Mi hija dice palabrotas, y no pasa nada
En general, creo que la estoy educando jodidamente bien.
Empecé a seguir Juego de Tronos tarde. Sé lo justo para haber disfrutado de la última temporada. Mi hija Miriam tiene 6 años y no suele irse a dormir antes de las 9. Miriam también sabe qué series son ficticias, qué hacen los actores y qué son los efectos especiales.
Ya eran casi las 9 de la noche y estábamos preparadas para ver el penúltimo episodio de Juego de Tronos o, como lo llama Miriam, El Show de los Dragones. En los primeros minutos del episodio, me hizo un millón de preguntas, sobre todo acerca de la edad de los personajes. Mi marido se había ido a la tele pequeña del dormitorio para ver el episodio tranquilo. Miriam y yo nos quedamos en el sofá, donde me siguió entreteniendo con sus preguntas. Como acabo de contar, conozco la serie desde hace muy poco.
**SPOILERS DE JUEGO DE TRONOS**
Cuando Daenerys sentencia a muerte a Varys y su dragón aparece lentamente en el plano asomando la cabeza entre la oscuridad, mi pequeña crítica de televisión no se contuvo. Boquiabierta, susurró lenta y dramáticamente: “JO-DER”.
Me sentí muy orgullosa por lo bien que había aplicado la palabrota.
Muchos probablemente tengáis opiniones muy respetables sobre mí, como por ejemplo:
“¿¡Dejas que tu hija de 6 años vea Juego de Tronos!?”.
“Le estás dando un mal ejemplo a tu hija”.
“Pero, ¿¡qué clase de madre eres!?”.
No tenía planeado educar a mi hija bajo la regla de “decir palabrotas en casa no es malo”. Creo que simplemente surgió así.
Me río cuando mi hija repite con su voz aguda y tímida el “oh, mierda” que se me escapa cuando me doy cuenta de que me he dejado algo en casa y ya la he abrochado al asiento del coche. Una vez, cuando el coche de enfrente no avanzaba en la intersección para girar hacia la izquierda, me eché a reír al oír esto saliendo de su boquita: ”¿¡A qué cojones espera!?”. A partir de entonces, cuando se nos ponía rojo el semáforo en las narices, pasábamos los siguientes 60 segundos repitiendo en bucle mientras nos tronchábamos de risa: ”¿¡A qué cojones espera!?”. Estábamos rompiendo las reglas. Era una experiencia que nos unía. Era una forma distinta de pasar el tiempo con mamá, pero a nosotras nos iba bien así.
Yo crecí con tres hermanos mayores que tenían un vocabulario muy elocuente. Ya fuera insultándose entre ellos por haber invadido el espacio del otro o simplemente describiendo cómo les había ido el día, los mierda y los joder volaban a discreción. Mi madre a veces se molestaba, pero corregir la forma de hablar de sus hijos no estaba entre sus prioridades como madre. Mi padre trabajaba muchas horas y mi madre vivía rodeada de testosterona. No era más que nuestra forma de comunicarnos.
Pero dejad que os explique mi forma de verlo: las palabrotas no son más que eso, palabras. Letras unidas para expresar una emoción. Las palabras peligrosas, las que de verdad son palabrotas, son las burlas, los menosprecios, las palabras que siembran dudas en una persona y en los demás.
En nuestra casa, estúpido es una palabrota. Feo es una palabrota. Rendirse es una palabrota. Poner motes y usar cualquier palabra que pueda hacer daño es lo que me preocupa a mí. Decir joder es inofensivo en comparación con el daño que pueden hacer muchas palabras que no son palabrotas.
Mientras mi hija sea consciente de que no conviene decir estas palabras fuera de la seguridad de nuestra casa, no le pondremos ninguna pega. Hasta ahora nos ha funcionado. Cuando los niños mayores del patio o a la salida del cine empiezan a insultarse, me dice: “Mamá, esos niños se están diciendo palabrotas. No deberían hacerlo”.
Sí, tiene 6 años y dice tacos, pero también es la primera en decirte que le gusta cómo te has dejado el pelo o el vestido que llevas y también es la primera que dice hola a otro niño que quizás necesite un amigo, así que, en general, creo que la estoy educando jodidamente bien.
Este post fue publicado originalmente en el ‘HuffPost’ Estados Unidos y ha sido traducido del inglés por Daniel Templeman Sauco.