Qué fue el ‘marianismo’
Diez años de la victoria de Rajoy en 2011: de los recortes y la crisis económica a los escándalos de corrupción, el 1-O y la abdicación del rey.
Suena Samba da bahía a toda mecha. La gente baila en la calle Génova. Besos, abrazos y gritos de “que bote Mariano”. Banderas de España se menean. Toda España mirando a un balcón: Mariano Rajoy besa a su mujer, Elvira Rodríguez. Están al lado eufóricos Soraya Sáenz de Santamaría, María Dolores de Cospedal, Esteban González Pons, Esperanza Aguirre, Pío García-Escudero, Alberto Ruiz Gallardón y Ana Mato. Hasta dan saltitos de alegría.
El presidente in pectore lanza al país aquel 20 de noviembre de 2011: “Nuestro proyecto político invita a todos los españoles que quieran recuperar la situación por la que estamos viviendo. Lo que tenemos por delante exigirá mucho trabajo, mucho esfuerzo y mucha unidad”. Lo decía con los entonces 186 escaños calientes conseguidos: la mayor victoria electoral del PP en su historia y la última mayoría absoluta en España.
Arrancaba el ‘marianismo’, el hombre que conseguía llegar a La Moncloa tras dos intentos fallidos y en el que pocos confiaban. Lo hacía en una España hundida económicamente, en mitad de presiones de la UE para el rescate, con la prima de riesgo ahogando el cuello del país, con unos mercados feroces disparando contra nuestro déficit y a la búsqueda de oportunidades carroñeras. El sur de Europa, en el abismo.
Se cumple una década de aquella victoria. Una forma de gobernar totalmente diferente a las de Zapatero, Aznar y González. Un estilo de rinoceronte, con la piel muy dura, impasible y con el gusto por no moverse. Desesperación hasta entre los suyos. Una gestión que los populares fue un segundo “milagro económico”, pero que estuvo dominada por los recortes, por el crecimiento de la desigualdad, por una reforma laboral que daba el poder a los empresarios y abarataba el despido. Un Gobierno que hacía hachazos en cada Consejo de Ministros, algo que pasó a llamarse “los viernes de dolores”.
Con dos partes diferenciadas en su etapa presidencial. En la primera, se buscó la recuperación económica, con una prima de riesgo peor que en la época de Zapatero. Y Rajoy siempre fue de la mano de Angela Merkel, que dirigió con guante de hierro una UE llena de hombres de negro y con la receta de la austeridad. Entonces España tuvo que recurrir al rescate financiero y resistió a uno total de sus finanzas.
Pero, además, aquellos años fueron los de una enorme crisis institucional, con las ramificaciones del 15-M y la caída del bipartidismo. Surgieron entonces Podemos y Cs como nuevas formaciones con posibilidades de gobernar. Con otro cambio histórico que tuvo que gestionar Rajoy, de la mano de Sánez de Santamaría y Jaime Pérez Renovales: la abdicación de Juan Carlos I y la proclamación de Felipe VI en la mayor crisis de la monarquía.
Con una pata que marcaría a la vez su Presidencia: los escándalos de corrupción dentro del propio Partido Popular. El PP ya ha sido condenado dos veces por la existencia de una caja B gestionada por Luis Bárcenas, que fue nombrado tesorero por el propio Rajoy. Una organización llena de casos, de Lezo a Púnica pasando por Gürtel o Palma Arena. Hasta el propio expresidente tendría que ir declarar como testigo por las fechorías de Francisco Correa y los suyos. Los tribunales siguen investigando aquella financiación irregular y cómo, a través de la operación Kitchen, la Administracaión de Rajoy trató de obstruir la Justicia con la actuación del Ministerio del Interior.
Pero después de la crisis económica, llegaría el otro gran desastre de su mandato: el 1-O. El malestar social catalán se convirtió en un movimiento independentista sin precedentes que acabaría en dos referéndums ilegales, el del 9-N y el citado. Y se iría incluso más allá con una declaración unilateral de independencia. Rajoy pasaría a la historia como el primer presidente que tuvo que aplicar el 155 en Cataluña en una situación de máxima tensión en el país. A la vez empezaría a originarse Vox, con muchos desencantados por la forma de gestionar tecnócrata del expresidente.
A pesar de sus tumultuosos primeros años, Rajoy lograría vencer en las elecciones de 2015 y 2016. Haciendo otra cosa por primera vez en la historia: el primer candidato que rechazaba la invitación del rey para presentarse a una investidura al no tener los votos asegurados. Provocando el desgarro interno del PSOE, que al final se abstuvo. Pero serían la corrupción y la sentencia de la Audiencia Nacional sobre Gürtel su tumba política cuando él quería convertirse en el Merkel eterno español: sería el primer presidente expulsado de La Moncloa por una moción de censura. Arrancaba ahí el sanchismo. Y él volvía a su puesto de registrador de la propiedad y a sus comidas con amigos en buenos restaurantes.
