Madame Bovary soy yo
Flaubert y su capacidad de mostrarnos lo efímero, la persistencia de la mezquindad y la capacidad de supervivencia de lo mediocre.
Existen serias dudas de que Flaubert pronunciara esa frase, así, literalmente, tal cual siempre la hemos conocido. La referencia a la misma aparece en alguna cita de terceros que viene a decir que esa fue la contestación que dio Gustave Flaubert cuando una admiradora le preguntó en quién se había inspirado para construir el personaje de Emma, la esposa de Charles Bovary,
-Madame Bovary c´est moi. D´après moi.
Pero, lo dijera o no, ese hombre que está a punto de cumplir 200 años no pudo negar que, como hacen los mejores actores, se metía dentro de sus personajes, y el más elaborado y mejor construido de todos es, sin duda, el de Emma Bovary, de soltera Emma Rouault.
Este año cumplen 200 años Baudelaire y Flaubert, dos vidas paralelas, los dos pilares que sustentan la poesía y la novela francesas de nuestros tiempos modernos. No falta quien considera que la novela dejó atrás cualquier complejo con respecto a la poesía, a partir de la publicación de Madame Bovary, publicada primero por entregas en La Revue de Paris y en forma de libro un año más tarde.
Como en el caso de Las Flores del Mal de Charles de Baudelaire, publicado por las mismas fechas, Madame Bovary sufrió también denuncias ante los tribunales imperiales por atentado contra la moral pública. En el caso del poeta, su libro sufrió censura, multas y condenas judiciales, pese a lo cual, o gracias a lo cual, la fama de la obra no hizo más que aumentar. Sin embargo, la denuncia contra el novelista acaba en nada y la obra puede ser publicada sin mayores problemas y con gran éxito.
Tanto el uno como el otro, el poeta y el novelista, habían convertido su escritura en un azote contra la burguesía francesa del Segundo Imperio Napoleónico. Madame Bovary es un alegato implacable, al tiempo que una de las grandes obras de la literatura, situada en la frontera más allá de la cual el romanticismo de última hora cede paso al realismo que llegaba, impulsado con fuerza por autores como Stendhal o Balzac. Ese realismo que recorrieron fuera de Francia otros grandes como Pérez Galdós, Dostoievsky, Dickens, o Tolstói.
Flaubert es uno de esos personajes decimonónicos, apasionante, apasionado y contradictorio, en el que confluyen la tendencia a la soledad, especialmente tras la muerte de su madre y el rechazo a la vida social, junto a su presencia en salones y sus encuentros con amigos como Émile Zola, Goncourt, Ronstand, Daudet o el ruso Iván Turguénev, además de mantener una intensa relación con mujeres como George Sand, Amélie Bosquet o la poeta Louise Colet.
Un hombre poco expresivo, tímido, apocado, que se convertía, en otros momentos, en efusivo, locuaz y parlanchín. Un hombre que conocía a la perfección a los burgueses con los que convivía, a los que despreciaba en su mediocridad, su mezquindad, y contra los que clama en toda la personalidad que crea para el personaje de Emma Bovary.
Este rechazo a la burguesía no podía írsele de ojo a los marxistas, o mejor a las hijas de Marx y, muy especialmente, a Jenny Eleanor Marx, londinense, madre del feminismo socialista, sindicalista, mano derecha de su padre y luego de Friedrich Engels y primera traductora al inglés de Madame Bovary, al igual que hizo con algunos textos teatrales de Ibsen, como Enemigo del pueblo o La dama del mar.
Morían jóvenes y por causas muy diversas aquella gente. Eleanor no llegaba a cumplir 45 cuando se quitó la vida. Baudelaire murió lejos de alcanzar los 50, perseguido por la sífilis contraída en sus muchos y frecuentes ires y venires de su vida en los prostíbulos parisinos. En cuanto a Flaubert, de vida más ordenada, pero interiormente no menos atribulada, no cumplió los 60.
No seré yo quien diga que no haya en nuestros días poetas, novelistas, escritores de cuentos de gran calidad literaria, pero me pregunto muchas veces dónde se encuentran los poetas turbulentos y proféticos, los novelistas lacerantes y clarividentes, capaces de desvelarnos el mundo en que vivimos, con sus Señoras Bovary y sus Flores del Mal, sus pasiones por la vida, con todos sus vicios y virtudes.
Vuelve a nosotros Flaubert, con sus cientos de años a cuestas, pero tan moderno como siempre, tan empeñado como entonces en zarandearnos, obligarnos a despertar, sacarnos del adocenamiento, para mostrarnos lo efímero de cuanto nos rodea, la persistencia de la mezquindad y la capacidad de supervivencia de lo mediocre.
A fin de cuentas, gracias a personas como Flaubert descubrimos que Madame Bovary soy yo, somos cada uno de nosotras y de nosotros.