Los Goya de la sobriedad: silencios eternos, falta de emoción y un gran Antonio Banderas
El actor y Ángela Molina han sido los únicos capaces de dar vida a la gala.
Lo obvio es que los Goya de este sábado han sido los de la pandemia, pero también ha quedado en evidencia que estos han sido los Goya de la sobriedad. De poco ha servido que la noche, que ha acabado con Las niñas como Mejor película, arrancara con lo más destacado de nuestro cine entregando los primeros premios: Pedro Almodóvar, Penélope Cruz, Alejandro Amenábar, Paz Vega y Juan Antonio Bayona. Nadie ha podido levantar esta gala.
Muchas estrellas en escena —incluidas las que estaban marcadas en el suelo para indicar dónde debía colocarse cada uno, muy lejos del gusto— y en las videoconferencias, pero la que más ha brillado ha sido sin duda alguna Antonio Banderas. Escuchar al actor hablar directamente a cámara bien merece quedarse pegado a la televisión.
Banderas ha abierto la gala con su primer pensamiento en “la familia del cine”, para recalcar que no estaba “en el patio de butacas”. Ni falta que hacía, porque el silencio, que ha hecho imposible engancharse a estos Goya, lo decía todo. Por otro lado, lejos de lo que suele hacer el resto, ha evocado también a “los que nunca desfilan por alfombras rojas”, taquilleros, el chófer que le lleva a los set de rodaje o ayudantes.
Gracias al actor malagueño —al que se le presupone que ha tirado de agenda y al que Barbra Streisand ha delatado con un “hello, Antonio” en su audio— también se ha podido matar la curiosidad por la intervención de actores internacionales en la gala. No ha sido precisamente para tirar cohetes. Ricardo Darín diciendo “hola, soy Ricardo Darín” junto al rótulo de ‘Ricardo Darín’, Julianne Moore, Emma Thompson, Isabelle Huppert, Tom Cruise o Robert De Niro intentando hablar en español (se agradece), mientras que irónicamente Melanie Griffith se ha quedado más que ancha pronunciándose en inglés.
La otra protagonista ha sido Ángela Molina. A ella no le han hecho falta los aplausos ni el patio de butacas lleno para recibir su primer cabezón, el Goya de Honor, porque el tablao flamenco que le han montado para su aparición ha sido tan emocionante o más que cualquier ovación, que finalmente sí le ha dado la banda de música. Ángela Molina ha llenado con su presencia cualquier vacío, y con un discurso más humano que cinematográfico: “Necesitamos sentir que nos necesitamos (...) Quizás la vida se parezca al cine, no se disfruta sin los demás”.
El In Memoriam, esta vez también sin aplausos y con la única voz de Vanesa Martín, ha dejado fuera a la de la actriz y humorista Rosa María Sardà porque ella pidió no aparecer, según la Academia, y sí se han acordado para alegría de todo el mundo de la actriz y cupletista Carmen de Mairena.
Gracias al Zoom, culpable de una gala aburrida, en la que la emoción (más allá del momento Ángela Molina) ha brillado por su ausencia por tanta conexión que interrumpía todo y tanto silencio, ni siquiera ha hecho falta ‘dar ningún toque’ a ningún premiado por pasarse de tiempo con los agradecimientos. De hecho, alguno lo ha respetado muchísimo, concretamente Fernando Trueba, que se ha arrancado a hablar muteado.
Las videoconferencias han permitido ver premiados que mandaban callar a quienes gritaban detrás de cámara, escuchar en las conexiones el retorno del sonido, presenciar cómo el perro de Mabel Lozano corría despavorido por los gritos y comprobar cómo el primer Goya de Mario Casas se ha celebrado en su casa igual que el primer Oscar de Leonardo DiCaprio en el salón del youtuber Logan Paul.
No han acabado ahí los problemas técnicos. En la conexión de Rozalén, Goya a Mejor canción original por La boda de Rosa, se le ha colado el sonido de dios sabe qué. Aunque se podría decir que suficiente bien se han hecho las cosas para las condiciones en las que se ha tenido que desarrollar esta edición.
Aún así, han conseguido una ceremonia ágil, en la que han respetado con exactitud los tiempos. El logro ha sido que no se alargue como en años anteriores.
Evidentemente, no ha sido una gala más. Tampoco han sido los Goya que a la Academia (ni a nadie) le habría gustado celebrar, como ha dicho el presidente Mariano Barroso. Pero había que hacerla más que nunca. Que nadie olvide cuánta compañía ha hecho y hace el cine en esta pandemia, “cuanta ficción audiovisual hemos consumido para salir de la realidad obsesiva y dolorosa”.