Madres lactando, bebés comiendo y morbosos mirando 'chichis'
Lactar, menstruar, parir, enseñar ‘chichis’. ¿Habías pensado cuántas cosas asquerosas puede hacer el cuerpo de una mujer? Y si tu respuesta es que ninguna de estas acciones te parece asquerosa, tal vez te hace falta la mirada machista de quienes censuran a las mujeres que no quieren parir; o la mirada juzgona de los que critican a las mujeres que compran toallas femeninas en la tienda de la esquina y no quieren esconderla en una bolsa negra, o te falta la mirada morbosa de los que ven a una mujer enseñando ‘chichis’ cuando se encuentran a una madre amamantando a su bebé en la banca de un parque.
Porque resulta que según la creencia, las mujeres nacemos con ese instinto materno que nos hace soñar con ser madres, pero una vez que lo somos debemos escondernos detrás de una sábana para amamantar a nuestro bebé, porque resulta sucio.
Que contradictorio podría parecer que toda la vida se espere que una mujer sea madre, pero que después tenga que avergonzarse de serlo.
¿Con qué clase de mirada ves tú a las madres lactantes?
La verdad es que cuando me trajeron a mi bebé para amamantarla, solo dos horas después de haber parido, entré en pánico. Y aunque tuve el apoyo de mi madre, me sentía totalmente insegura. ¿Por qué se da por hecho que las mujeres tenemos que saber instintivamente cómo ser mamás? Yo no sabía cómo hacerlo y aunque mi madre lo hizo parecer fácil, cuando lo intenté me dolió muchísimo. Me asusté. Sentía que se esperaba en todo momento que fuera la madre perfecta y que obviamente amamantara a mi bebé como una experta. Las enfermeras me decían que tenía que hacerlo. Lloré.
Mi hija y yo tardamos una semana en acostumbrarnos al proceso. Definitivamente yo quería que se alimentara de mi leche, porque decían que era muy buena para su salud. Tenía pánico, porque lo único que me decían era que se me iba a cortar la leche si no le daba pronto. Que me la acomodara de un modo, de otro. Me decían a qué hora debía intentarlo, que no le ensuciara la cara. Despertaban a la bebé. Todo era presión y dolor.
Cuando llegué a casa, de pronto me encontraba en la misma escena en la que recordaba a mi madre, la primera vez que la vi amamantar a mi hermana menor. Me senté en mi cama, coloqué una almohada en mis piernas, tal y como ella lo hacía; acomodé a la bebé encima, respiré profundo y le di la ‘chichi’; en un momento se escuchó ese gracioso: “glup, glup, glup”. Al fin me sentí tranquila.
De pronto amamantar se volvió placentero, el estrés de alimentar bien a mi bebé al fin había pasado. Me percaté de que fue un proceso que tanto la bebé como yo aprendimos juntas y terminamos disfrutando esos momentos en los que nos acurrucábamos para la hora de comer. El olor de mi bebé me llenaba de paz. A veces nos quedábamos dormidas, todas batidas de leche.
Nunca me imaginé que la lactancia es un terreno donde hay muchas batallas por ganar todavía.
La primera de ellas es la que hay que ganar contra la ignorancia que todavía hay respecto a este tema.
Yo tuve la fortuna de ir a un curso especializado, para saber cómo iniciar mi lactancia y tuve la mejor asesoría, pero me sorprendió la cantidad de mitos e ideas que desmotivan a las mamás: “tu leche no lo llena”, “la leche de los primeros días no sirve”, “después del año es pura agua” y un montón de mentiras más.
“Yo pienso que todas las mamis deben de tener la información correcta para decidir cómo quieren alimentar a sus bebés con plena consciencia”.
Y la segunda batalla más importante: normalizar la lactancia. Es muy triste que haya personas que piensen que es algo “sucio” o que lactamos en público para andar enseñando, cuando es la forma más natural de alimentar bebés y gracias a esta leche sobrevivimos como especie desde hace miles de años. Así de simple: sin la leche materna no habría humanidad. Punto.
