Madrid de un plumazo
Mi amigo Mateo Sancho ha presentado estos días su “novela de auto ficción marica” Nueva York de un plumazo, la crónica a escalpelo de un periodista español treintañero buscándose la vida en Manhattan. Su retrato personal de la cultura gay neoyorquina, con tanto calado como frivolidad, asegura la diversión y reconfirma que, también desde esa perspectiva, la capital del mundo es un lugar fascinante.
Afortunadamente para los que vivimos en Madrid, su lectura no te hace añorar ni un segundo el sueño gay americano, porque nuestra ciudad ofrece casi de todo en ese aspecto y en un entorno, por el momento, más amigable. Tras la reciente vorágine del Orgullo, con cientos de miles de visitantes y locales inundando la ciudad, no se puede decir que falte presencia LGTBIQ. La naturalidad con la que Madrid ha evolucionado en un par de décadas hasta colocarse en la cúspide mundial de las ciudades friendly, nos reconcilia con los peajes que también hay que pagar por vivir aquí. El buen rollo que aportan espontáneamente los ciudadanos (que no Ciudadanos) suaviza el rigor urbano, con un patrimonio inmaterial que a ver si somos capaces de no dilapidar. Como dice Manuela Carmena, “la sociedad española es mucho mejor que los políticos”. Y en concreto, en Madrid, lo que se respira en sus calles tiene poco que ver con lo que se huele en sus instituciones.
En este estrepitoso trasiego que está siendo el traspaso de poderes políticos en Madrid, algunos creen que pueden devolver ciudad a la caverna de un día para otro: cargarse Madrid Central, mandar a la periferia la marcha del Orgullo, quitar jardineras y bancos para que aparquen coches… Lo mejor de Madrid tiene que ver con lo que se construye en las conversaciones, con las ganas de vivir que se traducen en terrazas llenas todo el año, con gente que acepta y aporta, aunque quizá no vota. Madrid aún se resiste a que se la carguen, aunque al precio que están los alquileres y los pisos, no sé por cuánto tiempo. Lo mejor de la ciudad, los estudiantes, los profesionales jóvenes, los vienen de otro lado a buscarse la vida como Mateo en Manhattan, pueden verse expulsados de un plumazo.
Nos jugamos mucho, porque dar por sentado que las conquistas sociales quedan garantizadas de por vida, es mucho suponer. Que se lo digan a los que han visto a Trump sustituir a Obama. O a Bolsonaro y Salvini ocupar el poder en países que amamos tanto como Brasil o Italia. Desde aquí mi homenaje al colectivo LGTBIQ en la transformación de la ciudad, porque, aunque a golpe de pluma no se conseguir todo, se puede intentar resistir.