Maryní Callejo, la dama del pop español
Si al leer aquí su nombre alguien intenta saber más sobre ella, en la red encontrará pocos datos y alguna foto que no le hace justicia. Con la misma discreción que desempeñó en la música española de los años 60 y 70, Maryní Callejo disfruta ahora de su jubilación en Málaga. Hace casi veinte años que dejó los escenarios y los estudios de grabación pero no deja de pasar un sólo día sin dedicar unas cuantas horas a escuchar música.
“Es que es… mi vida. Sí, mi vida –dice con una sonrisa– Salí en el 59 del conservatorio con la carrera de piano con y una beca para estudiar virtuosismo en Italia y Alemania pero mi padre enfermó y decidí quedarme en casa ayudando a mi madre. Vivía entonces en la calle Ferraz y con unos cuantos muchachos del colegio de Guadalupe formamos un grupo que llamamos Los 4 brujos, al estilo de Los 5 Latinos. Yo hacía las voces. Alguien nos llevó a la radio, luego ganamos algunos concursos. Llegamos a actuar en el hotel Rex de Madrid y en La masía de Barcelona. En fin, una cosa llevó a la otra y acabó ejerciendo la profesión de productora y arreglista de la que he vivido”.
A principios de los sesenta su rostro aparece en las fotos de la contraportada del primer disco de Los Brincos, desafiando, sin proponérselo, esa ley no escrita que limitaba en la música de aquella época la participación de la mujer en el negocio discográfico: podían ser artistas, preferentemente de copla o variedades, vocalistas en algún grupo masculino y poco más. A partir de ahí, la intervención de las mujeres quedaba condenada al anonimato. Sin embargo, en 1964 Maryní Callejo no sólo firmó, junto a Fernando Arbex, Mejor , también se encargó de la producción de aquel ramillete de temas que convirtieron a Los Brincos en los ídolos de la juventud española.
“Dicen que me transformé en la quinta Brinco… –bromea–. En la editorial de Algueró padre conocí al propietario de la discográfica Zafiro, Esteban García Morencos. Con él fui en su coche a verlos a una actuación cuando no los conocía nadie. Me enamoré de ellos, eran geniales. Los Brincos fue el primer grupo que salió a grabar fuera de España. Fuimos a Milán, lo pasamos estupendamente”.
García Morencos, que había apostado fuerte por la brincomanía, le confió a mediados de la década otro proyecto no menos delicado: acompañar a una Marisol que dejaba atrás su fase de niña prodigio y entraba en la adolescencia. Con la Callejo cerca, Pepa grabaría en italiano Il mío mondo e qui, se presentaría en Japón y recorrería media Europa.
“En aquél tiempo fui la primera y la única mujer que durante mucho tiempo ejerció de productora. Yo no me paraba a pensar si por el hecho de ser mujer tenía que enfrentarme a alguna cortapisa. Trabajaba como una mula y demostré que podía hacerlo perfectamente. Incluso, conté con el reconocimiento de muchos músicos españoles, que estaban pendientes de cualquier grabación que surgiera para trabajar conmigo”, recuerda.
En otro viaje, esta vez a Valencia, con José Luis Armenteros, descubrió a Luis Manuel, un muchacho con una voz única al que su manager intentaba convencer para que adoptara el nombre artístico de Nino Bravo. “Al escucharlo nos quedamos prendados y, por supuesto, recomendamos que lo ficharan. Yo le hice el arreglo para Un beso y una flor. En realidad, la canción la hicimos entre José Luis y yo aunque luego la firmó él.”
También trabajando para la Phillips, la productora da forma al lanzamiento de una cantante que lo tenía todo para ser una gran estrella, Tara, María Teresa Pérez Guerra, una gallega dotada de una voz y unas excelentes cualidades interpretativas, capaz de atreverse con el Think de Aretha o This is my life de Shirley Bassey. A mediados de 1970 se ponía a la venta el primer elepé de esta artista, que había sido grabado en su totalidad en directo en un local madrileño, algo insólito para la época.
