Mi hermano se suicidó, así que sé cuánto importan las palabras
El modo empleado para informar de un suicidio puede provocar impulsos de imitación, sobre todo si la noticia trata sobre una persona famosa.
El 29 de mayo de 2004, dos días después de mi último examen del tercer año de carrera, mi hermano mayor Stephen se suicidó. Tenía 25 años.
Por desgracia, en los 16 años que han transcurrido desde su muerte, parece que todavía no hemos encontrado la solución a este dilema: ¿Cómo ayudas a alguien que siente que no tiene nada por lo que vivir? En el Reino Unido, el número de suicidios aumentó en un 10,9% en 2018, según ha publicado la organización para la prevención de suicidios Samaritans. Sin embargo, parece que cada vez hablamos más de este tema, y eso solo puede ser bueno, ¿no?
No siempre es así y los medios desempeñan un papel fundamental. El modo empleado para informar de un suicidio, por ejemplo, puede provocar impulsos de imitación, sobre todo si la noticia trata sobre una persona famosa.
En la web de Samaritans hay consejos para evitar más tragedias de este tipo, consejos que algunos medios como el Daily Mail y The Sun decidieron ignorar cuando publicaron en portada el método concreto del suicidio de Caroline Flack el miércoles. The Sun, el mismo periódico que no tardó en publicar varias noticias sobre la tristeza que sentían por la muerte de su amiga y en las que le echaban la culpa al trato que había recibido de la Fiscalía General del Estado. The Sun, el mismo periódico que dirige una campaña continua de prevención de suicidios llamada You’re Not Alone (No estáis solos).
Hubo más medios que decidieron ignorar las premisas de Samaritans, pero The Sun, que ese mismo fin de semana borró un artículo que habían publicado en las horas previas al suicidio y en el que criticaban y acosaban a Flack, apesta a hipocresía.
Pero no son solo los medios que publican noticias como esas los que promueven estas tragedias y enfadan a quienes ya han sufrido este problema en sus familias. Desde el primer momento, los usuarios de Twitter criticaron a los medios, a la Fiscalía General y, curiosamente, también al presentador Ant McPartlin, que al parecer tendría que haberlo pasado peor por sus problemas de adicción cuando se convirtieron en el centro de atención de la prensa el año pasado. Es una lógica extraña por parte de quienes afirman preocuparse profundamente por la salud mental de los demás.
El problema con las redes sociales es que sus integrantes todavía no se han dado cuenta de que forman parte de ese conjunto que tan ambiguamente denominamos “los medios”.
De hecho, a los usuarios de las redes sociales tal vez les interese saber que están sujetos a las mismas leyes que los periodistas en cuanto a difamar o a revelar la identidad de las víctimas de delitos sexuales. Si lo de “redes sociales” como medio de comunicación social sigue sin convencerte de que también forman parte de los medios, fíjate en cuántos tuits insertan los periódicos digitales en sus artículos a modo de “contenido adicional”.
Es más, ahora ni siquiera es verdad que la prensa escrita sirva al interés de los lectores; en la era digital, son los lectores quienes dictan lo que van a publicar esos medios. Los editores priorizan el contenido del periódico basándose en los trending topics, likes, y retuits de las redes sociales de forma que cualquier artículo que publiquen tenga mayor alcance.
No solo no les hace ningún bien en vida a los receptores de dichos cotilleos o palabras poco amables, sino tampoco en su muerte ni en su recuerdo. Pese a las perogrulladas vacías que han publicado medios como The Sun, al igual que sucede con otras tragedias, el suicidio también se convierte a menudo en carne de titular sensacionalista. Pero nadie vuelve a casa quejándose de que llega tarde porque a una persona “egoísta” le ha dado un infarto en el metro. Nadie recuerda una anécdota sonrojante y termina diciendo: “Sinceramente, se me pasó por la cabeza romperme el bazo”. No sabes si estás hablando con una persona que ha pensado alguna vez en suicidarse o que se ha visto afectada por un suicidio ni conoces los problemas que esconde tras su fachada de Instagram. Por eso importan las palabras.
La muerte de mi hermano tuvo lugar antes del auge de las redes sociales, algo que agradezco profundamente, y las circunstancias de su fallecimiento fueron muy distintas de las que han aparecido recientemente en los medios. Sin embargo, incluso las plataformas de comunicación más básicas fueron horribles para mi salud mental: alguien llamando a la puerta, una llamada telefónica, un par de artículos en el periódico local, etcétera. Ser consciente de que la gente iba a cotillear sobre él y sobre mi familia ya era duro, y que ahora algunas personas no puedan escapar de todo eso debe de ser devastador.
El desconsuelo es una experiencia horrible sea por el motivo que sea, pero cuando es por un suicidio, sus matices y sus particularidades hacen que sea especialmente difícil de sobrellevar incluso tiempo después de haber superado la fase inicial de oscuridad y extrañeza.
La culpabilidad y la vergüenza asociadas al dolor que produce el suicidio son lo que vuelven tan terribles estas tragedias. Yo sentía que no tenía derecho a lamentar su pérdida porque había sido “decisión” de Stephen. De algún modo, si el padre de un amigo fallece por una enfermedad que no ha elegido tener, su tristeza se vuelve más legítima. Desde fuera ni siquiera valoran que el hecho de que el suicidio de tu allegado podría haberse evitado lo convierte en una tragedia mayor.
¿Qué podría haber hecho yo de otro modo? ¿Habría sido distinto si hubiera contestado al teléfono aquella última vez que llamó? Igual si no le hubiera llamado estúpido la última vez que dejó salir a los gatos se habría valorado más a sí mismo. ¿Piensan los demás que soy una mala hermana? Igual están en lo cierto.
La cuestión es que las enfermedades mentales son más complejas y que la especulación de la prensa y de los usuarios de las redes sociales sobre los miles de motivos que puede haber tras un suicidio no va a hacer nada para curar las heridas de las personas que se han quedado atrás.
Jen Offord es periodista y presentadora del podcast Standard Issue Podcast.
Este post fue publicado originalmente en el ‘HuffPost’ Reino Unido y ha sido traducido del inglés por Daniel Templeman Sauco.