Mi marido murió de cáncer de mama
El cáncer asomó su temible rostro en nuestras vidas. Y no un simple cáncer, sino cáncer de mama masculino. Ni siquiera sabíamos de su existencia.
Mi marido Mike tenía nueve vidas, o eso parecía. Cuando nos conocimos, me contó las numerosas experiencias cercanas a la muerte que había tenido (demasiadas para enumerarlas aquí), entre las que destaca una infección viral que le llevó a someterse a un trasplante de corazón cuando tenía 35 años. Era un milagro andante.
Lo admiraba profundamente, a él y su espíritu triunfante. No se dejaba perturbar por casi nada en la vida, siempre era optimista y sabía mantener la compostura en los momentos más difíciles. En cambio, mi personalidad de tipo A hacía que la necesidad de tener todo bajo control fuera mi segunda naturaleza. Vivía en un mundo de lógica y necesitaba respuestas para todo. La vida era un equilibrio de causas y efectos. Yo creía en la existencia del karma y pensaba que recibías lo que sembrabas. Cuando conocí a Mike, me vi expuesta una forma de pensar muy diferente. Me regaló un nuevo modo de vivir en el presente.
Nos conocimos un viernes por la noche en un bar de Los Ángeles y dos días después tuvimos nuestra primera cita. Pasamos juntos todos los días de los siguientes siete años, sin excepción. Era el elegido. Cinco semanas después de empezar a salir con Mike, sufrió un paro cardíaco en mi casa. Mientras yo llamaba desesperadamente a urgencias, dejó de respirar. Estuve haciéndole reanimación cardiopulmonar durante 11 minutos, el tiempo que tardaron en llegar los paramédicos. Estaba prácticamente claro que su cerebro había pasado demasiado tiempo sin oxígeno. En urgencias, los médicos me advirtieron de que probablemente sufriría graves daños cerebrales en caso de que lograra sobrevivir. Al más puro estilo de Mike, sorprendió a toda la comunidad médica y salió de la unidad de cuidados intensivos cardíacos dos semanas después con todas sus facultades intactas.
Fue a través de esa experiencia cercana a la muerte cuando me di cuenta del alcance de mi amor por Mike. Decidí en esa UCI, mientras él aún estaba en coma y su futuro aún era incierto, que permanecería a su lado para ayudarle independientemente de las secuelas que tuviera. Pese a lo aterrada que estaba, sabía que podría seguir amando a Mike. Nos casamos un año después y nos comprometimos a sacar el máximo partido de cada día que estuviéramos juntos. Tenía el corazón dañado y ahora necesitaba un segundo trasplante, pero teníamos fe en que llegara. Al igual que había sucedido con los demás obstáculos que había superado, estábamos seguros de que saldría adelante de nuevo.
En 2015, Mike acababa de cumplir 46 años y estábamos centrados en cuidar su salud cardíaca hasta que llegara el segundo trasplante. Un día, en la ducha, notó un bulto del tamaño de una moneda pequeña detrás del pezón y me lo contó como quien no quiere la cosa. Convencido de que era solo un quiste, estuvo meses aplazando la revisión. Al final le obligué a ir al médico cuando ya estaba claro que el bulto estaba creciendo y el pezón se estaba invirtiendo. En ningún momento se nos pasó por la mente que pudiera ser cáncer.
Su médico no parecía muy preocupado, pero decidió hacerle pruebas por si acaso. Tras una mamografía, una biopsia con aguja y una tomografía, le diagnosticaron, para sorpresa de todos, cáncer metastásico en fase 3. El cáncer asomó su temible rostro en nuestras vidas. Y no un simple cáncer, sino cáncer de mama masculino. Ni siquiera sabíamos de su existencia. Sabíamos que las mujeres podían sufrir cáncer de mama, pero ¿los hombres? Pues resulta que las estadísticas muestran que de cada 833 hombres, uno padecerá cáncer de mama en algún momento de su vida.
Había aceptado que Mike necesitaba un trasplante de corazón como la normalidad en nuestra relación, pero la simple idea de añadir el cáncer a la mezcla fue apabullante. Me quedé emocionalmente destrozada y me preocupaba lo que pudiera suponer para nosotros. Teníamos una rutina por la que monitorizábamos su salud cardíaca y acudíamos a clínicas de trasplantes para evaluar su progreso mientras esperábamos que nos avisaran de que había llegado un corazón. Ahora ese corazón jamás llegaría, ya que el cáncer lo convertía en no elegible para el trasplante. No fui capaz de procesar nada de eso. Habíamos hecho todo lo posible y Mike tenía muchísima fortaleza. ¿Cómo era posible que este nuevo diagnóstico nos desestabilizara tantísimo?
