Mi ombligo me salvó la vida
”¿Entonces ya estás curada?”. Sí y no.
Conocía las señales, pero no las vi venir.
Hace una década, fui a una marcha de concienciación del cáncer de ovarios. Fue antes de que me lo diagnosticaran a los 44 años. Me llevé a casa varios folletos en los que lo describían como un “asesino silencioso” porque la mayoría de las personas no detectan los síntomas: ganas frecuentes de orinar, cambios en el tránsito intestinal, hinchazón abdominal, fatiga, estómago revuelto, dolor de espalda, dolor durante el sexo, estreñimiento y menstruaciones con sangrado abundante.
Por desgracia, cada uno de estos síntomas puede deberse a motivos completamente distintos, de modo que es fácil errar en el diagnóstico y no saber que tienes cáncer de ovarios hasta que ya está muy avanzado. Es incurable y, a menudo, fatal.
Durante los 10 años siguientes a la marcha de concienciación, no noté ningún cambio en mi salud que me resultara preocupante. Seguí haciéndome mis citologías rutinarias para la detección de cáncer cervical y empecé a hacerme mamografías anuales a los 41 años, pese a que mi médica de cabecera lo veía innecesario. “Hay muchos falsos positivos”, me dijo.
Fue un dermatólogo, no un ginecólogo, quien me diagnosticó. Tenía una pequeña protuberancia, del tamaño de una goma de borrar, en el ombligo. Cuando el dermatólogo me lo extirpó, pensaba que era inofensivo. La biopsia dijo lo contrario.
La llamada me llegó el 1 de abril de 2020. Ese primer día, solo me hicieron un análisis de sangre. En ese momento de la pandemia, todavía no estaba claro cómo de peligroso era el contacto con superficies contaminadas con coronavirus. Utilizaba las mangas de mis camisas y jerséis para abrir las puertas y luego me despertaba por la noche llevando esa misma ropa y me preguntaba si ahora tenía coronavirus por toda la cama.
El análisis de sangre halló niveles elevados del marcador tumoral 125, un indicador de cáncer que no es del todo fiable en el caso del cáncer de ovarios. Demasiados falsos positivos. También muchos falsos negativos. Mi resonancia la semana siguiente mostró que mis dos ovarios habían sido invadidos por tumores del tamaño de pequeños cítricos y que tenía un tumor del tamaño de un limón en el centro del abdomen. El cáncer se había expandido por toda la zona umbilical y era, hasta entonces, mi único síntoma conocido.
Parece que hay tantas formas de detectar cáncer como personas lo padecen. Según la Sociedad Estadounidense contra el Cáncer, eso es 1 persona de cada 78 que tienen ovarios, de todas las edades. Y 1 de cada 108 personas con ovarios muere por ello.
Una citología no detecta el cáncer de ovarios y no existe una versión de mamografía para ovarios. Entre las personas de mis grupos online de apoyo, algunas lo detectaron cuando estaban embarazadas o cuando intentaban averiguar por qué no se quedaban embarazadas. Algunas tenían sangrados copiosos o lo habían descubierto por suerte al acudir a urgencias por otro motivo.
Innumerables personas han ido al médico con los síntomas anteriormente mencionados y han recibido un diagnóstico errado (síndrome del intestino irritable, ardor estomacal, diverticulitis o menopausia). Demasiadas pacientes vuelven a casa pensando que no era nada o que es culpa suya por tener sobrepeso.
Nos diagnosticamos mal nosotras mismas y evitamos ir a urgencias por esas mismas razones. A mí me pasó. En retrospectiva, me doy cuenta de que estuve sufriendo un dolor intenso de espalda durante 6 meses antes de que me diagnosticaran, pero pensaba que era porque me había lesionado cogiendo en brazos a mi perro de 40 kilos. Aprendí a levantarlo con las piernas y manteniendo la espalda recta y el dolor se alivió. En ningún escenario me habría imaginado que el dolor de espalda me iba a llevar al médico para acabar descubriendo que era cáncer de ovarios desde el principio.