Visto diez años después, Rajoy era el hombre que decía que leía el Marca, pero era un auténtico animal político. Él se cargaba como nadie a sus rivales: que se lo digan a Alberto Ruiz-Gallardón o a Esperanza Aguirre. Además, daba imagen de tranquilo, pero él mismo alimentó varios círculos de poder a su alrededor que se enfrentaban: Sáenz de Santamaría vs. Cospedal. Fue una forma de hacer política “de provincias” pero con ansias de Madrid.
El politólogo Pablo Simón hace estas apreciaciones cuando se le pregunta por Rajoy: “Es el candidato de mayor edad que llega a La Moncloa desde la época de Calvo Sotelo. La tradición en España ha sido tener presidentes muy jóvenes. Él llega tras haber tenido una experiencia en puestos de Gobierno, sí tenía experiencia de gestión. Esto le imprimía un carácter muy propio de su figura que es el hecho de que sea el único presidente del Gobierno que hemos tenido en España que es un conservador puro”.
Añade este profesor de la Universidad Carlos III: “Es decir, si lo comparamos con los candidatos que ha tenido la derecha en España, Aznar era realmente un neocon y con un sesgo nacionalista español. Esto cambia con Rajoy porque es conservador en el sentido de que si él puede no tocar nada, no toca nada. Es alguien amante de la estabilidad y del orden. Eso no significa que no sea un político de raza, porque lo es. Para él, claramente acumular poder era fundamental e ir creciendo en posiciones políticas. Pero iba en una dirección opuesta al modo de hacer de los tiempos”.
¿Esto qué significa? Simón responde: “Eso se nota muchísimo a partir de la emergencia de la nueva política. Tenía unos ritmos distintos, decía que todo era muy complicado. Si podía reformar, no reformaba. Me recuerda a la famosa tribuna de Luis Garicano en El País que decía que le iba a tocar reformar España y perder las elecciones. Pues Rajoy hizo lo contrario: no reformó grandes aspectos, aplicó recortes y no reformas, y se presentó a las elecciones y ganó en 2015 y 2016”. “Su liderazgo sí tenía una cierta impronta y una conexión importante con una parte de la sociedad española, esa que quiere tranquilidad, estabilidad y previsibilidad”, argumenta.
Simón concreta al hilo: “Ahora bien, cuando él sale del Gobierno, evidentemente hay un cambio dentro de su partido y siempre ocurre lo mismo cuando una formación se va a la oposición. Terminan ganando las alas más ideológicas. El liderazgo de Casado es en cierto punto una enmienda al marianismo. Sobre todo en la parte de recuperar valores. Esta es la paradoja que encierra el liderazgo de Rajoy, ese rasgo conservador era su salvaguarda pero a la vez hizo que no se anticipara a muchos problemas que terminaron estallando, como la emergencia de más casos de corrupción y la crisis más graves que ha tenido España, la de Cataluña en 2017. Rajoy permitió que la situación se pudriera hasta un punto de no retorno”.
Se adentra en su figura también Verónica Fumanal, experta en comunicación política, de esta forma: “Mariano Rajoy se caracterizó por ser una persona que siempre hizo de su condición de político de provincias una característica fundamental. Era alguien a quien no le gustaban las estridencias, y de alguna manera entendía la política de una manera más tranquila y relajada. De hecho, no supo adaptarse a la nueva oleada de programas de infotainment y a los nuevos tiempos comunicativos”.
“En términos de liderazgo, era un político de los que todavía quedaban del siglo XX. Ahora estamos en una hornada de líderes mucho más telegénicos, performadores, más orientados a la comunicación. Algo que para él siempre fue algo absolutamente secundario”, añade.
A lo que agrega Fumanal: “Entre los errores estaría el querer haber tapado la corrupción de su partido, eso lastra muchísimo la imagen de Rajoy”. “De hecho, fue muy paradigmático el día que tuvo que ir a declarar como testigo. Esos “m punto rajoy” de Bárcenas. Eso fue lo peor. ¿Lo mejor de su Gobierno? Supongo que para los suyos, la reforma laboral”. “No fue un presidente muy ideologizado si lo comparamos con las nuevas hornadas del PP, más influenciadas por Vox”, concluye.
Ramón Mateo, director del observatorio beBartlet, hace esta definición del ‘marianismo’: “Fue el periodo político que se configuró cuando el PP logró superar la herencia de Aznar, algo que Rajoy no logró hasta después del famoso congreso de Valencia en 2008. A partir de entonces, con el partido controlado, Rajoy fue capaz de dejar las improntas que caracterizarían su posterior etapa en el Gobierno de España: una gestión de los tiempos con ritmos propios y no siempre coincidentes con la actualidad, una apuesta por perfiles gestores más que políticos y una baja intensidad ideológica en sus decisiones”.
“Políticamente, el mayor acierto de Mariano Rajoy fue jugar con Bruselas las cartas que tenía, muy difíciles, para evitar un rescate expreso como el que habían sufrido Grecia y Portugal. Llegó a La Moncloa aupado por la ola de la crisis económica. Lanzar la señal de que había logrado esquivarla hacia la opinión pública era el mejor medio para validar ese mandato”, reflexiona.
