecciones recientes, todavía en disputa, de la Gran Recesión que sacudió a la entera UE a partir de 2009 y de la que a duras estábamos recuperándonos cuando nos golpea esta otra.
En toda esta literatura, todavía en desarrollo, resalta un hilo conductor: la referencia (de resonancias keynesianas) al “cambio epocal” o “de era” al que nos tocará asistir cuando vuelva a amanecer tras esta abrupta oscuridad. “Nada volverá a ser como antes” es la fórmula que anuncia el hondo impacto cultural, social, económico y político del virus.
Cierto que la pandemia es, por su alcance, global. Pero también que pone a prueba los modelos de respuesta de los actores que ejercen de referente global; en el símil pugilístico, que aspiran a boxear en la categoría de pesos pesados globales. De ahí que en los media y redes se escrute o caricaturice la respuesta arbitrada desde la China de Xi (con su capitalismo de Estado de partido único y mando centralizado) y su contraste con los EEUU de Trump, con el Brasil de Bolsonaro o con la India de Modi.
Pero preocupa, y cómo, que la UE -gigante del comercio global, campeón de la cooperación al desarrollo y la ayuda humanitaria- no ofrezca, a estas alturas, una respuesta distintiva, debatiéndose todavía en el mosaico de medidas de sus Estados miembros (EEMM) y del desbordamiento más o menos acuciante de sus respectivos sistemas sanitarios y de protección social frente a las emergencias.
La Gran Recesión que arrancó en 2009 describe ahora, con crudeza y elocuencia, los graves errores de gestión del Ecofin y la Comisión Barroso 2009/2014 que abrieron cauce a la peor crisis que hasta entonces haya padecido hasta entonces la integración europea. El paisaje de batalla no nos describió “Unidos en la diversidad”, como reza el lema de la UE, sino más bien “desunidos frente a la adversidad”: ¿Norte contra sur? ¿Este contra oeste? ¿Estados acreedores contra estados endeudados? ¿Protestantes/calvinistas de la Liga Hanseática de la Europa del norte, supuestamente virtuosos, como la hormiga de la fábula, contra los alegadamente desmañados/corruptos católicos y ortodoxos de la Europa del Sur, como la cigarra del cuento? Todo eso, y más, resultó en una contraposición de ganadores y perdedores de la crisis, de la que todavía nos dolemos.
Increíblemente, de aquellos polvos estos lodos: ante la virulencia de la pandemia, la pregunta recurrente es: “¿Pero... y dónde está Europa? ¿Qué hace? ¿Y si no es ahora, entonces cuándo?”.
Y decepciona, y enfada, sobremanera, asistir a un nuevo episodio de bloqueo, frustración e insolidaridad, impuesto por una minoría liderada -hay que decirlo- por Países Bajos y Alemania. Una insolidaridad minada por su miopía (¡es toda la UE la que está en juego!). Debe ser denunciada y combatida frontalmente la ausencia de compasión rayana en el sadismo de esa Liga Hanseática, que es uno de esos palabros que en la jerga de la UE describe a algunos Gobiernos de EEMM del norte cada vez más despectivos con la cohesión y las ayudas a la agricultura (despachadas como “viejas políticas”), e intransigentes con la propuesta de mutualización de deuda y préstamos no condicionales que se requiere para sufragar los gastos de reparación de los daños causados por el coronavirus.
Porque esto, y no menos, es lo que exige la actual magnitud de la emergencia: ¡eurobonos, no condicionados! Sin exigir a cambio “reformas estructurales” que adelgacen estructuras de bienestar y protección en el altar de una austeridad desigualitaria y antisocial.
La batalla no está perdida. Está siendo librada. Y debe ser reconocido y celebrado el coraje con que los jefes de Gobierno de España (Pedro Sánchez), Portugal (Antonio Costa), Italia (Giuseppe Conte), que se han plantado y hecho frente a la insolidaridad de Alemania y Países Bajos en el último Consejo, negándose a transigir ningún “Acuerdo de mínimos” inaceptable. Aprendiendo las durísimas lecciones de quienes resultaron minorizados por las mayorías conservadoras que impusieron su cruel estrategia de austeridad recesiva durante la Gran Recesión, se ha abierto un período de 15 días en que la Comisión tiene ahora una oportunidad de ejercer su rol de guardiana de los Tratados, mediadora suprapartes sobre los EEMM, y aportar liderazgo mediante alguna propuesta innovadora que sortee las dificultades jurídicas (los límites de los Tratados o la configuración restrictiva del MEDE): cooperación reforzada, iniciativas legislativas, whatever it takes! A way forward! Una salida hacia delante que relance la credibilidad de la respuesta de la UE ante la ciudadanía que la espera y la merece.
Y, sí, claro, ahí está también la botella medio llena. Fijemos la vista en el Bazooka del BCE (casi un billón de euros de compra de deuda estatal sin intereses); en la inversión en conocimiento científico, investigación e innovación contra pandemias lanzada desde la Comisión (cerca de 400 millones de euros); y en las medidas de flexibilización del Pacto de Estabilidad y Consolidación fiscal que en la práctica incrementan los márgenes de los gobiernos con compromiso social como los de España, Portugal e Italia, que acusan el impacto del virus en la capacidad de resistencia de sus sistemas sanitarios y de protección social frente a la pérdida de empleos.
Pero junto a las implicaciones económicas del destrozo del Covid-19, la UE habrá de estar a la altura de sus consecuencias políticas. Estado de derecho, derechos fundamentales, democracia, principios fundacionales y valores de la UE: los valores y libertades consagrados en el art. 2 TUE no pueden quedar suspendidos ni resultar cuestionados por el virus. ¡Cuidado, mucha atención, alerta ante el retroceso de nuestras libertades! Ni en Hungría, con Víctor Orbán, ni en ningún otro EM de la UE debe bajarse la guardia ante invocaciones patrióticas bajo las que -recubiertas en lenguajes belicistas que ocultan y engañan más que explican- palpita de nuevo un repliegue hacia el nacionalismo y el autoritarismo.
La UE ha de demostrarse una vacuna frente al miedo. Y, sobre todo, mostrarse vacunada frente al miedo. Velar para que en ningún caso pesquen en río revuelto los agitadores del odio que siguen a la ansiedad y a la explotación del miedo. El miedo, también viral, daña la economía, pero también es letal para la salud pública de la sociedad abierta y de la convivencia: ¡El miedo, ese virus terrible, no debe prevalecer, ni contra la pandemia ni cuando la tormenta pase!