En fin, hoy soy orgullosamente LME (lactancia materna exclusiva) y lactivista, porque me di cuenta de que esta es una forma de resistir también ante una industria lucrativa y un sistema que no buscan lo mejor para mamás y bebés y los privan de vivir esta experiencia y recibir sus enormes beneficios.
No tuve la suerte de amamantar a mi niña directamente de mi seno, porque mi pezón está invertido. Le di con el biberón por casi dos años.
Pero mi historia como donante de leche empezó cuando mi hija estuvo muy enferma y tuvo que ser ingresada en el Hospital del Niño y de la Mujer de Querétaro. Mi hija permaneció ahí el tiempo suficiente, para que yo me percatara de que muchas de las mamás de los niños que estaban internados perdían la leche por causa de la preocupación y de la mala alimentación que sufrían. La donación fue mi oportunidad de devolverle al hospital lo mucho que hicieron por mi niña.
Cuando las vi sufrir tanto, porque la leche se les cortaba, fui a preguntar al banco de leche para saber si yo podía ser donante.
Me hicieron estudios de VIH, de Herpes, de candiadiasis y muchos más, porque la leche es también para niños prematuros o niños que abandonan en el hospital o para niños cuyas madres mueren.
Comencé la recolección de leche y fue lo mejor que me pudo pasar. La lactancia me hizo muchísimo más humana al compartir un poquito de mí, pues me hacían 9 extracciones al día, y en este proceso aprendí que la leche materna es oro líquido.
No solo tiene un alto contenido en proteínas y es el alimento perfecto para satisfacer las necesidades de tu bebé sino que también le proporciona gran cantidad de defensas inmunológicas y estimula el desarrollo de su propio sistema inmunológico. Reduce el riesgo de cáncer infantil.
Es importantísimo para el desarrollo de la mandíbula y descubrí que previene la obesidad, alergias y la predisposición a las enfermedades respiratorias. Además es muy ligera lo que permite que el bebé la digiera fácilmente y el cambio de sabor, de acuerdo a lo que come la mamá, prepara al niño para aceptar mayor variedad de alimentos.
Me explicaron que los niños que son amamantados son más activos, presentan un mejor desarrollo psicomotor, una mejor capacidad de aprendizaje y menos trastornos de lenguaje que los niños alimentados con biberón.
Yo disfruté mucho amamantar a mis hijos hasta que ellos quisieron. Pero esa decisión me causó conflictos con mi esposo y con su familia, porque según ellos, lactar a mi hijo por 4 años no le hacía ningún bien.
Los comentarios después del primer año de vida de mi bebé eran: “que mi leche ya no le servía”, “que ya era pura agua”. Sin embargo, yo tenía el apoyo de mi familia y de las enfermeras de la clínica del ISSSTE, donde nació mi bebé, quienes nos animaban a todas las madres a alimentar a nuestros hijos con leche materna.
Los primeros seis meses nos recomendaron alimentarlos exclusivamente con leche materna y me comentaron que podía seguirle dando, mientras el niño quisiera. Ellas recomendaban mínimo dos años.
Yo estuve firme en mi decisión de seguir amamantando a mi hijo, quien nunca tomó leche de fórmula ni usó un biberón. Mi niño pasó de la chichi —como se le dice en mi familia a los senos— al vasito entrenador.
Cuando salíamos yo alimentaba a mi bebé cuando él tenía hambre, aunque mi esposo me pedía que no lo hiciera. A veces nos quería cubrir con una manta, pese a que hacía mucho calor. Discutíamos por esto, pero yo me mantenía firme.
Yo jamás he considerado que sea de mal gusto que las madres amamantemos en público.Yo trato de fomentar y de informar a las madres que hay en mi familia, para que alimenten a sus hijos, ya que la lactancia materna es lo mejor que podemos hacer por nuestros niños.
Yo acostumbraba darle leche a mi bebé en un parque. Salíamos a pasear con su carriola, me sentaba en el pasto y le daba leche si él me lo pedía.
Una tarde muy calurosa, me senté a darle pecho a mi bebé, pero no me cubrí porque hacía calor. Una señora , como de unos 60 años, que caminaba con el que supongo era su marido, me gritó: “tápate, cochina”. Me llené de valor y le grité: “No estoy haciendo nada sucio”, pero me hizo sentir muy incómoda. Sin embargo, mi bebé seguía comiendo muy a gusto y decidí quedarme ahí.
