Marcos de Quinto, un peligro ciudadano
El empresario ha tenido tanto poder a lo largo de su vida que se cree impune para decir lo que le salga de las narices.
Con un patrimonio de 47 millones de euros, 19 vehículos, cinco viviendas y un barco es poco probable que Marcos de Quinto represente a los españoles. Si acaso se acerca más a ese Donald Trump amante de los dorados, los yates y los helicópteros que no tuerce el gesto al insultar a los que considera inferiores. Es decir, casi todos.
No le culpen: haber ocupado tantos cargos de máxima responsabilidad en su vida —sólo en Coca Cola ha sido alto ejecutivo durante 28 años—, haber ganado tanto dinero, haber pisado moquetas y más moquetas contribuye a crear una realidad paralela. Una engañifa en la que lo habitual es la reverencia del inferior (es decir, todos), la costumbre de que cualquier broma que gastes es jaleada por los que te rodean, que cualquier comentario —cuanto más zafio, mejor— sea respaldado con una sonora palmada en la espalda. A que nadie, en definitiva, haya osado rechistarte ni la idea más absurda o el comentario más peregrino. El poder también, o sobre todo, es eso.
Marcos de Quinto es un empresario que ha tenido tanto poder a lo largo de su vida que se cree impune para decir lo que le salga de las narices. Porque él, por supuesto, no se va a callar lo que piensa, menudo es él. En fin, que a nadie se le pase por la cabeza que va a rectificar una palabra de lo escupido. Y al que no le guste, que no le lea. O no le escuche. Él no va a cambiar. Sólo faltaría. Un respeto, que un currículum como el suyo no lo tiene cualquiera.
Este diputado, al que usted le paga un sueldo todos los meses (aunque por supuesto no lo necesite, que él está en política por España, no por intereses crematísticos) cumple a rajatabla el perfil del buen soberbio. Hasta el punto de que, cuando hace un timidísmo intento de aclarar un insulto, lo remata llamando “deficitario educacional” al que le critica. Han leído bien, “deficitario educacional”. Lo escribe quien previamente ha tildado a alguien de “cretino” y “troll de mierda”.
Lo dicho: a quien no le guste, que no le lea.
Lo menos que se le puede pedir a un diputado es un mínimo de educación hacia los ciudadanos a los que teóricamente representa, sobre todo siendo una persona de mundo, que ha tratado con jerifaltes de medio planeta y que posee un currículum en el que el nombre de las universidades y escuelas de negocio que ha conocido no pueden registrarse ni en 50 folios. Ese decoro no es un deseo, es una obligación: el artículo 2 del Código de Conducta de los señores Diputados del Congreso deja muy claro que todos deben actuar “con respeto hacia los demás miembros de la Cámara y hacia la ciudadanía en general”. Sea cara a cara, en Twitter o acodado en la barra de un bar.
Si es imposible que aquel que se ha codeado con la élite mundial sepa comportarse con un mínimo de educación, pedirle sensibilidad hacia el prójimo es una tarea abocada al fracaso más absoluto. Probablemente Marcos de Quinto crea que empatía es la marca de un caro perfume, porque si no cuesta entender cómo se puede escribir, sin ser golpeado por la mala conciencia, que los “pasajeros” del ‘Open Arms’ están “bien comidos”.
El problema, con todo, no lo tiene Marcos de Quinto. Allá él y lo que quiera hacer con su brillantísima vida. El problema es de Ciudadanos en general y de Albert Rivera en particular. Porque fue él quien le puso de ‘número dos’ por Madrid en las elecciones del 28 de abril. Es él quien permite que De Quinto se siente en el Congreso de los Diputados. Es Rivera, y Ciudadanos, los que con su callada dan pábulo a los Trump hispanos cuya única ideología es el insulto, la bofetada y la soberbia.
El silencio cómplice de Ciudadanos con Marcos de Quinto —sólo han pedido que no se juzguen esos “tuits personales”—, sin sorprender ya a estas alturas, sí decepciona.
Ciudadanos, ese partido que presume de ser el centro sensato. Y educado.