Miedo a brillar
Hay una extraña obsesión con eliminar todas las formas posibles en las que las mujeres podamos brillar. Y no me refiero a todos esos cosméticos matificantes que borran cualquier atisbo de brillo, apagan todas las luces y matan todos los reflejos. Me refiero a sobresalir en cualquier ámbito, a petarlo. Cuando una mujer destaca, en lugar de despertar admiración las miradas se vuelven inquisitorias “qué habrá hecho”, “con quién se habrá acostado”, “ha sido demasiado rápido”. Parece que va contra su naturaleza ser buena en algo y sólo por eso ya levantara sospechas. No sólo se duda de su capacidad sino de su constancia y de su trabajo. Como si sus triunfos surgieran de la nada y se debieran siempre a un golpe de suerte, no la consecuencia de sus actos.
Desde pequeñas nos inculcan el miedo a ser la número uno: nuestro lugar es la prudencia y el recato, un modesto segundo plano. Nadie espera de nosotras que seamos protagonistas, ya ni siquiera nosotras mismas. Así, cuando se presenta una oportunidad siempre dudamos “¿seré lo suficientemente buena?” Y cuando ya hemos demostrado con creces que sí lo somos, nos sentimos impostoras. Esto se debe, en gran parte, a la falta de referentes de mujeres que hayan sido valoradas como pioneras en algo. No aparecemos en los libros de historia. No obtenemos Premios Nobel. Y tampoco optamos a la presidencia en las próximas elecciones.
Pero lo peor de todo es el castigo de nuestro entorno, de los amigos más íntimos y hasta de los compañeros de trabajo. Quien aseguró que “los amigos se demuestran en los malos momentos” no era una mujer. A nosotras no ocurre justo al revés: cuanto mejor nos va, menos amigos tenemos. Y lo peor de todo es que no se cortan un pelo en dejar patente que no te lo mereces con todo tipo de comentarios hirientes. Es tal el miedo a tener el foco de atención que no sólo tememos sobresalir en lo bueno sino también en lo malo. Evitamos cabrearnos o levantar la voz para no llamar la atención. Ir contra corriente, estar furiosa o demostrar cualquier tipo de emoción es la forma más rápida de ser cuestionadas. Parece que nuestro rol es camuflarnos, diluirnos, pasar por este mundo sin dejar rastro. Nuestra sociedad no soporta el éxito de las mujeres. No sólo no se lo creen, sino que lo intentan opacar. Y cuando no saben con qué desmerecer nuestros triunfos se meten con nuestro aspecto físico o nuestra personalidad “dónde va esta vieja”, “es un creída”, “viste fatal”.
Y cuando alguien por fin se anima a felicitarnos enseguida le restamos importancia no vaya a ser que nos detecten y nos convirtamos en el flanco “¡qué va!, si no es para tanto”. No estamos acostumbradas a que reconozcan nuestros méritos ni tampoco a celebrarlos, pero tenemos que romper esa inercia y empezar a valorarnos. Hacernos visibles por nosotras y por nuestras compañeras, porque cuando una brilla es bueno para todas. Podemos empezar identificando, al menos una vez al día, lo que hemos hecho bien. Decirlo en alto, saltar y felicitarnos. También podemos pedirle a alguien que nos lo diga y resistir sin negarlo ni menguarlo. Aceptar nuestros logros y no sentirnos mal por ello es un ejercicio de lo más sano. Sólo tenemos que aprender a mirarnos bien. El caso es que lucimos, resplandecemos, volamos alto: brillamos.