Machismo, humillación y suicidio
Verónica no ha sido la única mujer que ha sentido tanta humillación pública como para quitarse la vida.
Veo con estupor en el telediario que una mujer de 32 años, madre de dos hijos, se ha suicidado tras la difusión masiva de un vídeo sexual entre los miles de empleados de la empresa en la que trabajaba, en un acto desesperado de intento de huir del sufrimiento extremo que le producía el escarnio público. Veo en las imágenes de recurso a otros empleados haciendo un minuto de silencio en la entrada de la fábrica, quizás ahora algunos de ellos arrepentidos por haber compartido un vídeo que vulneraba la intimidad de su compañera o simplemente por no haberle echado coraje y ayudarle a enfrentarse a los cotilleos.
Pero Verónica no ha sido la única mujer que ha sentido tanta humillación pública como para quitarse la vida. Tiziana Cantone, una joven italiana, también se suicidó tras la difusión de un vídeo sexual. O la inglesa y campeona mundial de lucha libre Paige, que llegó a plantearse el suicidio después de la difusión de otra grabación similar. Son tan solo tristes ejemplos que evidencian que la misoginia, el machismo y la humillación de las mujeres están presentes en las diferentes sociedades y a lo largo del tiempo. Y que esta trágica situación tiene su raíz profunda, precisamente, en el machismo.
El código penal castiga con una pena de prisión de tres meses a un año o una multa de seis a doce meses al que “sin autorización de la persona afectada, difunda, revele o ceda a terceros imágenes o grabaciones audiovisuales (…) cuando la divulgación menoscabe gravemente su intimidad personal”. Pero en este caso estamos hablando de algo más profundo que un acto delictivo. Nicolaus Mills habla de la cultura de la humillación en la sociedad. La humillación como arma pública no es nueva, lo que es nuevo es el alcance que tiene a través de la globalización y las nuevas formas de comunicación de las nuevas tecnologías y redes sociales. Tampoco es nuevo el machismo, ni tampoco la humillación de las mujeres.
La humillación es un ataque a la identidad de la persona. Y produce sentimientos de impotencia, desesperación y de carecer de valía, busca generar una pérdida de autoestima y tiene un fin estigmatizador y de perdurabilidad en el tiempo. Los estudios científicos aseguran que la humillación se siente con más intensidad que la felicidad, en concreto es la emoción que más fuertemente se siente, más que la ira, la tristeza o la rabia. Es difícil salir indemne, intacto, de una situación humillante, por muy bien que se sobrelleve. Pero lo que hay que saber es que hay segundas oportunidades. Nuevas oportunidades. Desgraciadamente, ya no para Verónica, porque se sintió sola y acosada.
¿Dónde está la ética, la empatía o la compasión en una sociedad que actúa en la creencia de que es lícito humillar a las mujeres?
Cada vez más personas son incapaces de comunicarse si no es humillando a otras en una suerte de canibalismo justiciero social, y lo cierto es que como sociedad se van aceptando unas reglas de juego que no tienen por qué ser las válidas. No todo puede valer, y en algún momento cada uno de nosotros y nosotras habrá de empezar a decir “no”, actuando de otro modo con reglas de juego más honestas, menos violentas, más respetuosas, si es que aún no lo ha hecho. Cada persona puede ser determinante si decide no convertirse en un testigo mudo, equidistante e indolente. Hay que reivindicar la importancia del me too, la importancia de la protección del grupo que se revela ante lo injusto, mostrándose solidario y respetuoso frente a todas estas situaciones de humillación, acoso y abuso hacia las mujeres, que no son más que otra arista social de la geometría machista y misógina construida durante tantos siglos.
Y esta última reflexión me sirve para decir que la forma en la que actuemos sirve para marcar la diferencia, que, al final, cuando nos regimos por normas de conducta según el feminismo estamos defendiendo una sociedad más respetuosa, solidaria y compasiva, y que estoy totalmente de acuerdo con la frase de Nelson Mandela que dice que “humillar a otra persona es hacerle sufrir un destino innecesariamente cruel”.