En cuanto nació mi hijo nos conectamos con la lechita, y él hizo lo suyo y mis tetas hicieron los suyo. La lactancia para mí fue más difícil que el parto. ¡Mis pezones se abrieron, me salía leche hasta por las orejas (ahora me recuerdo acostada con las tetas de fuera chorreando todo alrededor y me da risa); lloraba de no sé que, no dormía; mi bebé quería comer cada 3 horas!
Pasó el tiempo y la llave de la leche se reguló, pero durante casi un año la leche era lo único que mi hijo comía. Cada vez que me sentía cansada me metía al internet a leer y leer sobre los beneficios de la lactancia y eso me fortalecía.
Mis miedos venían siempre por las pendejadas que decían personas que no estaban informadas, pero yo iba y preguntaba a mujeres sabias y se me resbalaban los miedos.
Mi suegra, en una crisis de lactancia —que les dan a los bebés en diferentes meses y hasta los 2 años— me dijo: “Es que ya no quiere tu leche, porque le da asco” .
Una enfermera, cuando acudí a que le aplicaran una de las vacunas a mi bebé y él estaba medio gordito, me dijo que tenía obesidad por mi leche, que ya le diera leche de fórmula.
Al año comenzaron a decirme que ya le quitara la leche, porque era pura agua que ya no le nutría. A los dos años, me decían: “ya ni le sale” y tuve que apretar mi ‘chichi’ en la cara de mi prima, para que viera que sí lesalía.
Ahora, a los tres años, solo toma teta para dormir y estamos en el destete respetuoso y todavía hubo quien me dijo: “tu niño va a tener ’problemas psicológicos’, porque darle ‘teta’ hasta esta edad es perverso y morboso”.
“Los comentarios nunca faltaron, pero yo me informé en todo momento y la lactancia empoderó mi maternidad. La he defendido como defendí mi parto. ¡La lechita es puro AMOR!”
Este camino me llevó a darme cuenta de que existe mucha ignorancia en cuanto al tema de la maternidad y la lactancia. En este tiempo las mujeres hemos conseguido que la maternidad no se vea como una obligación, pero ahora nos toca a quienes decidimos ser madres, luchar por vivir la maternidad y la lactancia libremente.
Es por esto que otras madres y yo creamos el Círculo de Mujeres Nantli, un hermoso grupo de lactancia en donde nos informamos, apoyamos y nos echamos porras. Se los comparto, para que se unan y vivan su maternidad en respetuosa libertad.
Cuando tuve que regresar a trabajar luego de haber tenido a mi bebé, me sucedió en algunas ocasiones que me manchaba la blusa de leche, pese a que me colocaba los famosos protectores. Me sacaba la leche, pero tenía mucha y se escurría.
Cuando esto ocurría sentía las miradas de los compañeros y una vez uno de ellos comentó que le daba asco mis manchas de leche en la blusa. No me lo dijo de frente, me enteré porque todos hablaban de eso.
Estaba triste y enojada, lavé mi blusa en el baño de la oficina. Salí con la frente en alto, pues decidí no avergonzarme de algo tan hermoso.
Cuando mi bebé nació yo no pude alimentarlo, porque tragó un poco de sangre. Me dieron de alta y él se quedó ; sin en el hospital; sin embargo, el médico me recomendó que me extrajera leche, porque el calostro -o la primera leche que sale- es indispensable para la salud del bebé, porque contiene anticuerpos para combatir infecciones y enfermedades.
Después le diagnosticaron reflujo y me pidieron que le diera una fórmula que era muy espesa, pero yo estaba aferrada a darle leche materna, me sacaba leche y le daba la mitad de mamila de fórmula y la otra mitad de mi leche. Así transcurrieron seis meses.
Nunca fue fácil, me costaba cada vez más extraer la leche, porque sale cada vez menos si no te pegas al bebé, pero yo me aferré a darle leche materna, porque conocía el beneficio que significaba para mi bebé.