Luis Mateo Díez: "Hay que tener una apuesta más sensible a que en la RAE entren mujeres"
El multipremiado y consagrado escritor, miembro de la Real Academia Española, publica 'Celama (un recuento)'.
El Premio Nacional de Narrativa y el Premio de la Crítica lo consagran como el único autor en lengua castellana que ha recibido en dos ocasiones ambas distinciones. El primer libro de cuentos de Luis Mateo Díez (León, 1942), Memorial de hierbas, apareció en 1973, aunque empezó a escribir mucho antes. Hace ya mucho que creó ese territorio imaginario de Celama, una “metáfora de la desaparición de las culturas rurales y de las condiciones adversas de la vida”. Territorio que apareció en la trilogía El espíritu del páramo, La ruina del cielo y El oscurecer. Ahora lo reordena todo —e incluye historias inéditas—, a modo de relatos, en Celama (un recuento).
El escritor nació en Villablino, un pueblo minero de León. Por eso, aunque insiste en que todo en sus libros es imaginación y ficción, reconoce que “seguro que hay huellas” de lo que él vivió, “pero eso se transforma en algo distinto” en la literatura. Y cita a Buñuel: “Decía que la parte más importante del surrealismo era la mirada que podías hacer sobre las cosas surrealistas de la realidad”.
Curiosamente, en Celama (un recuento) aparece la historia de El ruso, que escribió hace cerca de 20 años. En ella se menciona también a Ucrania. “Es una fábula que ahora adquiere un parentesco, una Celama que es una Ucrania. Bueno, como homenaje a Ucrania, qué más quisiera yo. Son hallazgos que haces que se contrastan en la realidad. A veces hay un trasvase de lo irreal a la realidad curioso”, reflexiona. En su momento lo escribió por ser “amante de la literatura rusa y del pueblo ruso”, y por eso esto que está pasando le “destruye, esta idea de la maldad tan asquerosa, siniestra y vil”.
Pero en esta conversación con el miembro de la Real Academia Española hay mucho más: la España rural, la infancia en un pueblo o en una gran ciudad, la emigración, el machismo en la RAE (que “va a menos”) o “el fundamento del arte, que es lo irreal”. Porque el arte, subraya “marca un aprendizaje, te da modos, formas y aventuras de vivir”.
¿Cree que quedan muchas Celamas en el mundo, especialmente en España?
En la realidad ya no hay Celamas y, en la irrealidad, que es donde está Celama, puede haber tantas como pensamientos e imaginaciones. No tiene nada que ver con el abandono o con el olvido, es un territorio ajeno.
Pero sí que hay en ella mucho de cultura rural.
Claro, hay un territorio que pertenece por su geografía y por su destino a la cultura rural, campesina. Esa es la identidad de ese territorio. Lo que no he tenido en la creación de Celama es una importante connotación sociológica, es como un espacio de lo irreal, un espacio literario que está construido sobre un tipo de cultura exterminada. El auténtico fundamento del arte es lo irreal, como decía Borges. Buscarle un sentido a Celama para que sea una metáfora testimonial de la España vacía, de la liquidación de los pueblos.. no me atrevería a hacerlo. Celama es un invento que sobrevive en las palabras y es un territorio de mortandad con muchas historias y fabulaciones que acaban teniendo un sentido de vida. Es un mundo cerrado en el que entras y puedes tener sugerencias si la creación que he hecho es poderosa, para quedarse y ver cómo se ha muerto el pasado, cómo el tiempo borra las expectativas. La vida de un pueblo es mucho mas real y verdadera.
Sin embargo, a alguien que ha vivido o vive en un pueblo pequeño, está historia no le queda tan lejos.