Nos enteramos poco después de que los receptores de trasplantes tienen un riesgo entre dos y cuatro veces mayor de sufrir cáncer a lo largo de su vida. Me sentí culpable por haber permitido que retrasara tanto la visita al médico para revisar el bulto. ¿Tendría que haber sabido que era más probable que sufriera cáncer en sus circunstancias? ¿Debería haberme informado más sobre el cáncer de mama? No me podía creer que mi querido marido fuera a sufrir otra crisis de salud. Me sentí indefensa y desesperada por superarlo. Por primera vez, temí por nuestro futuro.
Aparté a un lado toda emoción y cambié el chip al modo de supervivencia extrema. Me convertí en una esposa y enfermera devota a todos los efectos. Me aseguraba de que no se saltara ninguna citación médica ni sufriera otro percance médico. Íbamos a superar esto. Como había sucedido con los anteriores, Mike afrontó este desafío con la cabeza alta y un optimismo absoluto. En enero de 2016, se sometió a una mastectomía radical del pecho izquierdo y le extirparon todos los ganglios linfáticos de la axila izquierda, ya que el cáncer se había propagado por casi todos ellos. Por desgracia, también descubrieron que el cáncer había llegado a varios ganglios del pecho que no se podían extirpar quirúrgicamente. Y así empezó la lucha sin tregua contra el cáncer.
Al tener un sistema inmunitario tan debilitado y un corazón trasplantado, tampoco era elegible para someterse a un tratamiento agresivo de quimioterapia. Era una batalla cuesta arriba, complicada y confusa. Me sentí abrumada y estresada por los obstáculos del camino, pero pero no se lo mostraba a Mike, que siempre estaba positivo y convencido.
Durante estos primeros meses, me dolió darme cuenta de la estrechez de miras de la comunidad médica al abordar el cáncer de mama. Las citas de oncología se hacían en una sala de exploración de lazos rosas. Las mamografías se hacían detrás de puertas con carteles en los que advertían: SOLO MUJERES. Conseguir que financiaran las pruebas y los medicamentos que necesitaba requirió un tiempo y un esfuerzo extraordinarios, además de apelaciones, ya que la compañía de seguros no aprobaba esos gastos médicos para hombres, pese a que le habían diagnosticado cáncer de mama. A Mike esto le desanimaba, pero a mí me enfurecía. Aceptar el cáncer fue difícil, pero el discriminatorio mar de lazos y batas rosas de hospital y la dificultad para acceder a los tratamientos no hacía más que agravar su desamparo por ser un hombre con cáncer de mama. Me dolía el corazón por él. Quería protegerle de todo y chillarle a la comunidad médica y a Dios con toda la fuerza de mis pulmones.
Empezamos a apreciar aún más nuestro tiempo juntos. Más que nunca, fuimos conscientes de que no teníamos garantizado un mañana, así que hicimos más viajes y vivimos el presente todo lo posible. Pese a mi miedo, aprendí a abrazar la belleza del ahora. Siempre me habían atraído las filosofías budistas, pero viviendo con Mike aprendía la práctica en tiempo real. Me daba cuenta de la fragilidad de la vida y comprendía mejor lo afortunados que éramos de tener esta relación. Me asustaba el futuro, pero nuestro amor me llenaba de paz y satisfacción a diario. Había esperado 34 años para conocer a este hombre y quería seguir con él el resto de mis días.
Cuando nos casamos en 2012, Mike prometió que me llevaría a Europa para cumplir el viaje de mis sueños cuando llegara nuestro quinto aniversario de boda. Él sabía que yo siempre había querido ir a París y, a medida que se aproximaba la fecha, entre un tratamiento para el cáncer y otro, Mike empezó a planificar esas vacaciones. Yo estaba muerta de miedo y Mike se negaba a dejarse disuadir. Insistía en que teníamos que vivir la vida a tope, pese a su enfermedad y otros obstáculos, así que viajamos a Europa.
Aunque estaba aterrada, no me pareció justo negarle esa oportunidad. ¿Y si era su último deseo? Sabía que este viaje sería distinto de cualquiera de nuestros viajes anteriores. Ahora Mike estaba demasiado débil como para llevar el equipaje, subir o bajar las escaleras y manejarse por los medios de transporte públicos. Me preocupaba que no fuera capaz de aguantar, pero también dudaba de mi propia capacidad de llevar todo el peso de nuestras cargas (literal y figuradamente).
