"A medida que la gente se quite la mascarilla, quien no lo haga puede convertirse en un fenómeno extraño"
Los expertos advierten de los problemas psicológicos que puede traer la retirada opcional de mascarillas después de un año 'tapados'.
Llegó el día. España se librará de la mascarilla obligatoria al aire libre el próximo sábado 26 de junio. Pedro Sánchez ya ha puesto fecha al deseo de millones de personas, impacientes por quitarse el cubrebocas en, al menos, espacios abiertos. Pero la medida, que tampoco impide a nadie seguir llevándola si quiere, deja en el aire dudas en una sociedad que lleva un año tapada bajo una máscara.
La decisión anunciada por Sánchez, tras un tiempo rondando en la mesa de las autoridades, se suma a las políticas planteadas recientemente por Francia. El avance la vacunación, con casi un 50% de la población española con al menos una dosis y cerca de un 30% de inmunizados, permite un respiro antes de alcanzar la esperada inmunidad de rebaño.
No es solo una cuestión sanitaria. Pesará mucho lo psicológico después de un año sin vernos media cara por una tela. “El primer consejo es que cada uno se la quite a su ritmo. Una cosa es que esté permitido quitarla y otra que sea obligatorio, que no lo es. Que cada uno lo haga cuando su balance riesgo-beneficio se lo permita”, reconoce a El HuffPost el psicoanalista y profesor colaborador de la UOC José Ramón Ubieto.
Para el experto, habrá tres grupos en función de su respuesta a partir del sábado 26: “Los que se la quiten de inmediato, los que lo hagan progresivamente, siguiendo sus propios miedos y haciendo un balance de cada situación y un tercer grupo, minoritario pero no desdeñable, que aún no se la va a quitar por desconfianza”.
Ubieto habla de “variables que aún ofrecen incertidumbres” y que pueden pesar en el pensamiento de ese tercer colectivo, como la efectividad de las vacunas ante las nuevas variantes, especialmente la conocida como ‘Delta’ y que es la que más inquieta a la comunidad sanitaria.
Un refugio no solo contra el virus
La mascarilla no solo ha sido un refugio contra el virus, sino que tenía otra función doble. “Por un lado, protegía contra el miedo al contagio, algo subjetivo pero con mucho peso para cantidad de personas y, por otro, protegía para preservar cierto anonimato social”. Por ello, a muchos les pesará psicológicamente volver a mostrarse sin ‘escudo’ físico: “Nos permitía cierto nivel plano expresivo para evitarnos mostrar aburrimiento, enfado, hartazgo en algunas situaciones incómodas”.
Pasados los primeros días y una vez definidos esos tres grupos según su respuesta a la libertad de uso de mascarillas al aire libre, José Ramón Ubieto sí cree que se ejercerá cierta ‘presión de grupo’ hacia quienes aún la lleven.
“A medida que el conjunto social se la vaya quitando, quien no lo haga acabará obligado a justificarlo porque si no lo hace se convertirá en un fenómeno extraño”. “Es igual que lo ocurrido con las vacunas, que al principio tuvieron un nivel de resistencia alto y poco a poco se vio un apoyo masivo”.