Más madera, ¡es la guerra!
La jugada maestra de Pablo Iglesias lo dinamita todo. Esto ya no va de comunismo o libertad, sino de izquierdas o de derechas.
Si la política española fuera un capítulo de Gambito de dama, Pablo Iglesias hubiera dado un manotazo a todas las piezas y partido el tablero en dos. Más que de ajedrez, España vive estas semanas una partida de parchís, con fichas que se comen unas a otras, se cuentan 20 y mandan al rival a la casilla de salida. Sólo hay una certeza: los guionistas de Borgen fueron pésimos por naifs.
La decisión de Iglesias de disputar la candidatura de la Comunidad de Madrid a Díaz Ayuso ofrece múltiples lecturas. Sus críticos más acerados aseguran que constituye el canto del cisne —esa metáfora que contiene el último gesto antes de morir— de un político que aún levanta tantas esperanzas entre los suyos como acidez de estómago entre sus oponentes. No sólo: Iglesias ha sido una china constante en el zapato de Pedro Sánchez y su permanencia en el Gobierno no tenía aparentemente mucho más recorrido. Se trata de mandar poco en España o mucho en Madrid. O de morir matando.
Una segunda lectura es más ideológica: Pablo Iglesias es un antifascista y, ante la posibilidad de que la Comunidad de Madrid quedase en manos de lo que él entiende son fascistas, hace un último acto de servicio arremangándose y dejando todo lo logrado estos meses.
La tercera lectura sostiene que, debilitado en el Gobierno de coalición y con unas perspectivas electorales a la baja en toda España —en Madrid, antes de su candidatura, las encuestas vaticinaban la desaparición de Unidas Podemos en la Asamblea—, necesitaba un golpe de efecto que le permitiera invertir las tornas.
La izquierda, tocada y casi hundida tras el adelanto electoral de Ayuso en Madrid, partía atomizada y enconada en toda suerte de luchas internas que sólo podían propiciar una amplia mayoría de PP y Vox. La jugada maestra de Pablo Iglesias lo dinamita todo: apelar a Gabilondo como revulsivo para imponerse a Ayuso constituía el camino más corto para acabar despeñado por el precipicio.
Pocos como Pablo Iglesias tienen la capacidad para hacer frente a Díaz Ayuso porque sólo dos personas que juegan a lo mismo —la confrontación a cualquier precio— pueden hacerse daño. Al populismo de derechas de Díaz Ayuso sólo se le puede combatir de forma eficaz recurriendo al populismo de izquierdas. Esto ya no va de comunismo o libertad, sino de izquierdas o de derechas.
Que nadie dude, porque se confundiría, que las elecciones del 4 de mayo van a ser las más polarizadas y enconadas de toda la historia de España. No habrán visto nada parecido: los doberman con los que trató de amedrentar el socialismo de Felipe González ante el triunfo de Aznar se van a quedar, por comparación, en simples caniches de sedoso pelo. Va a valer todo.
Para la derecha, Pablo Iglesias es tan peligroso y dañino como para la izquierda lo es Isabel Díaz Ayuso. No hay grises —Gabilondo es gris en casi todos los sentidos, pese a ser uno de los políticos más preparados y decentes que pueda haber— ni medias tintas: la exacerbación, la disputa y la confrontación total, tanto de los políticos como de la sociedad española en su conjunto, nos ha llevado a esta situación de lucha total. Y en una batalla de este tipo todo vale. Estamos abocados a una campaña, que Ayuso ya ha empezado, repleta de puñaladas traperas, eslóganes y ataques inmisericordes. La política menos política que pueda imaginarse. Es una situación a la que hemos llegado entre todos.
Que ahora nadie se lleve las manos a la cabeza.