Claro, porque te tiene que conmover, te tiene que afectar. Hay un páramo en el que yo viví, en León. Viví allí la muerte de mis padres, los veranos. Ahí sí se construyó un poco la ensoñación. No era nada testimonial sobre lo que yo viví allí pero, como tenía una intensidad simbólica, la gente del páramo vio allí su vida. Había un reflejo fotográfico, eso sí tenía poderío, pero el ser humano se apropió del ente de la ficción y lo veía como un enaltecimiento testimonial, es curioso. Eso es la literatura, eso es el arte, que tiene un compromiso con la vida que enmarca un tipo de comunicación un poco misteriosa, y remueve. Una vez una lectora vino a verme a la Feria del Libro de Madrid y me dijo: “He estado a punto de morirme y quería seguir enferma para leer Celama, ahí hay algo que es mío”. Ese es el mayor elogio que me han hecho como escritor, más que cualquier premio. Seguro que hay huellas de lo que yo viví, pero eso se transforma en algo distinto, se puede leer tal y como el lector ponga su visión del arte.
Sin embargo, usted ama el realismo, pero se define como un trabajador de la imaginación.
Sí, siempre me ha interesado la experiencia de lo real por contrastarlo con la experiencia de la fantasía. Esa experiencia de lo real que está en la observación que haces de la vida siempre lo he transformado literariamente. Mantengo un camino de realismo y de surrealismo, ahora se me ve más el plumero. Buñuel decía que la parte más importante del surrealismo era la mirada que podías hacer sobre las cosas surrealistas de la realidad. Tal y como lo he reordenado en el nuevo libro, sí que se puede entrar en Celama, no como en las novelas, sino de una manera más directa en las historias que se cuentan, en los personajes, mejor delimitados que en las novelas.
Y entre realismo e imaginación, casualmente en este libro se habla de Ucrania e incluso de Járkov.
Escribir es descubrir y poner en marcha la palabra, la materia, la imaginación y la memoria, el depósito de la experiencia de mi vida. Son para mí sustanciales. Cuando la experiencia fermenta a través de la memoria te lleva a la imaginación. A veces, hay percepciones que tienes y luego son sorprendentes. Escribí esa historia hace como 20 años. Soy muy amante de la literatura rusa y del pueblo ruso, por eso esto que está pasando me destruye, esta idea de la maldad tan asquerosa, siniestra y vil, pero ese cuento era un homenaje un poco a lo ruso. Incluso hay una comparación entre la estepa ucraniana y dos niñas. Es una fábula que ahora adquiere un parentesco, una Celama que es una Ucrania. Bueno, como homenaje a Ucrania, qué más quisiera yo. Son hallazgos que haces que se contrastan en la realidad. A veces hay un trasvase de lo irreal a la realidad curioso. Está lleno de elementos simbólicos, aunque sea imaginario.
Hay una frase muy curiosa en el libro que me gustaría que desarrollara: “En vez de la emigración, hiciste la carrera del señorito”.
La carrera del señorito frase hecha para decir “has hecho algo que no vale para nada, has hecho el tonto, este hizo una emigración de un cagueta”. Sale de Celama y cuando escribe en las cartas te das cuenta de que llega al puerto y, por miedo, no se embarca. Despectivamente es “hacer algo inútil, que no has dado palo al agua”.
¿Sirve la ficción para encontrar el sentido a la vida, de alguna manera? Porque hay mucha gente que descubre emociones a través de los libros antes de experimentarlas en su vida.
Sin duda. El conocimiento de la vida, estoy convencido de que el arte en general está muy atado a la vida, se implica en tu sensibilidad. Marcan un aprendizaje porque te dan modos, formas y aventuras de vivir. Eso está en las ficciones, la experiencia de lo imaginario a través de lo literario es quizás la más intensa, porque lo haces a través de las palabras y de eso somos mas dueños que de las imágenes cinematográficas. El patrimonio de lo imaginario es fundamental en el conocimiento de lo que somos. En una novela conocemos, probablemente, a los seres humanos más importantes de nuestra vida. La ficción tiene ejemplaridad y experiencia para la vida, da un punto de profundidad y análisis de ese conocimiento, un punto de ejemplaridad positiva o negativa. Escribir es igual: vivo más lo que escribo que lo vivo. La vida se me ha quedado corta, por eso escribo tanto.
Habla de la irrealidad del viajero. ¿Se refiere a ellos como soñadores?
