Mataperrerías, las justas
Sin la foto de Colón quizás Abascal no estuviera donde está, con su aliento en la nuca del PP.
Como dice el refrán, no está el horno para bollos. Hay un exceso de fuego y la bollería se puede chamuscar. Tampoco es momento para jugar a ver quién es más mataperro. O quien los tiene más gordos. En algún momento, antes de llegar al precipicio, hay que poner el reloj de las ofensas y los dimes y diretes a cero patatero, como diría José María Aznar.
Nada más terminar el recuento electoral, la estrategia de Pablo Casado parece que no ha variado sustancialmente: niega la posibilidad de una gran coalición con el PSOE, que podría tener la forma más suave de un acuerdo programático, y pone como condición previa para hablar que se vaya Sánchez. ¿Recuerdan el váyase señor González?
Pongamos un ejemplo contrario: que cuando Mariano Rajoy necesitó los votos del PSOE para su investidura –a lo que Sánchez se negó con su famoso ‘no es no’, que sirve para tantas cosas– el PSOE hubiera exigido que se fuera Rajoy con carácter preventivo, porque también don Mariano había hecho grandes méritos para el odio, como aquella infame acusación en sede parlamentaria de que el PSOE estaba traicionando a sus muertos por el terrorismo. Naturalmente, no lo exigió; el PSOE se fracturó con la dramática decisión, que impuso el interés general al interés del partido, pero el PP tuvo la abstención del PSOE.
Luego pasó lo que pasó, que no estaba previsto: Sánchez asaltó los cielos de Ferraz, y lo demás está pasando. Con dos impresiones contradictorias: que vamos a velocidad de vértigo hacia el abismo o que el paisaje no se mueve. Esa sensación que tiene uno en el AVE o en un Alvia cuando entra en un túnel oscuro y parece que no se mueve, entre otras cosas porque las traviesas no son de madera vieja como las de antes.
El Partido Popular, sin embargo, no es unánime en el rechazo a una fórmula que permita la investidura del candidato socialista. Muchos dirigentes se han mostrado favorables desde hace meses… Sobretodo los que más que políticos son estadistas, o al menos ven más allá del corto plazo.
La estrategia de Pablo Casado, que era conjunta con Albert Rivera, consistía básicamente en obligar a Pedro Sánchez a contar con el apoyo de los separatistas catalanes y de los nacionalistas vascos y con los podemitas, aún dirigidos por Pablo Iglesias, un estalinista confeso que a través de sucesivas purgas ha eliminado a todo aquél que muestre una actitud crítica o disidente. Y aunque el secretario general del PSOE contó, en efecto, con la abstención de nacionalistas y separatistas, no con la de Iglesias, que empezó a dispararse en el pie, la derecha había conseguido lo que quería: hacer creer que había un pacto secreto con los que querían romper España.
Ahora quieren repetir la jugada. Volver a la práctica del bloqueo para obligar a Sánchez a recibir esos apoyos de la ‘antiespaña’. Lo que equivaldría a que son el PP y Ciudadanos los que, por la primera propiedad transitiva, meten en el gobierno a los golpistas y comunistas.
“Lo más seguro es que cualquiera sabe”, decía un político canario de UCD cuando le preguntaban qué iba a pasar en plenas guerras centristas. La salida lógica sería un acuerdo entre los dos grandes grupos, el PSOE y el PP. “El problema es que entonces le dejamos la oposición a Vox”, me dice un conservador ‘moderado’. Por la otra parte, en la acera de Ferraz había gente (quién sabe si socialistas o infiltrados de Podenos) que gritaban “con Podemos sí”, y que el propio Sánchez, en los verbos mitineros, negaba un conchabo con las derechas.
Pero, ¿hoy día sería sensato confiar en las palabras? Sabemos por experiencia que hace tiempo las palabras se utilizan para disfrazar los pensamientos y ocultar las estrategias; incluso sabemos más, que a falta de estrategas, la estrategia son las ocurrencias que aparecen de repente, o sea, puro oportunismo táctico.
