Luchando contra el olvido
Rosa Luxemburgo fue marxista, pacifista, de andar difícil y una apasionada botánica, una afición que la sacó del lugar en el que estaba arrinconada.
Miles de personas se congregaban cada segundo domingo de enero en el cementerio berlinés de Friedrichsfelde. Allí rinden su pequeño homenaje a la líder comunista Rosa Luxemburg (1871-1919) en una tumba honorífica, ya que sus restos no descansan allí.
Esta mujer, antimilitarista e icono de la democracia, fue un baluarte del movimiento socialista y una de las grandes figuras políticas del siglo XX.
A la edad de cinco años fue diagnosticada erróneamente de tuberculosis ósea, motivo por el cual se pasó todo un año encamada, cuando le quitaron la escayola ya era demasiado tarde, una de sus piernas era más corta que la otra. Una asimetría que se manifestó el resto de su vida con una cojera indomable.
Su fragilidad física contrastaba con su vigorosidad intelectual y con la pasión con la que aderezaba todo lo que hacía. Fruto de ese entusiasmo fue la compilación de un herbario en dieciocho cuadernos al que dedicó gran parte de su vida. La primera aportación a esa colección fue una hoja de grosellero, a ella seguirían flores de diferentes tamaños, aromas y familias. Por sus manos y por sus labios pasaron hojas de tilos, narcisos, cipreses, olivos, olmos…
Con una minuciosidad propia de un morabito Rosa anotó y clasificó cada una de ellas, incorporando la descripción de su fragancia, la época de floración y su nombre, tanto en latín como en alemán. Una obstinada dedicación que tendría su recompensa mucho tiempo después de su muerte.
Una apasionada de la naturaleza
Y es que una arista no del todo conocida de la biografía de Rosa Luxemburg es su amor por la naturaleza, a pesar de que disponemos de una nutrida correspondencia en donde confiesa su simpatía por las avispas, los gorriones, las garzas, los escarabajos o las flores.
Sus epístolas -escritas entre 1893 y 1917- permiten, además de conocer su faceta biológica reconstruir al detalle su estado de ánimo, el clima político de la época, los debates sociales y los avatares políticos.
En 1919 Rosa fue detenida junto a Karl Liebknecht, con el que había fundado el Partido Comunista Alemán. Después de un lúgubre interrogatorio, llevado a cabo por paramilitares de la extrema derecha, ambos fueron asesinos y lanzados al Landwehrkanal.
Meses más tarde se encontró flotando un cadáver, que fue rescatado y del que se pensó que correspondía a la líder marxista. Fue enterrado en Friedrichsfelde, en donde disfrutó de la paz que no encontró en vida hasta 1935, cuando la sepultura fue profanada por seguidores nazis haciendo desaparecer los restos humanos.
Hace apenas unos años se descubrió que en el hospital de la Charité de Berlín había un cadáver no identificado, con unas características físicas que, en cierta medida, encajaban con las de la revolucionaria: metro y medio de estatura, vivió 47 años y tenía un defecto en la cadera. Desgraciadamente era imposible identificarlo debido a que le faltaba la cabeza, las manos y los pies.
Un grupo de investigadores cotejaron el ADN de la saliva del herbario elaborado por Rosa Luxemburgo y el cuerpo de la Charité de Berlín y, como era de esperar, ambos correspondían a la misma persona. El cuerpo de la colección anatómica del hospital teutón era Rosa Luxemburg. Gracias a este descubrimiento la líder comunista pudo ser enterrada –noventa y un años después de su muerte- en el cementerio de San Miguel, en el barrio berlinés de Tempelhof.
La A, la G, la C y la T, las letras con las que se escribe nuestro ADN fueron cruciales para poder rescatar a Rosa Luxemburg del olvido, fue gracias a una molécula –el ácido dexosirribonucleico- que había sido vislumbrada mucho tiempo atrás por otra Rosa –Rosalind Franklin-, una mujer que también fue relegada al olvido. Pero eso, como diría Kipling, es otra historia.