Me hice un corte de pelo radical al romper con mi novio y me ha cambiado la vida
Me desperté como se suele ver en las películas, jadeando en busca de aire como si me estuviera ahogando. Al otro lado del cuarto había una luz que daba un aspecto estremecedor a mi estudio. Busqué a mi pareja al otro lado de la cama.
No estaba ahí. Claro que no.
Los sucesos del día anterior emergieron de repente. Le insistí en que se fuera del trabajo y viniera a casa. Estaba hecha un desastre, temblando y llorando. Llevábamos semanas discutiendo, pero los últimos días más intensamente.
Él quería una vida menos pública y yo no paraba de explicarle que una vez que has salido en Time Out New York y que apareces en incontables artículos de una novia que es escritora sexual, eso es prácticamente imposible. Incluso habíamos hecho juntos un podcast sobre relaciones. Pero él no paraba de decir que sus "prioridades habían cambiado".
Cuando le pregunté si quería romper, dijo llanamente y medio en broma: "No se me ocurre otra alternativa". Después de tres años juntos, eso es todo lo que pudo decir.
Nos conocimos por Tinder cuando yo aún iba a la universidad. Durante tres años, cada seis meses o así, me hablaba para salir a tomar algo. Nos acostábamos. Luego yo me iba a casa.
Hasta que una noche de septiembre se presentó a una fiesta en mi piso con una barba que le hacía maravillas. Estuvo insistiendo durante cuatro meses hasta que accedí a ser su novia. Estábamos estúpidamente enamorados. Y entonces mi carrera empezó a despegar.
Al principio, él fue mi mayor apoyo. Se encargó de elaborar mi boletín, me animó a desarrollar mis marcas y siempre le pareció bien que escribiera sobre él, ya fuera como ejemplo de buen novio o por haber probado algún juguete sexual nuevo.
Nuestra relación empezó a deteriorarse cuando me echaron de mi trabajo en Thrillist y mi carrera como autónoma despegó de la noche a la mañana. Poco después, conseguí un contrato editorial. Estaba pasando todo demasiado deprisa y aparentemente eso le hacía sentirse menos exitoso, pese a que yo siempre intenté dejarle claro lo increíble y brillante que era.
La situación llegó a un punto crítico en julio de 2017, cuando escribí un artículo sobre sexo anal para la revista Teen Vogue. (Sigo orgullosa de ello, que os jodan, haters). Los trolls acudieron como moscas. Hubo padres conservadores y de la iglesia evangélica perdiendo la cabeza por este artí-culo.
Mi bandeja de entrada, Instagram, Twitter y Facebook se llenó de locos. Todo lo que me estaba pasando lo interiorizó mi pareja. Me culpaba a mí por el acoso que me estaba tocando sufrir. Me dijo que me lo había buscado. Cuando más lo necesitaba, no estuvo ahí conmigo.
Tras la ruptura, abandoné el hogar que había ido construyendo para los dos durante los últimos tres años juntos y me subí a un avión con destino a Chicago, dejando atrás así mi vida en Nueva York. Para ser sincera, necesitaba a mi madre y a mi padre, así que volví a la ciudad en la que me había criado para afrontar el dolor.
Mi prima y mejor amiga para siempre sabía que estaba a un paso de convertirme en la chica de Inocencia interrumpida y me invitó a pasar el fin de semana con ella en su piso de Gold Coast, donde me llevó al masajista y a hacerme cuidados faciales para animarme.
Fue en ese momento, entrando al spa deI Red Door Salon y con el pelo untado con aceite de masaje, cuando tomé una decisión. Durante años, mi novio me había insistido en que no me cortara el pelo. Se había enamorado de mi melena larga, así que decidí cortármela ENTERA. Dios, iba a dejarme FLEQUILLO.
Sí, cortarse el pelo tiene fama de ser la forma más tentadora que tiene una mujer para mandar a la mierda a su ex, pero yo tenía que hacer algo radical para recordarme que soy una mujer de la hostia que no se merece estas gilipolleces, que quiero estar al mando de mi vida.
Charles era el único estilista que había en aquel lugar. Un vistazo a su traje pulcro me convenció de que estaba en buenas manos. Le enseñé una foto de Taylor Swift en el móvil y, conforme le iba contando lo de mi ruptura, comentó: "Va a ser EL CORTE DE PELO DE LA LIBERTAD. Este es el inicio de tu nueva vida".
Fue pegando tijeretazos hasta que el pelo me quedó a la altura de la mandíbula y yo acabé con aspecto de profesora de colegio. Y, entonces, con un movimiento decidido, me arregló el flequillo. Pasé de estar petrificada a extasiada. Ahí estaba. Mi nueva yo.
