'Metamorfosis' o la vida como un juego caprichoso de los dioses
Metamorfosis de Mary Zimmerman es sin duda alguna el estreno de la semana en España. Lo es porque se estrena este texto muy premiado y reconocido en Estados Unidos. Porque lo protagoniza Concha Velasco, tan querida por el público que es una verdadera rompetaquillas. Por su elenco, largo, extenso y conocido ya que muchos de ellos, independientemente de su trabajo en teatro, han tenido éxito en la tele. Porque dirige David Serrano, director apreciado y que sabe dar gusto al público. Y porque se estrena en el Teatro Romano de Mérida dentro del Festival Internacional de Teatro Clásico. Festival que acaba de recibir la Medalla de Extremadura y, la medalla que da el público, agotando entradas para todas las representaciones anunciadas de esta obra, lo que ha obligado a prorrogar un día más. ¿Están todas estas expectativas justificadas?
Como espectador crítico, lo primero que habría que decir es que viendo este espectáculo a uno no le queda claro para qué ha sido convocado. La obra comienza con una pequeña introducción en la que se nos cuenta que desde que el mundo es mundo, todo cambia, se transmuta, se metamorfosea. Los humanos también. Y para mostrarlo, sin ninguna justificación, se suceden una serie de pequeñas historias mitológicas. Desde la historia del Rey Midas, al que el borrachín del dios Baco le concedió el deseo de que todo lo que tocaba se convertía en oro, hasta la historia de amor de Filemón y Baucis, a los que los dioses les concedieron morir juntos, no tener que ver la tumba del otro (y no, no es un spoiler).
Las historias se suceden una tras otra, bien interpretadas y a buen ritmo, en esa increíble y bella escenografía que ha montado Mónica Borromello, y lleva unas cuantas. Un lago mítico en el que flotan una especie de nenúfares de césped. Una escenografía que uno no se cansa de ver. Sobre la que David Serrano ha sabido crear imágenes griega y perrafaelisticamente mitológicas y de nuevo bellas. Para muestra los botones de Narciso, muy buena elección de Adrián Lastra para este papel (cuyo físico hace suspirar a más de una y de uno), y la de Alcione tendida al borde del agua. No son las únicas imágenes a las que David Serrano ha acudido para su puesta en escena. Hércules y otras conocidas películas de la factoría Disney también resultan motivo de inspiración, como lo son y lo han sido para tantos niños y niñas que ahora son adultos.
Entre unas y otras se van desgranando los mitos griegos contados a los romanos actuales, los norteamericanos o, mejor dicho, a nosotros los occidentales. En los que los dioses y los hombres hacen y deshacen por despecho y/o por amor. Donde la condena pueden ser los deseos concedidos y el castigo siempre es y se debe a amores no correspondidos o amores prohibidos que se saltan el decoro y, curiosamente, las leyes de los hombres y las obligaciones con los dioses. Historias que dan lugar al nacimiento de Eco por no escuchar a Juno, quien tanto la amaba.
Una obra en la que, como en la vida, a la tragedia se le une la comedia. Siendo esta el mejor plato de toda la mesa a la que se es convocado. No es de extrañar teniendo como tiene entre sus actores a Pepe Viyuela, Secún de la Rosa y Edu Soto. ¡Menudo trío de cómicos! Uno no sabe si quedarse con el Rey Midas del primero, el Vertumno enamorado del segundo, o el Faetón, chulesco a lo catalán ¡hostia!, del tercero. Aunque sin duda, todos se quedarán con la Pomona de Belén Cuesta (y el ojo crítico dudará entre esta y el hambre de María Hervás). Esa flower power mítica que con cómica inocencia hace callar las toses y los dolores de posaderas y espalda de estar sentados sobre la piedra y sin respaldo. Aunque lo impresionante de verdad, es escuchar a un aforo tan grande reír al unísono. Oír como resuena el teatro romano y llenarse el corazón de alegría y de buen rollo es una de esas experiencias indelebles que los espectadores se van a llevar, lo más celebrado en los comentarios de la salida.
Tal vez hubiera sido mucho pedir que además de contar tantas historias con bastante fortuna, al menos, el ojo y el oído críticos hubieran visto y oído, el arco dramático de la obra por la que el espectador ha sido convocado. El cambio, profundo, en lo que son los personajes, provocado por lo que sucede en escena. El mensaje, la información y su ilustración están claros. Los dioses no deben ser ninguneados. La irracionalidad, lo subjetivo, lo mítico no pueden ser apartados del ser humano. Ahí está la voz de Concha Velasco para decirlo y decirlo bien. Pero es como cuando te recomiendan dejar de fumar. Al fumador ya le ha dicho su médico que fumar es malo, que fumar mata. Informado está e ilustrado con las fotos de las cajetillas de tabaco también. Sin embargo, el mensaje no le cala, no le crea la necesidad para dejarlo.
A esta propuesta le pasa un poco lo mismo. En poco influye en la conciencia de su espectador. Es sin duda placentera. Una buena y bella noche de teatro digna de un buen verano que gracias al elenco, sus historias y a su escenografía, que embellece un lugar de por sí ya hermoso, se recordará. Obra que induce más a hablar después sobre si a uno le ha gustado o no. A hacer comentarios de terraza o de bar de copas en las que surja ese amorcillo, probablemente de verano, que les resulta tan esquivo a los personajes de la obra. Y, quizás, el crítico debería recordarse que es verano, que hay que relajarse y disfrutar para no enfurecer a esos dioses juguetones y caprichosos a los que es tan fácil ofender y enfurecer como agradar.