Me quedé embarazada a los 14, y no sentí nada al dar a luz
¿Qué iba a pasar cuando naciera? ¿Cómo me había metido en ese lío? ¿Qué pensaría la gente de mí?
Tenía 14 años cuando descubrí que estaba embarazada. No fue un embarazo buscado, evidentemente, y no me enteré hasta el sexto mes. Una tarde, noté que algo se movía dentro de mí. No me hice pruebas para confirmarlo, pero en el fondo sabía la verdad.
Solo se lo dije a una amiga, a nadie más. Estaba cagada de miedo. No sabía cómo afrontaría el embarazo si confirmara que era cierto, de modo que no pensé en ello ni dije nada. Ni siquiera fui al médico. Durante ocho semanas, guardé silencio. Era adolescente y no tenía ni idea de qué iba a pasar, así que rehuí el tema y lo oculté.
Fue más sencillo porque no se me notaba el embarazo. Mi bebé estaba del revés, así que yo apenas tenía tripa de embarazada. Estaba delgada y no engordé mucho. Tampoco dejé de tener la regla. Ahora suena estúpido, pero recé para que mi embarazo desapareciera.
Era Halloween cuando mis padres se enteraron. Se lo había contado a una amiga y ella, como cabía esperar, se lo contó a sus padres, y estos, a los míos. Estaba en el colegio y me llamaron al despacho del director. Ya intuía por qué.
Mi madre estaba de pie. “Te vamos a llevar al médico”, dijo. Subí al coche y no dije palabra en todo el camino al hospital. Evidentemente, ya había llamado para informar. En el hospital sabían que iba a ir, me hicieron pruebas y estimaron que estaba embarazada de casi ocho meses. 28 días después, di a luz.
Durante ese mes, mi madre y yo no hablamos mucho del tema, pero yo ya había tomado la decisión de no quedarme al bebé cuando llegara. Pensaba que era la mejor decisión y lo que todo el mundo esperaba de mí.
Esas semanas son un borrón en mi memoria, sinceramente. El parto, también. Me puse de parto a las 2 de la mañana. Estaba en casa en la cama y me desperté con fuertes dolores. No los cronometré ni nada, se lo dije a mi madre de inmediato y fuimos directas al hospital. Nada de esperas.
Cuando llegamos, le dije a mi madre que no quería que estuviera conmigo. Quería demostrarle que podía hacerlo yo sola. Sandra, mi matrona, se quedó a mi lado y me guio. Fue encantadora e incluso me dejó doblar su anillo de casada de lo fuerte que le estrujé la mano.
No rompí aguas de forma natural, así que me lo tuvieron que hacer ellos. Pasé 36 horas de parto y apenas hice nada durante ese tiempo. No había Facebook ni smartphones por entonces para pasar las horas, así que solo permanecí tumbada, dejándome llevar por el sueño y despertándome. Fue tedioso, pero me sentí completamente desconectada de la situación. Aún no había asumido que iba a tener un bebé.
Cuando por fin llegó la hora de empujar, pensaba que ya estaba terminando, pero pasé otras seis horas haciendo fuerza. Durante todo ese tiempo, mi madre siguió esperando cualquier noticia.
El parto no me pareció demasiado doloroso. Desde entonces he dado a luz otras cuatro veces y recuerdo el dolor de todos ellos, pero el de la primera vez ha desparecido de mi mente. Me negué a tomar analgésicos, probablemente por cabezona, y lo recuerdo como una experiencia extracorporal, como si fuera otra persona la que estaba dando a luz.
Recuerdo bien que estuve en completo silencio. No chillé ni lloré. Pensaba que esa era la forma de estar lo más tranquila posible, pero dentro de mi cabeza había un caos. ¿Qué iba a pasar cuando naciera? ¿Cómo me había metido en ese lío? ¿Qué pensaría la gente de mí?
Cuando nació, me sentí indiferente. Me encontraba agotada y había estado tantas horas de parto que no sabía qué pasaba. Se llevaron a mi bebé porque les dije que no quería verlo y me fui a casa unas pocas horas después. Me dijeron que mi bebé permanecería 48 horas bajo supervisión de los servicios sociales.
Y menos mal que así fue. A la mañana siguiente, le dije a mi madre que había cometido un error. Había pensado en qué era lo mejor y en qué esperaba la gente, no en lo que yo quería. Fuimos a hablar con el visitador médico y en menos de seis horas estaba con mi hija en casa.
La cogí en brazos y nos fusionamos. Fue una sensación extrañísima, pero supe que era la correcta. Ahora somos mejores amigas, es increíble. La veo todos los días, tiene 23 años, se ha emancipado y tiene una casa maravillosa. Y la quiero muchísimo.
A las adolescentes que estén leyendo esto: si estáis embarazadas, decídselo a alguien. Por mucho que intentéis que desaparezca, no vais a retrasar el parto. Ojalá yo hubiera dicho algo en cuanto lo descubrí para haberme sentido apoyada desde el primer momento.
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Este post fue publicado originalmente en el ‘HuffPost’ Reino Unido y ha sido traducido del inglés por Daniel Templeman Sauco.