Mi marido salió del armario poniéndome los cuernos con un hombre. Esta fue nuestra decisión
Miraba a este hombre al que había amado durante la mitad de mi vida y lo veía lleno de vergüenza, confusión y sufrimiento.
Me quedé de pie al borde de la piscina palpando con los dedos de los pies la piedra fría. Mi marido Stuart me sonrió con paciencia mientras ponía los pies a remojo. Llevábamos 27 años casados y sabía que no me gustaba la piscina.
Cuando nuestros hijos eran pequeños, éramos socios del club de natación del barrio. Yo me sentaba al borde de la piscina y movía un poco los pies en el agua. Me aseguré de apuntarlos a natación desde muy pequeños para que no le tuvieran miedo al agua como yo y pudieran jugar a tirarse de bomba y a salpicarse con sus amigos mientras yo miraba desde el borde, pero nunca me uní a sus juegos.
Esta noche era diferente. Hacía calor y nuestro Airbnb tenía una piscina increíble con vistas al valle de Napa y a los viñedos. Me sentía más cercana a mi marido. Este fin de semana era una especie de celebración por los 18 meses de esfuerzo que habíamos invertido en reconstruir nuestra relación desde los cimientos después de que nuestro matrimonio básicamente saltara por los aires.
Justo antes de las vacaciones de 2017, estaba convencida de que mi marido había entrado de lleno en la crisis de la mediana edad, pero lo que descubrí es que tenía una aventura. A priori es algo muy habitual y no tiene nada de especial. Lo curioso es que la aventura la estaba teniendo con un hombre.
Aunque educamos a nuestros hijos para que fueran conscientes de que el amor es amor en cualquiera de sus formas (de hecho, ambos sintieron la necesidad de “salir del armario” como heterosexuales), nunca imaginé que el miembro queer de la familia acabaría siendo mi marido. Las semanas posteriores a la revelación fueron desgarradoras, confusas y tristes, pero también bonitas.
Stuart había dado por sentado que, a raíz de su infidelidad, nos íbamos a divorciar e iba a perder a sus hijos, a sus amigos y a su comunidad. Todo. Sin embargo, yo miraba a este hombre al que había amado durante la mitad de mi vida y lo veía lleno de vergüenza, confusión y sufrimiento. Por eso decidí buscar la forma de seguir adelante con él.
No tenía ni idea de lo que eran los matrimonios de orientación sexual mixta hasta que me vi dentro de uno. Stuart no conocía la escala de Kinsey, que analiza la sexualidad como un espectro, y no tenía ni idea de cómo se identificaba. Como tenía tanto que descubrir y comprender, decidimos que necesitaba espacio para tener citas y descubrir si era gay, bisexual o de cualquier otra orientación, para saber qué implicaba eso para él y para nosotros.
Entre lloros en la ducha, noches de insomnio y libros de autoayuda, decidí que si Stuart era gay, yo podía ser su mejor amiga para mantener unida a la familia. Le ayudé a crear su perfil en la aplicación de citas, le hice buenas fotos para el perfil, y le envié artículos sobre consejos para relaciones homosexuales. En febrero de 2018, Stuart se quitó el anillo de compromiso y me lo entregó para que se lo guardara. Luego se mudó a una ciudad cercana para empezar su investigación.
Sabía que estaba poniendo en peligro mi matrimonio, pero la realidad es que el matrimonio que había tenido hasta entonces ya había terminado. Decidí que quería más a Stuart de lo que quería a nuestro matrimonio y que nuestro futuro pasaba por encontrar la felicidad, no simplemente por salvar nuestro matrimonio. Pero había algo más importante y mucho más difícil: yo también tenía que aprender a quererme más de lo que quería a nuestro matrimonio. Y no lo estaba cumpliendo en el momento en el que ayudaba a Stuart a hacer la maleta.
Siempre me he considerado una persona inteligente, pero en términos generales, mi autoestima estaba por los suelos (sobre todo cuando descubrí que mi marido estaba teniendo sexo con un exmodelo de 25 años). Hasta ahora había intentado ponerle tiritas a mi autoestima a través de una codependencia extrema. Así pues, mientras Stuart tenía citas, yo me puse a trabajar en mí misma. Su infidelidad no era solo sobre su sexualidad, había nacido también de mis propios traumas infantiles, por no sentirme querida o no sentirme suficientemente buena. Tenía demasiados miedos: miedo a que me abandonaran, a que me engañaran, a que me juzgaran, a convertirme en una mártir...
Empecé a hacer meditación, a leer libros de autoayuda y a aprender sobre el budismo. También empecé una rutina de ejercicio diario y me tomé más en serio el yoga. Muchas veces pienso que el yoga me salvó la vida. Da igual lo malo que fuera el día o lo que hubiera discutido con Stuart, me acomodaba en mi esterilla y mi cabeza desconectaba. También iba al psicólogo, con Stuart y por mi cuenta. Poco a poco, empecé a deshacer mi armadura para explorar el origen de mis problemas. Empecé a quererme a mí misma, aunque fue lo más complicado que he hecho en mi vida.