Para ajustarnos a sus necesidades de descanso, aligeramos nuestro itinerario eliminando tours turísticos y otras atracciones que habíamos planeado en un principio y nos tomamos el viaje al nuevo ritmo lento de Mike. Se encontraba cada vez peor y la realidad de nuestra situación se volvió más que evidente durante el viaje. Fue un desafío y Mike sufrió todos los días, pero cumplimos nuestro sueño y celebramos nuestro aniversario en París. Volvimos a Estados Unidos realizados. No obstante, Mike había cambiado su forma de ver sus limitaciones físicas.
A medida que el cáncer se propagaba por su médula espinal, sus huesos, el hígado y el cerebro durante los meses siguientes, la situación de Mike fue cambiando bastante. Aunque su corazón de algún modo se mantuvo estable, su movilidad había quedado radicalmente reducida y se fatigaba con gran facilidad. Dependía de una máquina de oxígeno para respirar y solía estar confinado en una silla de ruedas, pero su espíritu nunca flaqueó. Estuvo meses sometido a tratamientos de radioterapia, a diversas operaciones, a frecuentes estancias hospitalarias y a interminables citas médicas. Me convertí en su cuidadora y nuestra vida de casados se complicó más de lo que jamás me había imaginado. El voto que intercambiamos en nuestra boda de “en la salud y en la enfermedad” nunca fue más cierto.
Para mí fue un desafío mental, emocional y físico, pero ser testigo de la tenacidad de Mike me enseñó muchísimo sobre cómo vivir de verdad durante esos meses. Cuando empezó a sufrir insuficiencia renal aguda y no quedaba nada que pudieran hacer por él, se resignó a volver a casa para recibir cuidados paliativos. Mi corazón quedó hecho pedazos y yo, destrozada ante la perspectiva de perder al que era mi mejor amigo y el amor de mi vida, pero lo que sabía era que no quería que él sufriera más. Me comprometí a hacer que sus últimos días fueran lo más llevaderos y agradables posible.
Se encontraba escalofriantemente débil y ambos sabíamos que su final estaba cerca. Sin embargo, tal y como cabía esperar conociendo su historial de milagros, Mike recobró parte de sus fuerzas y “sanó” lo suficiente como para pasar otras seis semanas entre nosotros: comía fuera, salía para socializar con familiares y amigos y exprimía al máximo el tiempo que le quedaba. Incluso insistió en invitarme a nuestro restaurante favorito por nuestro sexto aniversario de boda. Con sus 2,05 metros de estatura, era muy complicado vestirlo y sacarlo de casa, ya que estaba muy débil, pero cargamos la silla de ruedas en el coche y volvimos a nuestro rincón para celebrar nuestro enlace. No podía creerme que hubiéramos cumplido un año más para celebrar este momento y me sentí bendecida por pasar esa noche con mi precioso marido al otro lado de la mesa, más enamorada que nunca.
Esa fue la última vez que Mike salió. Murió en paz en casa dos semanas después, el 14 de mayo de 2018, con 48 años (a dos días de cumplir los 49). Fue una batalla larga y dura y, lo que más le importaba: cumplió todas las promesas que me hizo. La más importante de todas fue que se aseguraría de que yo estuviera bien cuando él se hubiera ido. Congregó a mis amigos y familiares y se aseguró de que todos se comprometieran a cuidar de mí en su ausencia. Admito que ha sido demasiado complicado estar “bien” este último año, pero el ejemplo que me dio de cómo aferrarse a la vida y aprovechar al máximo cada día me ha dado más fuerzas de las que jamás habría creído posibles. El regalo de su amor ha alimentado mi alma para toda la vida. Mike era un milagro andante y el modo en que vivió cada una de sus nueve vidas es lo más destacable. Fue la fuente de muchas de las cosas buenas que me han pasado e inspiró a muchas otras personas que presenciaron su camino.
He visto con mis propios ojos que el cáncer de mama masculino es real y letal. Aunque sea menos frecuente entre los hombres, en su caso es más probable que aparezca en un estadio más avanzado que en el caso de las mujeres. La tasa de supervivencia también es más baja entre hombres. Estoy segura de que si hubiera sabido más sobre el cáncer de mama masculino, le habría insistido más a Mike para que fuera antes al médico, pero solo puedo especular cómo habría influido eso en su pronóstico. Ahora, un año después de la muerte de Mike, solo puedo desear que las personas sepan lo cruel que es el cáncer de mama y sean conscientes de que no hace ningún tipo de distinción entre hombres y mujeres.
Este post fue publicado originalmente en el ‘HuffPost’ Estados Unidos y ha sido traducido del inglés por Daniel Templeman Sauco.