Más facha que los fachas; más cristiano que los cristianos
“El amor a la patria es más patente que la razón misma” (Cicerón).
Me miro al espejo y no tengo mucha pinta yo de eso que llaman facha. Porque sí, porque pese a que no se debe generalizar, que poder, sí se puede, España es un país en el que se puede deducir, con bastante fiabilidad, a qué partido vota cada persona en base a su estilismo. Aunque siempre hay “tirados” que votan a la derecha y pijas mechadas que van de socialistas. Me miro por dentro, en mis reflexiones y cavilaciones, y tampoco, aunque en más de una ocasión y haciendo buena la Ley o Enunciado de Goldwin, ese que responde más a principios empíricos que a reglas fijas de la naturaleza y que estipula que a medida que una discusión se alarga, la probabilidad de que aparezca una comparación en la que se mencione a Hitler o a los nazis tiende a uno, me han llamado en algún que otro acaloramiento verbal, fascista, nazi o facha, como si fueran lo mismo el chuleta de Mussolini, el acomplejado de Hitler o el ‘landista’ Franco. Que me perdonen D. Alfredo y las suecas.
Me miro al espejo y tampoco tengo yo mucha pinta de ser muy devoto, aunque la fe va por dentro. Pero tampoco. Sin embargo, me miro por dentro, en mis reflexiones y cavilaciones, y resulta que, sin tener ninguna inclinación religiosa, soy cristiano, y no por cultura, que también, sino por valores. Muy cristiano. Me gusta la bondad, la libertad, la justicia, la tolerancia, la paz, la equidad, la amistad, de obediencia ando regular, la honestidad, la igualdad, la amabilidad y casi todo eso que dicen los curas en sus bolos. Y todo esto, habiendo elegido ética en el instituto. Guiño.
Luego miro a los supuestos fachas, esos que se miran al espejo y ven a una persona bien peinada; esos que se miran por dentro y un fervor españolista recorre sus chakras hasta ponerles los pelos de punta; esos que miran a la izquierda y se alteran como un toro cuando ve el rojo; esos que miran hacia arriba y ven a Dios. Los miro y me sorprenden como me sorprenden todas las personas que lo tienen todo tan claro independientemente de sus ideologías, que la izquierda resabiada también tiene lo suyo. Tortícolis ideológicas. Pero cómo puede estar alguien tan seguro de lo que está bien, de lo que está mal, de lo que es, de lo que debe ser, de lo que no debería ser; de lo necesario y de lo innecesario; de lo que sobra y de lo que falta; del pasado y del futuro. Cómo se pueden tener certezas.
Será cuestión de bonhomía, suya o mía (ha sido sin querer), pero percibo que la amplia mayoría no respeta o no es consistente con sus valores y con aquello que defienden. En el ámbito político se les llena la boca cuando hablan de España, con pe, oclusiva bilabial y sorda. El pecho, con bien de pe también, se les hincha con un orgullo que yo solo he sentido una vez, cuando vi al microscopio en la Facultad de Veterinaria de Cáceres el esperma de mi ya fallecido perro, Loco, y aquello tenía una carga espermática muy generosa. Junta eso a un óvulo hermoso y ocho cachorros tuvo de una tacada. Fue un orgullo tonto, me sentí como un padre orgulloso, como si Loco fuera mi hijo, orgulloso de que su huevada estuviese cargada de amor, como si yo tuviese algo que ver. Me puse en plan muy de bar, muy “oé-oé-vamos-ahí-machote”, pero, reitero, fue un orgullo tonto, porque no considero que debamos estar orgullosos de las cosas que nos vienen dadas o no tienen mérito alguno. Sin embargo, muchos de estos a los que se les hincha el pecho por haber nacido, por la gracia de Dios, en una zona geográfica determinada, ven normal y corriente, justifican y defienden todo tipo de fraudes, estafas, delitos fiscales, tramas y conspiraciones que perjudican a esa España que tanto aman; si los que lo hacen son de los suyos o son ellos mismos, claro. Y si el de arriba y los suyos lo hacen desde el siglo XVIII, y anteriormente otros, cómo no lo van a hacer ellos también, si esa gente son el ejemplo a seguir, el modelo patrio premium, el que viene de serie.
No lo veo consecuente con el amor que dicen tener a su país. Y no dudo de que realmente lo amen, cosa hasta bonita, pero, si es así, no deberían perjudicarlo directa o indirectamente, y de manera consciente, haciendo, callando, ocultando y justificando, porque esto, forzosamente, atenta también contra sus otros valores, los religiosos. Se pierden la bondad, la honestidad, la solidaridad, la igualdad, la equidad y, sobre todo, no es justo. La justicia y lo divino, a tomar por el culo de un plumazo.
No hace mucho, estando entre amigos tomando unas cervezas de esas que unen y a algunos, separa, escuché decir a alguien que lleva viviendo en negro prácticamente toda la vida, que Pedro Sánchez quería acabar con España. Ejem. No soy yo muy amigo de ese tal Pedro, pero dudo mucho que quiera acabar con el país que preside. Imagino que querrá lo mejor para todos y lo mucho mejor para él, que para eso es político y rapiña - elija el lector qué rapiña quiere usar, adjetivo o verbo -, pero es de una amoralidad abrumadora hacer ese comentario y no inmutarse, a sabiendas de que vives defraudando. Y no hablamos de la Picaresca del Siglo de Oro ni de que si los españoles siempre hemos sido así y va en nuestro ADN, sino que hablamos de delitos. Quizás está tan establecida en sus sistemas esta manera de vivir y de pensar, que ni ven la paja en el ojo de los suyos ni la viga que les entra hasta la retina, a ellos mismos.
Y mientras, que viva España, banderita por aquí, vamos a acabar como Venezuela por allá, rizos engominados en el cogote por el otro lado, Paracuellos por el otro, los ‘MENAS’ nos amenazan, sujeta fuerte el Luisvi que te lo roban, todo por la patria, los españoles primero, mis chanchullos después, cada uno en su casa, Dios perdonando en la de todos y amén muy buenas.
Siempre he dicho que ojalá pudiese yo defraudar a mi país tanto como mi país me defrauda a mí, pero no lo hago. Principalmente, porque no puedo. Pero si lo hiciera, desde luego tendría la decencia de no presumir de patria, de españolidad o de españolismo, da lo mismo (ha sido sin querer, de nuevo).
Así que, reflexionando sobre todo lo anterior, viviendo sin defraudar y tratando de vivir acorde a unos valores que, más que cristianos, son de sentido común y no necesitan de ningún Dios o religión para sustentarse por su propia lógica, me declaro más facha que los fachas y más cristiano que los cristianos.
Quién lo diría…