Menudo palo... ¡de ciego!
“Buen método para mantener la distancia”. La sonrisilla irónica le chorreaba por la comisura de los labios.
No os quiero hablar hoy del palo o bastón clásico de ciego, ese arma blanca que las personas ciegas blanden con destreza y soltura por las calles del mundo sin haber leído jamás, o sí, ningún tratado de esgrima del siglo XVII, sino de la garrota para senderismo que usamos mi amigo y guía Antonio y yo para caminar por el campo mientras mantenemos la distancia de seguridad.
Se trata de una vara metálica con empuñadura y contera de plástico y caucho, respectivamente. Antonio lidera la marcha y yo me coloco detrás. Cada uno agarra un extremo del bastón y, así, avanzamos sin riesgo, con alguna indicación verbal esporádica, por cualquier terreno, desde una Vía Verde hasta una calzada romana. Subimos a la montaña, corremos por pistas forestales y, en ocasiones, sorprendemos a propios y extraños cuando saltamos barreras de piedra difíciles de sortear. ¿Acaso la vida no implica ascender, descender, y superar obstáculos?
No obstante, nuestro palo intriga al resto de viandantes. A pesar de no verlas, noto sus miradas y oigo sus cuchicheos. Somos ‘tendencia’ en los paseos del barrio. Algunos intrépidos no pueden contener su curiosidad ni su pensamiento y se atreven a soltárnoslo de sopetón.
Por ejemplo, un niño de unos nueve años paseaba en bicicleta, en horario prohibido para los menores de 15. Al llegar a nuestra altura, se detuvo y nos preguntó: “¿Sois gays?”. Llegó a esa conclusión al observar dos hombres unidos por un palo. Su madre, que iba detrás con el casco protector del chaval en la mano, cosa muy útil en caso de accidente, debería asegurarse de que el chiquillo recibe una buena educación sexual.
Al día siguiente, unos hombres de mediana edad nos pararon. “Disculpad. ¿Por qué vais así?”, inquirieron con perplejidad. Antonio me señaló. “Ah, para marcarle el ritmo...”, uno de ellos tuvo una Epifanía, pero no suficientemente certera. Cuando le expliqué que soy una persona ciega su amigo y él empezaron a tartamudear. “Es que no lo parece... ¡Qué bien va! ¡Yo no podría correr la mitad que él ni a su velocidad”, se esforzaban por elogiarme, pero sin dirigirse a mí directamente. Todos sabéis que las personas ciegas, aparte de la vista, tienen afectados el oído y el entendimiento.
Sin embargo, nos cruzamos con una señora muy simpática que comprendió la situación a la perfección. Nos narró su experiencia en el grupo de montaña de la ONCE. Había sido voluntaria durante mucho tiempo. Nos describió qué herramientas usaban y cómo se las ingeniaban para culminar. Guardaba un gran cariño a aquellas excursiones. Nos animó a participar en ellas.
Pero no creáis que el tiempo a curado la incontinencia verbal de los graciosos. Un joven nos adelantó y, en alusión al bastón, nos saludó con una frase ingeniosa, a la par que inesperada: “Buen método para mantener la distancia”. La sonrisilla irónica le chorreaba por la comisura de los labios. Antonio y yo le felicitamos por su ocurrencia y proseguimos hasta casa.
Por último, quiero agradecer a esos senderistas que aprecian nuestra inventiva. Regresábamos al collado después de zamparnos el desayuno en la cima de El Pico del Águila cuando unos varones de venerables canas esperaron a que nos alejáramos para ensalzar nuestro método. “Deberíamos ir nosotros así también”. ¡Pues muy bien! ¡Pues perfecto! ¡Pues vayan! Más que virtuosas almas que han cultivado el respeto y han abierto su mente movidos por la reflexión y la cautela, parecían el chiquillo aquel que gritaba con emoción ”¡un palo!” en el famoso anuncio de televisión. Así que me despido con esa frase: “¡UN PALOOOOOO! ¡UN PALOOOOO! ¡UN PALOOOOO!”. De ciego.