Chúpate esa, Akhenatón
La gran ciudad de Luxor, abandonada por ese faraón por motivos religiosos, vuelve a la luz tras milenios de olvido de la mano del famoso y controvertido arqueólogo Zahi Hawass.
Fue la capital de una gran civilización súbitamente engullida por el silencio. En sus calles, ahora redescubiertas, resonó la guerra de legados que mantuvieron nombres fascinantes para doctos y profanos en egiptología: Amenhotep III, Akhenatn, Tutankhamon. Perdida durante milenios en el olvido, vuelve a refulgir de la mano de uno de los arqueólogos más famosos y controvertidos del mundo. No se puede negar que la antigua Luxor lo tiene todo para fascinar. Y no puede reaparecer en mejor momento para la maltrecha economía turística de Egipto.
Zahi Hawass anunció hace solo unos días que su equipo la había encontrado. Es “la ciudad más grande encontrada nunca en Egipto”, un enclave que “muchas expediciones extranjeras habían buscado sin éxito”. El arqueólogo estrella egipcio asegura que su excavación comenzó en septiembre de 2020 en busca del templo de Tutankhamon pero que a las pocas semanas, “para nuestra gran sorpresa, bloques de adobe empezaron a aparecer por todas partes”. Estaban frente a lo que parece un paraíso arqueológico: calles enteras, edificaciones bien conservadas, habitaciones llenas de objetos de la vida cotidiana.
“El descubrimiento es tremendamente importante”, asegura a El HuffPost el doctor José Ramón Pérez-Accino, uno de los egiptólogos españoles más eminentes y responsable de un proyecto de investigación en la Luxor moderna. “Tenemos muchísima información sobre la muerte en el Antiguo Egipto, pero sabemos mucho menos de cómo era la vida real de los egipcios. Este descubrimiento con toda seguridad nos va a permitir mirar en nuevas fuentes de conocimiento”, explica.
“Siempre ha sido más espectacular excavar tumbas”, añade Esther Pons, conservadora jefe del departamento de Antigüedades Egipcias y del Oriente Próximo en el Museo Arqueológico Nacional, “pero cuantos más hallazgos tengamos de la vida real de los egipcios mejor, dado que la vida cotidiana de la población de aquel tiempo está enterrada bajo las casas de ahora”.
En la importancia del hallazgo coincide, aunque con cautela, Francisco L. Borrego, profesor ayudante doctor en el Departamento de Historia Antigua de la Universidad Autónoma de Madrid. “Aunque es muy pronto y todavía tienen que publicar, lo que se ha visto es espectacular y parece importante. Es una buena noticia además que los grandes titulares los haya acaparado un descubrimiento que no tiene que ver con tumbas y tesoros, sino con la vida del panadero, del carnicero, del egipcio de a pie”, reflexiona.
Una guerra de legados y ¿el fin de un enigma?
La urbe ha sido hallada entre el templo de Ramsés III en Medinet Habu y el templo de Amenhotep III en Memnon, en una zona plagada de vestigios por haber sido un núcleo de concentración de templos y complejos administrativos. “No debemos imaginarnos los templos como una simple iglesia, sino como un entramado de edificios con diferentes funciones en torno a los cuales iban surgiendo lugares de habitación”, explica Pérez-Accino. “Por eso, yo no estoy muy seguro que hayan encontrado LA ciudad de Luxor, sino seguramente alguno de esos barrios surgidos en torno a sus templos”.
El yacimiento descubierto, de una extensión todavía por determinar, presenta muros de hasta tres metros, talleres de construcción de amuletos, factorías de elementos de construcción, viviendas e incluso una gran zona de preparación de alimentos, además de una parte de necrópolis. Por eso algunos lo han bautizado como “la Pompeya de Egipto”, cuya vida quedó espectacularmente petrificada en el tiempo por la erupción del Vesubio en el 79 d.C.
Francisco L. Borrego rechaza ese bautizo. ”¿Es la Pompeya de Egipto? No. ¿Es la ciudad más grande encontrada en Egipto? No. Ahí tenemos por ejemplo Amarna, que es una ciudad completa. Eso no quiere decir que lo encontrado no sea importante para entender algunas cuestiones que hasta ahora nos resultan muy poco conocidas”. Una de esas incógnitas es qué apagó súbitamente la vida de esta urbe egipcia que, a juicio de lo encontrado, debió ser populosa y muy activa.
Algunas teorías apuntan a una guerra de legados y creencias. Amenhotep III fue uno de los grandes faraones y su reinado, entre 1390 y 1353 a.C., coincide con una de las etapas más esplendorosas del Antiguo Egipto. Su hijo Akhenaton, sin embargo, le dio la espalda a la obra de su padre e inició una “revolución” religiosa que aspiraba a eliminar a todas las deidades y concentrar el culto en Atón, el disco solar deificado.
Como explica la doctora Pons, la Luxor encontrada podría ayudar a resolver uno de los grandes misterios que rodean a esa época: cómo se consumó la revolución religiosa de Akhenaton y de qué modo afectó a la urbe. “Podría demostrar que Akhenaton la abandonó y provocó el traslado de toda la población a Amarna, la capital que él mismo había levantado”, aventura.
Las incógnitas siguen ahí para el profesor Borrego, miembro del Centro Superior de Estudios de Oriente Próximo y Egipto antiguos. “Se han encontrado cerámicas en su sitio, carne dentro de jarras... parece un abandono súbito. Pero la incógnita sobre las razones que lo produjeron siguen ahí. Se ha hablado de unas pestes, pudo ser un traslado a Amarna, quizás la zona dejó de ser funcional...”, plantea.
Hawass, para bien y para mal
“Tutankhamon dio por finalizado con un decreto el experimento de Akhenaton, que duró solamente 17 años”, prosigue el profesor Pérez-Accino. El egiptólogo apunta que la idea de Akhenaton “fue seguramente muy nociva para la economía del país porque este dependía de la economía de los templos y su revolución religiosa la distorsionó por completo”.
Miles de años después, la economía egipcia vuelve a estar alterada por completo, privada por el coronavirus de la veta del turismo. Quizás también ahí sea clave la Luxor redescubierta. La sola mención de Akhenatón y su esposa Nefertiti enciende todos los focos, y aunque representan solo 17 años de la historia de una civilización con tres milenios y medio de historia, constituyen un polo permanente de fascinación.
Lo sabe con toda seguridad el controvertido Hawass y saben que lo sabe quienes le conocen. Por eso, no hay dudas sobre la verdad de su descubrimiento. El momento elegido para comunicarlo, sin embargo, solo unos días después de un espectacular desfile de momias y ante una situación nacional desesperada, está más en el terreno de la política que en el de la arqueología.