El viaje que hace este viajero [en Celama (un recuento)], al ser un personaje, está de alguna manera contaminado de eso. Desde el momento en el que es un personaje, al escritor le sirve más para decir que está en esos términos de irrealidad o ensoñación.
¿Y cómo le encajaría más? ¿Como un modo de formar una nueva vida en otro territorio o como “ser aves de paso”, como dice en el libro?
Tengo una conciencia de la fragilidad… Sí, como aves de paso. Nuestro destino es transitorio, nada se eterniza. Somos frágiles y fugaces, y eso da una medida de precariedad, pero también de grandeza. Quizás se puede tener una vida muy lastrada por lo efímera que es, pero su grandeza está en eso también. Es una quimera maravillosa la búsqueda de la felicidad, y hay placeres intensos en ello.
¿En qué se diferencia la infancia en lugares rurales como Celama de la de otros, como las ciudades?
La infancia es una edad que se parece mucho en cualquier sitio, porque es la edad de la inocencia. Se puede ser igual de inocente en un pueblo, en un barrio o en cualquier sitio urbano. Hay infancias terribles y desgraciadas, pero desde la inocencia. Lo que pasa es que al ser la edad de la inocencia, es la edad más poderosa de la inconsciencia y, según demuestran los grandes psicólogos, es también la edad mítica del hombre: sin tener conciencia, percibes las cosas por primera vez, como una caricia o la primera vez que miraste la luz, es lo que marca al ser humano. Luego viene la adolescencia, que es la edad problemática, esa edad en la que por primera vez se tiene conciencia de pérdida. No sabes quién eres y, hasta que no adquieras una experiencia para resolver el dilema, vas por ahí divagando.
Es curioso ver cómo hay gente que se criado en pueblos, que se han ido a estudiar o trabajar a grandes ciudades porque así lo deseaban, y como, con los años, la nostalgia les hace querer volver. ¿Lo cree así?
Sí, es por eso, por haber vivido allí tu infancia, es como el brillo mayor que has tenido en la vida. Despierta nostalgia y melancolía. Yo aborrezco el niño que fui y añoro mucho mi infancia.
¿Existe tanta diferencia entre la gente de pueblo y la de las grandes ciudades? ¿Son dos Españas?
Es la diferencia de la experiencia, que marca sin duda. Tampoco es que marque espacios estancos o delimite maneras de ser radicales, matiza mucho el sentimiento y el trato con la gente.
Dijo que la RAE era machista y menospreciadora. ¿Lo sigue siendo?
Fue muy machista, como esta sociedad. Es una institución que es un fiel reflejo de la sociedad de este país. No porque ahora seamos todos muy feministas y antes todos unos petardos, que lo eran también mucho. Con el desarrollo que se está llevando en los tiempos que corren y la conciencia que estamos llevando de las cosas, además de la libertad y la democracia, nos hemos ido dando cuenta de esas precariedades y de esas cosas absurdas. En la Academia hay mucha conciencia, ¿pero cómo remedias todo eso? Mientras se corrige esta diferencia, hay que tener una apuesta más sensible a que en la RAE entren mujeres. Yo era funcionario en un ayuntamiento hace muchos años y en las oposiciones entraban más mujeres, eran más listas, pero a la hora de ascender, lo hacían antes los hombres, aunque las chicas barriesen para conseguir su plaza. Los machistas decían que era porque tenían más memoria. Eran más estudiosas, subir en el estatus era un mecanismo machista hererado. En la Academia se van corrigiendo las cosas.
¿Está la literatura española en buenas manos con los escritores más jóvenes?
Sí, el decurso generacional es irremediable. Hubo un momento en el que la generación a la que pertenezco, la de los niños de la postguerra, era una cantera interesante de escritores, nos dimos a conocer. Pasado esto vienen los relevos generacionales. Lo que no hay son grandes escritores, pero hay un tono muy interesante y gente buena, y se nota un cuidado editorial al género femenino, que ya era hora. Pero no hay novelas rompedoras como antes. El que pase a la posterioridad…