Los polvos del príncipe
Black Friday
Todas las ofertas en: Patrocinado por Amazon

Los polvos del príncipe

Absolutamente todas, aunque seamos más o menos conscientes, tenemos al jodido patriarcado en las entrañas.

Marcha del 25-N en Granada. Barcroft Media via Getty Images

La primera startup financiada por el patriarcado se llamó Disney. Y como le crecieron los enanos, ya se hizo con todo el principado.

Los príncipes aparecen con sus polvos mágicos desde que a los 3 años los vemos en una espléndida gran pantalla. Impolutos y brillantes. Ese es el punto de no retorno. La primera vez que se ve. Porque aunque desaparece, las mujeres se pasan la vida buscándolo como si se les fuera la vida en ello. Y se les va. La vida. En ello.

El problema es que no es Wally. Por mucho que lo busques, no va a estar. Nunca.

El príncipe azul es la golosina mental que no podríamos dejar de comer. Y menos cuando hay puré al otro lado del mantel.

Todas sabemos que hemos sido educadas en un patriarcado y es imposible no tener rastros de machismo en nuestras entrañas.

Las canciones de amor romántico se convierten en la banda sonora de nuestras vidas, sin pedirnos permiso para serlo.

Y las películas se encargan de afianzar lo idílico que es el amor.

Mientras que con nuestros pasos vamos creciendo y por consiguiente aprendiendo, que una buena campaña de protección infantil sería que todos los cuentos terminaran, por ley, con un:

“Y no siempre fueron felices, y muy pocas veces comieron perdices”.

Ese cóctel de canciones, películas e idilio se afianza en nuestro sistema inmunológico y no habrá defensas suficientes que lo frene.

Hay otro punto importante en nuestras historias: el momento en el que empezamos a despertar de la anestesia patriarcal y nos damos cuenta que somos un mar de contradicciones.

Absolutamente todas, aunque seamos más o menos conscientes, tenemos al jodido patriarcado en las entrañas.

Nos damos cuenta porque nos hacen sentir hipócritas y no víctimas. Y es injusto, porque nosotras luchamos por escupir lo que se nos ha metido a cucharadas.

Lo sabemos todas.

Todas esas mujeres que se duermen abrazadas a príncipes que las llaman preciosas por la noche y “sueltas” por la mañana.

Todas las que salimos con pancartas de “ni una menos” por la tarde y besamos a sapos disfrazados de príncipes por las noches con el perreo que nos denigra de fondo.

Todas. Absolutamente todas, aunque seamos más o menos conscientes, tenemos al jodido patriarcado en las entrañas.

Lo positivo, es que con los años te vas aprendiendo La Constitución de la vida. Y juegas a colocar artículos según tus capítulos de vida.

Art. 1 Disney no empodera. Ni coser tampoco.

También aprendes que Disney jamás hará protagonistas a las mujeres que ya no están, a las 1.027 mujeres que el machismo se ha llevado por delante desde 2003 en España, mujeres cuyas historias dejaron huellas.

Disney no te hablará de Simone de Beauvoir, de Frida, de Virgina Woolf, de Rigoberta Manchú...

Aunque sean auténticas guerreras y tengan más dignidad y coraje que cualquier princesa.

Disney no quiere empoderar a las niñas, las quiere con príncipes en la cabeza y aprendiendo nuevos trucos de belleza.

En cuanto a educación, el principado, llamado patriarcado, subvenciona  la educación pública de las manadas de príncipes que se disfrazan de bestias en carnavales. O en Sanfermines.

Esas manadas se gestan en las entrañas de las sentencias del Poder Judicial, se alimentan de porno y se reproducen en las fiestas y chiringuitos de los pueblos  y ciudades.

¿La solución? Despertar del sueño. No con besos de amor eterno.

Pero sí con varitas. Al compás de las palabras mágicas:

*Fe- mi- nis- mo*

Hay que abrazar el feminismo, porque es la única esperanza de lograr la igualdad real que nos abraza a mujeres y hombres por igual, haciéndonos sentir libres, reconociendo que merecemos una libertad que se nos ha negado siempre.

Porque coser no empodera, te empodera leer.

Leer a Simone de Beauvoir.

Te empodera tener El segundo sexo como biblia vital en la mesilla de noche.

Porque el feminismo entiende que libertad no es que te pinten un neofeminismo para que puedas comercializar tu útero por necesidad.

Ser feminista no es ponerte una camiseta de Inditex, que está cosida por todas las que no han podido todavía empoderarse.

Porque, precisamente, el feminismo va de eso. De sororidad. Y de que ninguna es libre hasta que todas lo seamos.

Ojalá nuestras nietas no recuerden este día y sea el 25 de noviembre como lo es el 26.

Ojalá nuestras nietas se digan las unas a las otras:

“Nuestras abuelas erradicaron las violencias machistas y nos dejaron un mundo libre. De verdad”.

“Nuestras abuelas tenían un recuento anual donde estaban las que ya no están”... ojalá nuestras nietas lo cuenten con asombro, como algo anecdótico.

Mientras tanto, seguimos luchando para que no haya ni una menos.

Síguenos también en el Facebook de El HuffPost Blogs