¿Y el mayor error? Responde Mateo: “Atendiendo a sus consecuencias sobre la población, es que la política económica que se desplegó en aquella época, que de manera deliberada perseguía una devaluación salarial que impulsase el crecimiento a través de un aumento de exportaciones, no se vio acompañado de medidas compensatorias para atender las situaciones de mayor vulnerabilidad”.
“El contraste se ve claro si comparamos con la gestión de la actual crisis causada por la covid-19, donde las medidas de contención se han combinado con una estructura de protección social -ERTEs, prestaciones por desempleo, ayudas para autónomos- que han evitado una depresión económica generalizada como la que se vivió en 2008. Por aquel entonces, sin embargo, quien perdió su empleo terminó por perderlo todo, con consecuencias que todavía persisten en términos de riesgo de pobreza, desigualdad o desempleo de larga duración de determinados colectivos, por ejemplo”, añade.
Y pone el acento: “No obstante, políticamente el momento que marcó de manera más negativa el Gobierno de Mariano Rajoy fue la gestión del desafío independentista en Cataluña, que alcanzó su clímax durante la celebración del referéndum del 1-O. Rajoy quiso evitar un conflicto político, dando un paso a un lado y con una cesión de la iniciativa a las instituciones del Estado -sobre todo, al Poder Judicial, la Policía y la Guardia Civil- que terminó por propiciar un choque de trenes donde nadie parecía responsable de ninguna decisión”.
“El resultado -prosigue- no pudo ser más desalentador, con acusaciones por ambos lados: por falta de iniciativa, cuando no de negligencia, y a la vez, por desproporción en la respuesta y frialdad en la reconstrucción. La gestión en Cataluña dio a los críticos de todos los ámbitos el relato que servía a los intereses de cada uno y, al final, todos ellos acabaron por imponer la sentencia de su etapa política”.
Toca valorar su liderazgo. El director de beBartlet reflexiona: “Rajoy representa en muchos sentidos un determinado tipo de hacer política previo al 15-M, en el que las decisiones políticas se adoptan cuando se estima más conveniente, no cuando lo demandan los medios o la sociedad civil”.
En ese sentido, explica: “Esa falta de sincronía con el ritmo de la actualidad fue un atributo que le permitió sobrevivir y progresar durante la mayor parte de su carrera política y, ya como presidente, navegar en una legislatura muy compleja marcada por la crisis financiera más grave que recuerda nuestro país. Si no hubiera sido por ese estilo propio, difícilmente habría sido capaz de soportar un desgaste político tan acusado”.
“Ahora bien, la misma habilidad que le permitió llevar las riendas del Gobierno sin ser esclavo de los ritmos de la actualidad probablemente fue la misma que le llevó a perder contacto con ella y no anticipar debidamente los efectos de la reconfiguración del panorama político tras la irrupción de Podemos, primero, y de Ciudadanos, después”, ilustra.
Adereza en ese sentido: “Pese a contar con unos apoyos muy débiles en su última etapa de Gobierno, Rajoy no varió su estilo, que mantuvo fiel al mismo modo de actuar que había marcado sus años previos. Pero lo que funciona durante una mayoría absoluta en un Congreso bipartidista no tiene por qué funcionar en un Gobierno en minoría con un Parlamento fragmentado, como demostró la moción de censura que lo apartó del poder”.
Eso le lleva a pensar: “Rajoy dejó el cargo en un contexto en el que España era muy diferente política, económica y socialmente a cuando él llegó a La Moncloa. El sistema de partidos tradicional se había fragmentado con la aparición de Podemos y Ciudadanos. La economía había logrado salir de una recesión, pero había quedado muy maltrecha y con heridas que no llegarían a curarse. Y la sociedad había pasado por una crisis muy profunda, donde la respuesta social del Estado se había mostrado insuficiente y donde muchas personas lo perdieron todo. Algunas todavía no se han recuperado”.
“Pero aunque algunas de esas realidades pueden ser achacables en parte a las políticas que impulsó -o que no impulsó- Mariano Rajoy, muchas de ellas son la consecuencia de tensiones latentes que ya existían con anterioridad. La desafección política llevaba años creciendo y cristalizó en el 15-M. La precariedad laboral, el alto desempleo estructural o el elevado paro juvenil eran una realidad antes de su llegada. Y el ascensor social de muchas personas se debe una economía en rápido crecimiento gracias a la salida de España al exterior, los bajos tipos de interés que trajo la llegada del euro y más tarde una burbuja inmobiliaria, no a la educación, la innovación o la igualdad de oportunidades que provee un sistema redistributivo eficaz. Retos, todos ellos, que existían entonces y que, diez años después, siguen existiendo ahora”, concluye.
Mariano Rajoy, diez años de su victoria. Una forma de entender la política con el Marca y un puro. Y también con mucha estrategia detrás.