Durante mucho tiempo, intenté acostumbrarme a la impensable ausencia de mi hijo en mi vida. Lo llevaba tan en secreto que pensaba que era la única madre del mundo con este problema.
Pero lo cierto es que hay miles de padres y madres unidos por un sentimiento de pérdida que nadie más alcanza a comprender.
Lo descubrí al encontrar un foro de internet en el que otras personas compartían el mismo sentimiento profundo, frío y solitario de desesperación que me embargaba todos los días. Escogí un grupo casi al azar, compartí mi historia y leí la de los otros integrantes. De Mánchester a Melbourne, encontré cierto consuelo en las personas que estaban atravesando la misma situación de pérdida, rabia y sufrimiento profundo que yo.
Los motivos por los que nuestros hijos dejan de dirigirnos la palabra varía mucho. Por los motivos que sean, ya no nos quieren en su vida. A veces uno de los padres manipula al hijo después de un divorcio para ponerlo en contra del otro padre. En otras ocasiones, no hay una tercera persona implicada y, simplemente, el hijo decide culpar a sus padres por sus problemas en la vida.
Hay miles de padres y madres unidos por un sentimiento de pérdida que nadie más alcanza a comprender
Sean cuales sean nuestras historias, lo que nos une es nuestro sufrimiento. No creo que haya ningún padre o madre que asegure haber sido perfecto con sus hijos. Todos nos arrepentimos de algo, pero también veo que todos les amamos profundamente.
Mantengo una relación cercana y maravillosa con mi otro hijo, y es un consuelo enorme, pero no dejo de pensar en el hijo que no me habla y en el nieto que aún no conozco. Un día, tomándome un café en un bar, una madre joven se sentó con su bebé rubio, que me recordó al mío. El pequeño empezó a revolverse en el carrito y su madre sacó un cochecito de la bolsa para entretenerlo. Mi mente retrocedió a la época en la que era yo la que llevaba juguetes en la bolsa y la pena me abrumó. Me quedé ahí sentada, mirando, con las lágrimas cayéndome por las mejillas.
Pienso a menudo en su primer día de guardería, cuando me pasé la mañana entera esperando afuera por si acaso lloraba y me necesitaba; en sus tartas de cumpleaños y en los fuertes que construíamos con cajas de cereales vacías; en las clases de conducir que le di y en su adolescencia. Mi hijo era un niño dulce y divertido. Todos esos años de amor y apoyo incondicional parece que han caído en el olvido y aquí estoy, escribiendo esto durante el segundo año que lleva sin hablarme, con el corazón roto, avergonzada, sintiéndome culpable y con mi sufrimiento aumentando día a día.
Aunque mi hijo y yo nunca recuperemos la relación que teníamos antes, yo sigo siendo y siempre seré su madre
Esta situación no solo nos afecta a nosotros, claro. Le salpica a toda la familia. Hago lo posible por no hablar del tema con su hermano. No quiero que piense que debe elegir entre uno de nosotros, pero, inevitablemente, su relación también se ha deteriorado, para mi desgracia. Otros familiares intentan no posicionarse, pero la realidad es que mi hijo no solo ha perdido a su madre, sino también a una rama de la familia. Nadie sale ganando.
Como no hablamos de ello ni lo saben las personas ajenas a la familia, no podemos apoyarnos en la compasión de los demás. No recibimos las palabras de consuelo ni los abrazos ni los pequeños gestos de amabilidad que sí reciben en circunstancias normales los afligidos. Los padres cuyos hijos no quieren saber nada de ellos también estamos afligidos, pero no nos queda más remedio que soportarlo solos y vivir con nuestros recuerdos y nuestro arrepentimiento.
Cuando me encuentro con conocidos, siempre me preguntan por mis hijos y mis nietos. Me veo obligada a dar explicaciones breves y sonrojantes. A veces me pongo a la defensiva y me avergüenzo, como si hubiera cometido un pecado imperdonable que ninguna “buena” madre habría cometido jamás.
Cuando uno de tus hijos decide no saber nada más de ti, tu autoestima y tu identidad se derrumban de un plumazo. Cuando das a luz, te conviertes en madre, y para muchas de nosotras, esa pasa a ser nuestra nueva identidad. Y aunque mi hijo y yo nunca recuperemos la relación que teníamos antes, yo sigo siendo y siempre seré su madre.
Cuando nació, me pareció tan hermoso que me enamoré al instante. Una parte de mí ya sabía que algún día, de algún modo, tendría que dejarle marchar. Al fin y al cabo, nuestra misión como padres es preparar a nuestros hijos para que aprendan a vivir bien sin nosotros.
Pero así no. Así no.
Este post fue publicado originalmente en el ‘HuffPost’ Reino Unido y ha sido traducido del inglés por Daniel Templeman Sauco.
Padres e hijos: la primera foto
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"Papi cogiendo a su hijo por primera vez"
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