Mi hijo de 10 años ha visto porno por primera vez. Así fue nuestra conversación
Un férreo control parental no es tan eficaz como cultivar una relación en la que tus hijos sepan que pueden acudir a ti con sus preguntas.
Mi hijo tiene casi 11 años y empieza el instituto en septiembre, lo que significa que está a punto de empezar la pubertad. Aunque todavía no está interesado en el sexo en el sentido erótico, le interesa conocer la mecánica. Esta fase ha supuesto responder a algunas de las preguntas más difíciles a las que me he enfrentado como madre, como ”¿Qué aspecto tiene el semen?” o ”¿Cómo tienen sexo los homosexuales?”.
Hace unas semanas, cuando mi hijo me dijo que un amigo de 12 años le había enseñado algo “inapropiado” en el móvil, no caí en la cuenta. Lo mencionó un par de veces, pero con prisas para llegar a tiempo al autobús para el campamento, o cuando yo estaba haciendo la cena, y digamos que rebotó en mi cerebro de madre soltera sin causar demasiado impacto.
Hasta la tercera o cuarta vez no especificó que ese “algo” inapropiado era un vídeo de Pornhub. Al parecer, estaba en un grupo de WhatsApp con dos amigos cuando el mayor de los tres compartió unos vídeos de la susodicha web. Me costó sonsacarle los detalles, pero digamos que había visto una escena agresiva de sexo oral.
“¡Un hombre le metió la cola en la boca!”, me explicó a gritos.
Llevaba tiempo temiendo que llegara esa edad en la que necesitaría su propio móvil, en parte porque me parecía que era como darle una máquina de porno de bolsillo. No sé por qué, pero me parecía que el porno era menos accesible en el iPad, ya que lo usa sobre todo para jugar mientras está sentado a mi lado. Reviso regularmente lo que ve y con quién habla, pero soy una madre soltera que trabaja a jornada completa; mentiría si dijera que superviso cada segundo que usa su dispositivo.
En resumen: pensé que aún me quedaba tiempo hasta llegar a la conversación sobre el porno.
Sin embargo, tenía claro que quería transmitirle algunas ideas básicas: 1) No me he enfadado, la curiosidad por el sexo es natural. 2) El porno es para adultos, no para niños. 3) El porno no es educación sexual y no refleja necesariamente la realidad.
El tercer punto fue el más difícil de explicar. Cuando le dije que el porno está hecho por actores, me contestó: ”¿Cómo que actores? La cola del hombre de verdad estaba dentro de la boca de la mujer”.
Respiré hondo. Sí, la cola estaba realmente en su boca. Pero el porno es un entretenimiento para adultos y no refleja necesariamente cómo es el sexo entre dos personas. (Esto llevó a otra conversación sobre el trabajo sexual, que le dije que era un trabajo como cualquier otro).
Acabé muy satisfecha después de nuestra conversación improvisada, pero creo que debería haber hablado con él sobre el porno antes de que existiera la posibilidad de que lo viera.
Después, le conté lo sucedido a la educadora sexual Erica Smith, y le pregunté a qué edad deberían los padres empezar a hablar con sus hijos sobre el porno. Aunque dice que no hay una edad exacta para comenzar estas conversaciones, sí aconseja adelantarse al tema y señala algunos momentos: “Antes de la pubertad. Una vez que tengan acceso a Internet sin supervisión. Si ya han expresado curiosidad por el sexo. Si pasan tiempo con niños mayores sin supervisión”.
Estoy segura de que algunos lectores se preguntan qué clase de preadolescente informa inmediatamente a su madre después de ver porno, y yo también sigo sin terminar de creerme que venga a mí con todas estas cosas, pero lo agradezco. Sé que, en algún momento, aparecerá su sentido de la privacidad adolescente, pero por ahora, estamos manteniendo conversaciones abiertas y honestas sobre el sexo y la sexualidad igual que las tenemos sobre la injusticia social o las emociones difíciles.
Aunque a veces me cansa un poco que me avise cada vez que tiene una erección, me alegro de que se sienta totalmente cómodo hablando conmigo de ello. (Que conste que le he dicho que no necesito saber lo de la erección).