A mediados de año, Stuart determinó que era bisexual y que quería seguir casado conmigo, solo que en una relación abierta para poder tener novio al mismo tiempo. Para que esto funcionara, por muy amenazante que resultara para mí, hicimos un “contrato” ético de matrimonio poliamoroso con un montón de normas sobre la frecuencia y los horarios en los que podía quedar con sus novios, las horas a las que podía escribirles, etc. Quería que Stuart aprovechara su oportunidad, pero también quería que nuestro matrimonio triunfara, no solo que sobreviviera. No sabíamos si funcionaría, pero decidimos intentarlo.
Y eso hicimos. Acordamos priorizar nuestro tiempo en pareja y nuestro matrimonio: más citas entre nosotros, más sexo, mejor comunicación y más sinceridad y vulnerabilidad.
En ocasiones sentíamos que íbamos a toda velocidad tratando de resolver simultáneamente nuestros problemas individuales y nuestras dificultades matrimoniales. Su psicólogo describió nuestras condiciones de vida como un barril de pólvora. Y a veces, por supuesto, explotaba: ya fuera por la vergüenza de Stuart o por mis miedos, la situación estallaba en llamas y teníamos discusiones monumentales. Sin embargo, más allá de esos momentos, nos apoyábamos el uno al otro en nuestro plan de convertirnos en la mejor versión de nosotros mismos.
Hay un proverbio budista que dice: “Sin barro no crece el loto”. Para que una flor tan exquisita como el loto florezca tiene que crecer desde el barro más oscuro. Hice que serigrafiaran esa frase en la pared del cuarto de baño e incluso me tatué una flor de loto en el pie como recordatorio de que todo este sufrimiento nos ayudaría a crecer.
Nuestro “matrimonio 2.0” empezó cuando Stuart se echó novio por primera vez. Me he hecho amiga de todos sus novios, he cocinado para ellos e incluso nos hemos fuimos de vacaciones con uno de ellos. Pese a todos, seguía habiendo problemas: cosas que me ocultaba Stuart, miedo por contraer una ETS, celos, autodesprecios..., pero los afronté con terapia y yoga.
Luego algo empezó a cambiar. Había invertido mucha energía en la sexualidad de Stuart, sus ansiedades, sus novios y sus temores y cuando seguí trabajando en mí misma, supe que necesitaba algo más.
Esa noche en la piscina, 18 meses después de empezar este camino juntos, al borde de la piscina de aquella casa de Airbnb, por fin le dije a Stuart por qué no me gustan las piscinas.
Tenía 7 años, estaba en la piscina de un hotel con mi familia. Mi hermana, sin miedo alguno, se tiró de bomba al agua ante las risas y los aplausos de mi padre. Luego llegó mi turno. Mi padre me animaba mientras me acercaba al borde del trampolín. Me quedé ahí, mirándole y mirando al abismo que me parecía esa piscina, paralizada de miedo e incertidumbre.
Permanecí 20 minutos ahí quieta y mi familia empezó a chincharme. Usaban el humor en vez de un apoyo emocional real, y me sentí avergonzada. Me sentí empequeñecida a ojos de mi familia.
Cuando terminé de contarle esta historia a Stuart, me miró con los ojos empañados. No podía creerse que nunca se lo hubiera contado. Dulcemente y con calma, me dijo: “Estoy aquí, no me voy a ir. Te voy a coger y todo va a salir bien”.
Miré el precioso atardecer, luego la sonrisa de Stuart, cogí aire y salté. En cuanto salí de nuevo a la superficie, me eché a llorar. Estaba exultante. Chillaba de alegría abrazada a Stuart. Me sentía liberada y poderosa. Me sentía libre.
Salí de la piscina y volví a saltar cinco veces más para asegurarme de que se me quedara grabado. Fue entonces cuando me libré de mis miedos.
Ahora sigo saltando figuradamente a la piscina. He hecho un trío con Stuart y su novio buenorro y he tenido unos cuantos encuentros con su novio a solas (consentido por Stuart, por supuesto). Ahora soy profesora de yoga. Ya no trabajo 12 horas al día para demostrar lo mucho que valgo. Y hace poco he abierto mi matrimonio también por mi parte. Tengo 54 años y puedo admitir felizmente que me encanta el sexo casual.
No tenemos ninguna garantía sobre adónde se dirige nuestra relación. Las cosas siempre cambian, la inconstancia es la única certeza que tenemos. Pese a lo mucho que nos queremos, no sé si mi matrimonio con Stuart durará. Ahora al menos sé que vaya adonde vaya, tendré los pies listos en el borde de la piscina. Sin miedo y con interés, estaré lista para saltar.
Este post fue publicado originalmente en el ‘HuffPost’ Estados Unidos y ha sido traducido del inglés por Daniel Templeman Sauco.