Estaba increíble. Pasé de una melena recta como un palo a parecerme a Velma Kelly, y estaba realmente sexy.
Mi hada madrina en esta ruptura me llevó a la sala de maquillaje, convencida de que lo necesitaba para metamorfosearme de una oruga con el corazón destrozado a una espléndida mariposa. La maquilladora me pintó unos ojos ahumados y los labios. Charles pidió a su asistente que hiciera unas cuantas fotos glamurosas.
Posamos. Desfilamos. Me sentí guapa por primera vez en semanas. La mujer que aparece en esas fotos no es una chica triste, con el corazón roto por una ruptura; es una feroz femme fatale con un aliciente nuevo en su vida y que sabe lo que vale.
Durante las semanas siguientes, me hice aún más fuerte, envalentonada por la ferocidad del corte de pelo de la libertad. Empecé a publicar fotos de mí misma a diario en las redes sociales. Recibía un montón de cumplidos de mi familia, de amigos y de personas desconocidas.
En secreto, seguía afrontando mi dolor, pasando muchas noches bañada en lágrimas, pero volvía a recordar mi fuerza interior. Sentía que el corte de pelo me hacía parecerme más a mí misma. Tal y como dijo una amiga cercana: "No sabía que hubiera algo que pudiera hacerte ser más Gigi, pero al ver tu corte de pelo pensé: '¡Guau, nunca has sido tan Gigi como ahora!".
La vida ha sido sorprendentemente fácil con el nuevo corte de pelo. Mi melena de antes era difícil de cuidar: siempre seca, descolorida y sin gracia si la dejaba secarse al aire libre. Mi pelo bob, en cambio, se seca de forma natural y se curva en las puntas. Si me lo seco en un par de minutos con el secador, se moldea perfectamente. El flequillo me lo puedo cortar fácilmente yo misma y enmarcarme la cara de una forma que me haga sentirme atractiva.
Dale a una mujer un corte de pelo adecuado y se sentirá capaz de hacer cualquier cosa. Mi estilo empezó a ampliarse más que nunca. Siempre he tenido un estilo muy variado, pero con el arrojo que me daba el nuevo corte de pelo, me invadió la fiebre de las compras: monos revolucionarios de estilo vintage, kimonos de cuerpo completo, botas con unos tacones de vértigo, boinas de miles de colores distintos y pendientes grandes y llamativos que sobresalían bajo la línea que trazaba mi pelo.
Me había sentido tremendamente perdida, asustada y sola tras mi ruptura. Durante un corto periodo de tiempo, no recordaba quién era, pero el corte de pelo, este corte de pelo me lo recordó. Y me obligó a mirarme al espejo y comprobarlo por mí misma.
Empecé a crecer y a redescubrirme desde fuera hacia dentro. Empecé a aceptar las partes de mí misma a las que había renunciado por estar en esa relación. Si quería enseñar la tripa, lo hacía. Si quería que alguien me hiciera una foto con mi traje porque me sentía yo misma, lo pedía. Estaba en sintonía con mi sexualidad como nunca lo había estado desde que tengo memoria.
Al final, todo lo demás empezó a parecer más sencillo. Pensaba que si no estaba con mi pareja, no volvería a estar nunca con nadie. Estaba tan equivocada... Al fin y al cabo, soy una mujer de 27 años con un contrato editorial, con grandes apoyos y con una carrera maravillosa que me apasiona. Soy un gran partido.
Estuve mucho tiempo feliz en mi relación, pero no pude ver lo reprimida y pequeña que me estaba volviendo. No fue culpa de mi pareja. Eso me lo hice yo misma. Quería ser más complaciente, más servicial con él cuando mi carrera como escritora sexual empezó a desbordar nuestra realidad.
Ahora, la única persona a la que tengo que complacer es a mí misma. Y eso hice.
Unas pocas semanas después estaba en la alfombra rosa de Amber Rose's Slut Walk mostrando lo que valgo antes de pronunciar un discurso en el escenario principal frente a lo que parecía un millón de personas. Posando para las cámaras me sentí más completa que en los últimos tres años. Era allí donde tenía que estar, aceptando mi singularidad, envuelta en la persona que soy y en la mujer en la que me estoy convirtiendo.
Recuperarse no es tarea fácil. Es doloroso, pero a veces hace falta un cambio radical que no podemos controlar para que dejemos ir, de verdad, todo lo que nos retiene.
Gigi Engle es educadora y escritora sexual en Chicago. Puedes seguirla en Instagram yTwitter: @GigiEngle.
Este post fue publicado originalmente en el 'HuffPost' Estados Unidos y ha sido traducido del inglés por Daniel Templeman Sauco.