No creo que el sexo o la pornografía sean malos de por sí, y tratarlos como tal solo conduce al secretismo y a la vergüenza por la curiosidad natural de los niños.
A mí me educaron en una familia cristiana evangélica que hacía un gran énfasis en que el sexo antes del matrimonio estaba prohibidísimo. En consecuencia, nunca informé a nadie cuando me violaron a los 14 años. Tenía demasiado miedo de tener problemas por haber tenido relaciones sexuales, aunque no hubiera sido decisión mía.
Al tratar el sexo como un tema neutral, aumento las probabilidades de que mi hijo quiera hablar conmigo si tiene algún tipo de problema sexual en el futuro. Este año asistió a su primera lección de educación sexual en el colegio, pero solo duró un día y ni siquiera mencionaron la pornografía ni muchos otros temas que quiero que conozca, como el consentimiento y la diversidad corporal. Al acudir a mí con sus preguntas sobre el sexo en lugar de a Internet o a sus amigos, obtiene la información precisa que necesita para mantenerse seguro y, con suerte, alcanzar una sexualidad adulta saludable.
La informalidad con la que tratamos los temas sexuales también significa que no tenemos una única “charla sobre sexo”, sino que son muchas pequeñas conversaciones.
Me pasó en un restaurante a la semana siguiente, cuando dijo de pronto: “No puedo dejar de pensar en el sexo oral”. (Tierra, trágame).
“Bien, ¿qué dudas tienes?” le pregunté. Resultó que tenía muchas. (Tierra, traga también a los demás comensales que pudieron escuchar nuestra conversación).
Pero sus preguntas llevaron a una charla más profunda sobre cómo el porno presenta a menudo una fantasía masculina de cómo debería ser el sexo, y no siempre tiene en cuenta el placer de la mujer.
A este respecto, le dije que el porno tiene su utilidad y que muchos adultos lo ven de vez en cuando, pero que no quiero que aprenda sobre el sexo así, cuando todavía se está desarrollando y aprendiendo sobre cómo puede ser el sexo de verdad.
Se habla mucho de cómo afecta a los niños ver porno, y hay muchas “investigaciones” realizadas por grupos religiosos anti-LGTBIQ+, antiabortistas, etc. Como señala Smith, nunca se han estudiado de verdad los efectos del porno en los niños porque sería ilegal mostrarles pornografía. Como sucedáneo, los investigadores se basan en experiencias narradas por adultos.
La organización Sex Positive Families expone más advertencias sobre el porno para educar a los niños: “El porno no es una representación exacta de los cuerpos, el sexo, el consentimiento o las relaciones”. “El porno no suele mostrar prácticas sexuales seguras con preservativos ni otros métodos de barrera ni anticonceptivos ni las conversaciones entre las parejas”.
“Entiendo”, me dijo mi pequeño pensador crítico al final de nuestra conversación. “No es real”.
Nuestra conversación fue un poco más sencilla, ya que él no había buscado porno y aún no quiere ver más (no como la hija de mi amigo, cuya madre revisó el historial de su navegador para descubrir que la niña había estado buscando insistentemente vídeos de animales apareándose). Mi hijo intuye muy bien lo que no es apropiado para él y tiene una fuerte voz interior sobre lo que le incomoda. Por ahora, el porno está en esa lista.
No sé cuánto tiempo me queda antes de que mi hijo se encierre en su habitación y empiece a comunicarse con gruñidos, pero he hecho todo lo posible para que sepa que siempre puede acudir a mí con cualquier pregunta o problema, y que nunca le juzgaré ni le avergonzaré.
Como señala Smith, un férreo control parental no es tan eficaz como cultivar una relación en la que tus hijos sepan que pueden acudir a ti con sus preguntas sobre sexo.
“A veces los padres instalan programas informáticos o limitan el acceso de sus hijos a Internet de otras maneras. Todo esto depende de cada padre”, dice. “Pero lo cierto es que es muy fácil acceder al porno de muchas formas y lo mejor que puedes hacer es mantener la comunicación abierta con tus hijos”.
Este post fue publicado originalmente en el ‘HuffPost’ Estados Unidos y ha sido traducido del inglés por Daniel Templeman Sauco.