Si la carrera de Tara fue corta, la de Fórmula V llenó de éxitos veraniegos la primera mitad de la década de los setenta: desde Tengo tu amor a Eva María, pasando por La fiesta de Blas. Sin olvidar, claro está, el clásico Cuéntame, que incluso sirvió de banda sonora a la incombustible serie televisiva.
“Ahora no hay melodía, salvo dos o tres cantantes… Quitas a Rihanna, a Alborán, a Malú y queda poco. Me decían tienes un oído absoluto porque podía tocar cualquier canción sin partituras. Ahora no me pidas que toque ninguna canción de hoy por muy bueno que sea el intérprete. No hay canciones como las de Beyoncé, Whitney Houston o Michael Jackson, que lo llevo en mi móvil desde el día que murió. No pienso quitarlo nunca”.
Con Massiel actuó en la URSS y, entre 1974 y 1977, le produjo tres de los mejores discos de su carrera. ¿Quién no recuerda Lady Veneno o la historia de María de los Guardias, que sirvió, además, para presentar en España al nicaragüense Carlos Mejía Godoy, dentro de un repertorio en el que no faltaban adaptaciones de Barbara, Piazzolla o Pablo Milanés?
Aunque se habían conocido siete años antes, los caminos de Maryní Callejo y Mari Trini se cruzaron a principios de 1978. La carrera de la cantautora atravesaba entonces un momento delicado. Sus temas sonaban antiguos para la generación que estaba pilotando la transición a la democracia. Maryní, y en algunos momentos el italiano Danilo Vaona, se encargarían de actualizar el sonido y la imagen de la artista murciana. Junto a Maryní Callejo, una Mari Trini que incluso se desnudaría en las páginas de Interviú compone muchas de las canciones que cimentaron su popularidad hasta 1986, como Una estrella en mi jardín, Mírame o Quién me venderá.
“Siempre he estado detrás de lo artistas, de ellos era el protagonismo. Nadie me habrá visto ir por mi pie a la televisión o contar esto y aquello. Yo me esforzaba en hacer lo mejor posible mi trabajo y ya está.”
No tuvo mucho tiempo para guardar las maletas cuando terminó esa etapa. Tras una corta colaboración con José Luis Moreno en los programas que realizó en Canal 10, aquél primer intento de privatizar la televisión que se inventó José María Calviño cuando abandonó TVE, la pianista se convierte en la directora de los shows de Rocío Dúrcal a un lado y otro del Atlántico. Fue casi una década de giras agotadoras que terminó abruptamente cuando la enfermedad obligó a la reina de la ranchera a dejar los escenarios.
“Con todos mis artistas ha existido, más que una relación de trabajo, una amistad -insiste-. Con todos, con Brincos, con Massiel, soy lamadrina de su hijo, con Mari Trini. Con Rocío recorrí toda América, pasé temporadas viendo con ella y con Antonio, los niños me llamaban Tita Miní, era parte de la familia. Sólo he podido contar cosas buenas, las habré pasado canutas, como le ocurre a todo el mundo en su trabajo, pero todo siempre salió bien…”.
A punto de jubilarse, la SGAE le otorgó, en 2003, el Premio a la Difusión de la Música ex-aequo con Rafael Trabucchelli, otra deuda pendiente en la música popular española de los últimos cincuenta años.
Desde entonces, Maryní lleva una vida apacible frente al mar en su retiro malagueño.
“La música es mi vida –concluye–. En 2002 tuve un arrechucho y la mano se me quedó un poco tonta y ya no toco como antes. Me construyeron un piano de cola para un sitio de playa como Málaga. Antes tocaba cinco o seis horas cada día, ahora tengo las manos de trapo…”
Tiene interés en conseguir la grabación del concierto One World Together at home porque disfrutó con las actuaciones de Lady Gaga o Alicia Keys. Mientras cuida de su gata, Maryní Callejo está deseando salir a pasear por la playa con alguno de los muchos amigos que ha hecho desde que vive en la capital malagueña. Es probable que la mayoría de ellos ignoren que esa señora amable con la que se sientan a charlar en la terraza del chiringuito fue la artífice de muchas de las canciones que tararearon en su juventud.