Los que viven en la parra
Todos los extremos se tocan, de la misma manera que dos paralelas terminan por encontrarse en el horizonte -teóricamente hablando, que yo no lo he comprobado in situ-, allá a lo lejos. Una parte de la izquierda situada en los bajíos radicales se ha quedado anclada en el franquismo, aunque esto pueda parecer contradictorio con su programa, programa, programa. Franco dejó perniciosas herencias mentales, tanto a la diestra como a la siniestra, y una de ellas es la cuestión militar.
En los países normales, las Fuerzas Armadas, los ejércitos, no plantean ningún problema. Desde que el ser humano descubrió el poderío de la piedra, y luego pasados unos cientos de miles de años la afiló, para matarte mejor, y luego la puso en la punta de un palo, y después descubrió la lanza, y más tarde el arco y la flecha, la vida de la humanidad ha sido una carrera armamentística permanente. Siempre ha habido unas fuerzas armadas.
Y la historia sigue demostrando que el que mejor armamento tiene suele ser el que gana la confrontación, si llega a producirse y no se impide pacíficamente por medio de la disuasión, que, a pesar del ilusionismo de algunos, funciona a costa del PIB. Como han ratificado todos los grandes políticos y generales, dios suele ayudar más a los que mejores y más cañones tienen.
Hay quienes viven instalados en el buenismo y son antimilitaristas radicales; ajenos a las enseñanzas de la experiencia –enseñanzas y experiencias vienen a ser lo mismo, una unidad como Pi y Margall y Ortega y Gasset–, que son tozudas: el que no es consciente de los riesgos a medio y largo plazo, pierde cuando se desatan los elementos en los algunos no creen, pero que de vez en cuando reaparecen y siembran el caos.
Decía Regis Debray que una parte de la izquierda moderna tiene pendiente la asignatura militar, porque en los tiempos inmaculados Marx y Lenin predicaban que el internacionalismo proletario sería el mejor antídoto. Pero eso nunca ha sido así, ni exactamente ni aproximadamente. Al final, los obreros alemanes entraron en guerra contra los obreros polacos, contra los belgas, contra la clase trabajadora francesa, contra el Reino entonces Unido de la Gran Bretaña.... Y viceversa.
Claro que aparte de este pensamiento, vamos a llamarlo así, está la falta de pensamiento, lo que se podría denominar como delirios pacifistas o negación a aceptar la realidad histórica. Se confunde la neutralidad con la imbecilidad con bastante frecuencia, y se rechaza la posibilidad de que los otros puedan plantear una confrontación que acabe en proceso bélico. Neville Chamberlain hizo el ridículo cuando creyó que la estrategia del apaciguamiento iba a disuadir a Hitler. Un tigre nunca se conforma con una hamburguesa. Con Franco entubado en La Paz –qué sacrilegio y qué oxímoron, Franco y Paz-, el rey de Marruecos Hassan II organizó la Marcha Verde, como él reconoció, un arriesgado chantaje, para invadir el Sáhara Español justo cuando había que iniciar el proceso de descolonización y el ejercicio del derecho de autodeterminación. Que ahí sí que había que ejercerlo, porque conforme a la legalidad de la ONU tras la Segunda Guerra Mundial, había que extenderlo a todas las colonias.
España, acosada por Marruecos, y por la doblez del Frente Polisario, que aprovechó la ofensiva de esa potencia regional del Magreb –muy conectada con los intereses de la OTAN- para desarrollar una guerra de guerrillas y una duna-borroka por la retaguardia, solo evitó la guerra abandonando aprisa y corriendo el territorio con una operación cuyo nombre dice más que cien libros: Operación Golondrina. Por razones profesionales, yo era entonces un reportero de calle, estaba en los muelles y en el aeropuerto de Gando cuando llegó la gran oleada de españoles, y saharauis, que abandonaban el Sáhara Occidental. Muchos habían nacido allí, en el Aaiun, en Villa Cisneros...
