Louise Glück: el lenguaje de las flores
¿Una poeta confesional?
Por Natalia Carbajosa Palmero, profesora de Filología Inglesa, traductora y poeta, Universidad Politécnica de Cartagena:
Muchos son los libros de la flamante Premio Nobel publicados en español: Ararat, Averno, El iris salvaje, Las siete edades, Vita nova y Praderas. En palabras del poeta, editor y traductor Jordi Doce, “es quizá la poeta norteamericana contemporánea más traducida y editada en España”, con excepción quizá de Anne Carson.
Sin embargo, este considerable foco de atención –considero sin dudarlo que merecidamente vertido– acaso no arroje muchas pistas sobre quien ha escrito:
Desde que ha recibido este máximo galardón, estamos oyendo hablar de Louise Glück como “poeta confesional”. Al igual que Elizabeth Bishop, con quien suele compararse por su austeridad expresiva y complejidad conceptual; y como en el caso de todos los poetas que lo son a su pesar, esto es, que encuentran su pequeña estatura biográfica arrollada por el continuum implacable y colosal de la poesía, la etiqueta no aclara nada, y más bien confunde.
Porque si la historia personal de Glück, plagada de baches psicológicos que contradicen la “felicidad” de su apellido germánico, se atisba en sus poemas, aparece siempre indisolublemente unida a esa otra lectura de la realidad –mítica y/o telúrica– cuyas resonancias, por universales, disuelven los contornos del “yo”.
Afirma Helen Vendler que Glück consigue ser eficazmente asertiva en sus poemas a partir de un tono nada enfático, pero eso sí, evocador y hasta perturbador, cercano a la impersonalidad constantemente buscada:
Si tuviera que calificar de alguna manera la poesía de Louise Glück, la llamaría “poesía subterránea”. Esa es la impresión que me dejó la lectura de The Wild Iris (El iris salvaje), premio Pulitzer en 1993.
Este libro probablemente sigue siendo la mejor puerta de entrada a ese universo sotto voce y de belleza dura e inesperada que desbarata, por asalto invisible, las expectativas lectoras. Es semejante en cierto modo a los jardines marinos de otra maestra de lo callado, H.D., quien en su libro de 1916 Jardín junto al mar (Sea Garden) ya elogiaba la aspereza de la rosa en el agua.
Pero a diferencia de la rosa de H.D., a la que la voz poética interpela, la amapola de Glück habla por sí misma desde un no-tiempo y no-lugar anteriores a la caída humana:
Las malas noticias que, a priori, transmite el poema (la condición humana, ejemplificada en el lenguaje, como causa de devastación), no hacen justicia sin embargo a un libro cuya lectura, con toda su crudeza, deja una impresión luminosa:
De hecho, no es posible extraer ninguna conclusión apresurada en estas piezas ambivalentes que fluctúan entre la expresión y la mudez de un yo biológico a la vez múltiple e indivisible, la luz y la oscuridad, la muerte y la regeneración natural.
Como en el sublime tratado de naturaleza firmado por Annie Dillard Una temporada en Tinker Creek (Pilgrim at Tinker Creek), en este mundo aparentemente no antropizado las cosas suceden por sí mismas, sin juicios de valor:
Partiendo de El iris salvaje hacia adelante y hacia atrás, sí es posible reconocer la parte confesional de Louise Glück (poemas sobre la complejidad de las relaciones familiares, asimismo en la mejor tradición angloamericana), así como la parte mítica, por inmersión de la identidad en la cultura grecolatina y judeocristiana.
Pero en todos los casos se nos habla desde un lugar remoto –¿y quién habla?– que se resiste a ser colonizado. Sólo por eso, por el aliento firme a la vez que evasivo de una poesía sin domesticar, saludamos hoy la decisión de la Academia Sueca.
La inmortalidad de la palabra poética, el modo en que Glück la toma de Dante y nos la devuelve como recién creada, es irrebatible: