Mi querida Paloma
Hablar con ella era descubrir que la vida es más que lo que se percibe en primera instancia.
Era la mujer más intuitiva que he conocido. Y la más estilosa. No había ocasión en que nos encontráramos que no le dijera lo bella que la encontraba. Y es cierto, ella siempre lo estaba.
‘Escribe, Lucía, escribe’, eso me decía una y otra vez, ‘no lo dejes nunca, sigue’. Y aquí estoy, haciéndolo, aunque me rompa el alma hacerlo. Es difícil escribir en pretérito sobre una de las personas más vivas que he conocido, capaz de transmitir una energía inaudita, capturada de aquel chamán que tanto le enseñó en Guatemala, de esa vida repleta de misterio y de fronteras salvadas.
No sé qué decir de Paloma Navarrete, esa mujer consciente hasta límites insospechados, dulce, inteligente y buena, con esa bondad filosófica que nada tiene que ver con los intentos artificiales de agradar o parecer interesante. Paloma era y es así, sin dobleces, de una sola pieza.
Era buena amiga de mi madre, se adoraban, se comprendían. Había algo en ellas que desprendía química cuando estaban unidas. Algo cósmico, como todo lo que ella vivía. Pero era científica, psicóloga y farmacéutica, a ella no le valían los ungüentos de unicornio ni los dientes de dragón. Era pragmática, muchísimo. Creía en lo que veía, con la salvedad de que ella veía mucho más que el resto; por eso habrá quien confunda la fantasía con la realidad, solo porque la de ellos es una realidad enormemente acotada en comparación con la suya.
Yo quería mucho a Paloma, quizá porque era una de esas mujeres que, sin ser familia, una adopta como parte de ella. Virgo ascendente en géminis, era ella; yo géminis ascendente en virgo. Cosas de la vida. ‘Es el cine’ me decía siempre, ‘no lo dejes, es el cine’. Es curioso, su película favorita era Peter Pan, qué paradoja para una de las personas más adultas que he conocido. Decía que al verla había entrado en un estado alterado de conciencia y que, con ella, ‘había aprendido a volar’; con todo, estoy convencida de que esa capacidad era en ella innata, poco necesitaba de instrucción para aprender lo que ya dominaba.
Paloma me contó muchas veces cómo eran las personas pendidas en la interfase, quienes se quedaban aquí, próximas a sus casas o a sus familiares. Y lo explicaba con una claridad meridiana, mostrando que aprendió a vivir con todo ello sin perder la noción de realidad. Ella deslindaba perfectamente lo que sucedía en cada dimensión. Hablar con ella era descubrir que la vida es más que lo que se percibe en primera instancia, mucho más de lo que piensan quienes opinan que esto no es más que un mero transitar: llegar e irse. Me gustaba su visión de la vida, quizá porque es exactamente igual a la mía. Esto no es todo, no puede serlo. Tiene que haber algo más.
Hace años me pidió que escribiera para su web algo sobre el cine y el más allá, quería que pudiera fundir ambas realidades. Por supuesto, cumplí mi promesa, y en un texto que ahora se me antoja extremadamente raso, condensé mi pensamiento acerca de cómo se instruye a los niños en ese desatinado ejercicio de pérdida de conciencia, de esa conciencia, la trascendental. Todo el imaginario infantil está repleto de magia, de leyes ajenas a las físicas, de lo inefable; sin embargo, cuando crecen el único resquicio de realidad permitida es que descubran que el mal efectivamente existe, pero se les dice que no hay manera de salvarlo, sino sometiéndose a él.
Paloma se enfrentaba a ese destino manifiesto y le era prácticamente indiferente el maltraído qué dirán. Ella veía, intuía y sabía mucho más, por eso se ganó el aprecio y el amor de cuantos la conocimos. Era un verso libre.
Soy consciente de mi gran fortuna al haberla tenido en mi vida, le estaré eternamente agradecida. También yo, como Wendy, cada noche dejaré las ventanas abiertas, esperando que Paloma se asome desde Nunca Jamás para decirnos que no le temamos al más allá. Porque ella, con todo lo real que parecía, supo trascender nuestra siempre limitante humanidad. Ventajas de ser una persona que, al contrario que el resto, sí se permitió aprender a volar.