Un factor psicológico explicaría la voluntad de desarraigo, en ocasiones odio abierto, con respecto a los símbolos nacionales: mientras en Europa todos los pueblos se unieron alrededor de una bandera y un ejército para atacar o para defenderse en la Primera y en la Segunda Guerra Mundial, y vencieron las democracias occidentales gracias a la ayuda norteamericana, y se reindustrializaron y recuperaron con el Plan Marshall..., por esos mismos tiempos España vivía una dura Guerra Civil tras el golpe de estado de los militares facciosos acaudillados por Franco –que vio liberado su camino hacia la Jefatura perpetua del Estado mediante una serie de muertes providenciales de los generales que podían haberle hecho sombra- y una posguerra extremadamente cruel, que dejó decenas de miles, quizás cerca de ciento cincuenta mil asesinados que motean de crueldad el solar patrio.
Por cierto, que los herederos voluntarios del bando ganador, que tiene a todos sus muertos bien enterrados, glorificados y premiados con canonjías personales o familiares ad hoc, se niegan a cumplir los mandatos de la ONU sobre los desaparecidos y a hacer lo mismo con los vencidos. Pero, como algún diputado del PP, nostálgico de la CEDA, y muchos alcaldes de la derecha resentida, o son idiotas o tienen inoculado el virus de la maldad.
Volviendo al tema militar, ha habido situaciones ridículas, y con argumentos tan endebles y tan falsos que necesitan de la ayuda de la psiquiatría para entenderlas. Cuando estalla en Europa la crisis de los misiles, cientos de miles, es probable que millones, de ciudadanos amantes de la paz y del buen rollito se echaron a la calle de las naciones democráticas de Europa para impedir que la OTAN respondiera con un rearme proporcional al rearme de la URSS en el teatro europeo. Fue un ejemplo de intoxicación a distancia 'analógico'. Hace poco, el Kremlin puso en marcha una gran operación de intoxicación a través de sus piratas informáticos, buscando el mismo resultado. Agrietar a las democracias y debilitar a sus organizaciones políticas y económicas mediante el quintacolumnismo.
¿Cómo puede ejercer Europa la solidaridad con Ucrania ante el ataque de Rusia? Encima hay que fastidiarse al escuchar cómo Putin, muy serio, dice que el ataque con misiles de EEUU a un cuartel sirio como represalia por el uso de armamento químico contra la población civil viola el derecho internacional. Puede ser así, naturalmente. Pero también la confiscación de Crimea y el uso de tropas encubiertas tras capuchas negras.
¿Cómo ejerce la UE y la OTAN la solidaridad con los Países Bálticos, amenazados por Putin, si no es, en primera instancia, demostrándola con el envío de unidades militares que simbolicen la determinación del compromiso de estar con ellos en lo bueno y en lo malo, en los éxitos y en las amenazas? ¿Con agua bendita o con regalos de abalorios y cuentas de colores al nuevo zar?
La Europa del Este, salida del enorme campo de concentración comunista, ha entrado en la OTAN y en la UE aterrada por el peligro ruso-soviético. Y los grandes solidarios españoles, dispuestos a que pierdan su libertad porque la moda es la excentricidad del desarme unilateral. Quizás confían en que ante el ataque de una manada de leones, lo más conveniente es subirse a un árbol. Pero para eso no han reflexionado que hace falta una escalera, y a ser posible un palo.
Hay quienes han oído campanas, pero no saben de qué. Suiza es, comparativamente, uno de los países con mayor gasto militar por habitante; los países nórdicos han aumentado el gasto militar ante la escalada de la tensión de Moscú. No olvidan el pasado. Otros estados pacíficos estudian la recuperación del ejército del pueblo, la recluta obligatoria, porque la amenaza ha pasado a la fase de riesgo ya.
Y muchas de las mareas populistas, como el puré catalán de ambigüedades de Ada Colau, o los baleares afines, o los nacionalistas modo cerril y tantos otros profetas de bares y platós como florecen en una España de pandereta mágica, creyendo que la democracia en Europa la han mantenido las hadas con una varita mágica. Es obvio que sin más cañones, más misiles, más tecnología y más soldados que los nazis y los soviéticos, Europa entera habría sido tragada por la tiranía.
Bájense de la parra, que esta crónica empieza con Caín y Abel.