Más de un año después de mi diagnóstico y después de varios meses libre de cáncer, recordé que durante los años anteriores había sufrido dolores agudos en el pecho. Mi búsqueda en internet me convenció de que era ardor estomacal, sobre todo por pasarme con el chocolate y los carbohidratos. Esperar en casa era más cómodo que pasar varias horas en urgencias y nunca se me ocurrió comentárselo a nadie. Solo se me pasó por la cabeza que pudiera ser un síntoma de cáncer después de 13 meses reflexionando sobre los síntomas que no supe interpretar.
¿Me había salvado la vida mi ombligo?
Si mi cáncer no hubiera hallado una vía de escape a través del ombligo, probablemente no lo habrían detectado antes de que afectara a otros órganos vitales, como el hígado, los riñones o los pulmones. Podría haber sido una sentencia de muerte.
Cuando mi conocí a mi oncóloga por videoconferencia, me dijo: “El cáncer de ovarios no es curable, pero es tratable”.
Mi tratamiento empezó con tres infusiones de quimioterapia que hicieron que se me cayera todo el pelo, y justo después descubrimos que mi cáncer era de un subtipo especial llamado carcinoma seroso de bajo grado que no suele responder bien a la quimioterapia. Mi oncóloga me dijo: “La quimio no ha funcionado tan bien como esperaba”.
Tuve que corregirle: “Supongo que quiere decir que no ha funcionado en absoluto”.
En junio de 2020, me extirparon los ovarios, las trompas de falopio, el útero, el epiplón y 25 centímetros de cólon porque (¡sorpresa!) uno de los tumores lo había perforado. Me extirparon todo el cáncer que vieron y los análisis de sangre posteriores mostraron unos niveles mucho mejores del marcador tumoral 125 y de otro marcador llamado proteína epididimis humana 4. Las resonancias posteriores no mostraron ni rastro residual del cáncer.
Una pregunta muy frecuente que me suele hacer la gente es: ”¿Entonces ya estás curada?”.
Sí y no.
El cáncer de ovarios se considera una enfermedad crónica. Es probable que sufra alguna recidiva en el futuro. Incluso habiendo extirpado estos órganos, el cáncer puede reaparecer en otra parte. Sin embargo, no me siento tan cercana a la muerte como hace un año. Si algún día vuelve a aparecerme cáncer, confío en que las investigaciones sobre el cáncer de ovarios hayan dado con un tratamiento definitivo.
El lazo para representar el cáncer de ovarios es de color turquesa. Por eso me teñí el pelo y las uñas de ese color antes de mi revisión de septiembre con la oncóloga. La enfermera que me tomó las constantes vitales me dijo que le gustaba cómo había conjuntado los colores. “Gracias. Es el mes de concienciación del cáncer de ovario”.
Dejó de desinfectar el oxímetro y volvió a mirarme. ”¿Cómo es posible que no lo supiéramos?”.
Quizás por la misma razón por la que yo no me di cuenta de que tenía cáncer de ovario, pese a que había ido a una marcha de concienciación. El cáncer de ovario es un cabrón escurridizo.
Desde que me diagnosticaron, cuando les digo a mis amigas que una citología no sirve para detectar el cáncer de ovario, también les enumero los síntomas que deben vigilar.
“Pues yo los tengo todos”, me han dicho algunas.
Le pregunté a mi oncóloga qué debían hacer esas amigas. ¿Pedir un análisis de sangre para ver el marcador tumoral 125? ¿Una ecografía? ¿Ir al médico y preguntarle directamente si hay algún problema en sus ovarios?
Entonces me dijo que la detección temprana no mejora la tasa de supervivencia al cáncer de ovario. Tardé un tiempo en asumirlo. Ahora sé que, en realidad, no importa en qué fase te detecten un cáncer de ovarios si no hay cura.
No solo necesitamos una prueba de diagnóstico para nuestros ovarios, también necesitamos más investigación para encontrar la cura.
Este post fue publicado originalmente en el ‘HuffPost’ Estados Unidos y ha sido traducido del inglés por Daniel Templeman Sauco.