¿Qué hará Ciudadanos una vez que su ‘caudillo’ ha dimitido por sus chiquilladas mezcladas con excesivas dosis de ambición y continuos zig zag? ¿Volverán a sus esencias o seguirán compitiendo con el PP y Vox? Si eligen este camino – porque como en Podemos el líder purgó a todo ente pensante que no estuviera de acuerdo con él– aumentarían su irrelevancia, y quizás dificultarán que el PP tuviera un gesto de responsabilidad patriótica para facilitar la gobernabilidad de la nación. Que no significa dar ningún cheque en blanco. ¿Abstenerse ellos, o hasta llegar a un acuerdo de gobierno con el PSOE?
Hay, empero, un problema práctico: ya no suman lo suficiente. Sus escuálidos diez escaños actuales no tienen el valor que tenían sus anteriores 57, como es obvio. ¿Cómo remontar la catástrofe? ¿Volviendo a un centro liberal y socialdemócrata o emperrándose en competir con la derecha conservadora y con la derecha radical? Esa es la cuestión que han de dilucidar, y cuanto antes mejor.
La alternativa de sumar a base de pequeños partidos (¡hay dieciséis en el Congreso!) con un posible apoyo ‘ciudadano’ puede sumar 180, pero tendría un alto coste, porque el chalaneo tiene un precio, y pocas veces es un precio justo. Miguel Ángel Revilla quiere un AVE en vez de su ‘vía estrecha’ que comunique Cantabria con Bilbao. Claro que lo que quiera Revilla para Cantabria, o Teruel Existe, o Coalición Canaria y Nueva Canarias y etcétera no es nada comparado con las pujoladas para CiU. Al final España tendría, si cunde el ejemplo, una Asociación Gomera en cada provincia. Auténtica política de ‘mano tendida’.
Todo está abierto, a pesar de que ya empiecen a calentarse las orejas y a lagrimear los ojos con los smartphones. “Sánchez ahora mismo es la solución democrática pero asimismo es el problema práctico”, me confesaba un destacado socialista de la primera hora (1976). “Lo que ocurre es que ha acabado con el PSOE de antes, y ahora, el suyo, con las primarias y todo eso, con un comité federal de 400 miembros, con una ejecutiva de 50… Ya no hay debates serios, no hay análisis, no hay puntos de vista alternativos… Y si no se quiere ir, no se irá”.
Pero volvamos al principio. En cualquier caso esta decisión tendría que ser como resultado de una reflexión interna sobre si ha conducido bien, mal o regular la estrategia. Claro que también Casado, aunque ha logrado una espectacular remontada, ha dado aire a Vox. Sin la foto de Colón quizás Abascal no estuviera donde está, con su aliento en su nuca. Porque Vox –a quien no han votado solamente fascistas ni ultraderechistas, sino gente cabreada, igual que a Podemos no le votaron solo comunistas y ‘bolivarianos’ sino indignados– es la espuma de microalgas de la crisis nacional; y no sólo del ‘efecto Cataluña’.
Todo se entrecruza, y como dicen que decía Josep Pla, en España parece que la línea más corta entre dos puntos es el arabesco.
Es probable que a estas alturas tanto Sánchez como Casado estén recibiendo presiones para un acercamiento. “De todas formas –coinciden algunos socialistas y populares más o menos de a pie– lo importante es la discreción, hablar a puerta cerrada, evitar las presiones externas, las bravuconadas de los panfletistas en busca de subvenciones y publicidad y la ‘agitprop’ en las redes sociales…”.
Un profesor universitario de la ULPGC y destacado arquitecto me comenta por Whatsapp: “El PP ocupa ahora la posición de Ciudadanos en la anterior legislatura: o pacta con el PSOE o es considerado por los votantes traidor al país. Y así, paso a paso, van cayendo las opciones de gobierno, hasta que Vox consiga la mayoría absoluta…”.
Otro aspecto importante: lo peor de un político es que se crea sus propias construcciones mentales, que sus deseos sean un muro para ver la realidad, que la propaganda y los argumentarios sustituyan a la reflexión y el análisis desapasionado y hasta un punto cínico, y que a base de repetir mentiras y medias verdades se las termine creyendo.
Y esto vale para Agamenón y su porquero, y viceversa.