Los pasteles del Brexit y los daños colaterales
Ciudadanos empachados y con los derechos en el limbo.
El Brexit ha sido analizado desde todos los posibles ángulos económicos y financieros, y semana tras semana vemos como la discusión sigue estancada en tratar de hacer convencer a los británicos de que es imposible que te comas el pastel y que sigas teniéndolo.
La frase “you can’t have the cake and eat it”, con más de cuatro siglos de historia, y pronunciada por el Duque de Norfolk a Tomas Cromwell en una carta, resurgió en el argot popular con gran ímpetu en 2016 tras el referéndum del Brexit.
Donald Tusk explicaba ya en octubre de ese año, que aquellos que se creían la posibilidad de salir de la Unión Europea sin perder los derechos, deberían hacer un experimento muy fácil: “Compre un pastel, cómaselo, y vea si aún queda algo en el plato” y el primer ministro luxemburgués, Xavier Bettel, añadiría con sorna que aparte de comerlo, y quedárselo, también quieren que el pastelero les sonría.
Y en esta era de pastelería y chefs televisivos, concursos de cocina, glaseados y deconstrucciones, el Brexit ha pasado a ser un Master Chef, en el que los concursantes nos dicen que nos van a dar solomillo de ternera wagyu, y solo tienen chicken nuggets para elaborarlo, pero oigan, tenemos que creernos que con esos ingredientes, un grupo de malcriados elitistas, serán capaces de convertirlo en solomillo, cual Jesús y los peces.
En el restaurante estamos 3 millones de europeos que vivimos en Reino Unido, y más de 300 mil británicos en nuestro país. A pesar de tener nuestra mesa, nuestros menús nos los cambian continuamente, y no ha habido una intención de calmar nuestros ánimos y niveles de estrés con un tratado cerrado sobre nuestros derechos.
Y esto debería haberse firmado el 24 de junio de 2016, justo tras el referéndum, que por cierto no era vinculante.
Muchos líderes han afirmado la necesidad de hacerlo, pero debe haber falta de papel y bolígrafo para que se sienten y plasmen un acuerdo que nos asegure los derechos y que paren a aquellos líderes populistas que siguen amenazando con cerrar fronteras y empeorar nuestras condiciones, para asegurarse que a la población europea nos marquen como ciudadanos de segunda, en una vendetta, por no dejarles que se coman el pastel y los sigan teniendo.
Desde España, para aquellos que no han emigrado, quizás no se entiendan bien las consecuencias que podría tener un Brexit como arma arrojadiza. Este Brexit en el que nos usan a los ciudadanos como fichas de casino, causa bajas, y muchas en las familias establecidas en Reino Unido. Hay un goteo de amigos y conocidos que parecían que estaban para siempre en Manchester, Edimburgo, o Leeds, y que se están volviendo a España o emigrando a terceros países.
¿Ha cambiado algo? En el papel no, en el ambiente mucho.
Cuando te das cuenta que cierta parte de la población ha escondido su resentimiento o xenofobia bajo una corrección política, te percatas de que no te consideraban como uno más. Y ahora llaman a las radios y escriben columnas de opinión hablando de cómo quitamos plazas de colegio, o camas en hospitales.
Lo realmente curioso de la queja es cómo omiten que la proporción de profesores universitarios europeos o médicos y enfermeras supera a la proporción de europeos viviendo en este país.
Las consecuencias, aparte de las psicológicas (pérdida de confianza, mayor ansiedad, inseguridad laboral), se están plasmando en infinidad de anuncios televisivos, de radio, en prensa, e incluso en los paneles de las carreteras, en los que nos destacan la fecha del 31 de octubre… y no es por Halloween, aunque en cierta manera se parece.
Este 31 de octubre, la brujas del Brexit y los hombres lobos británicos nos dicen, que es la fecha de corte y cambio en nuestras vidas.
Tiene la misma credibilidad que el 29 de marzo, o el 12 de abril pasados, pero la diferencia es que ahora han puesto en marcha una maquinaria mediática, para hacernos saber que TODOS los europeos tendremos que solicitar el derecho de residencia. Para los que llevan más de cinco años será el denominado settled status, y para aquellos que no puedan probar este tiempo, obtendrán el pre-settled status.
El proceso no es complicado, pero, para empezar, o tienes un móvil Android, o con tu caro IPhone 11, no podrás hacer el trámite. Y diréis, pues con el ordenador, y aquí hay un ‘error 404’, porque tampoco se podrá hacer por ordenador.
La Home Office que hace 18 meses presentó el proyecto piloto de la aplicación en sus flamantes ordenadores Apple y con sus teléfonos IPhone, pero para hacer la prueba sacaban un Android. Ni hace 18 meses ni aun ahora han conseguido que los de Cupertino les den acceso a usar el chip NFC (para leer los pasaportes), y añade una traba tecnológica al que no tenga un teléfono de estas características.
Algunas ciudades, universidades, y bibliotecas dan opciones para ayudar, pero en muchos casos con un pago.
Una vez que se logra este estatus, toca entender que aún no sabemos seguro los beneficios y derechos que nos va a otorgar, aunque dejan claro que los que vengan tras el 31 de octubre (¿o quizás haya más retrasos?), tendrán unos derechos disminuidos que afectaran a la posibilidad de reagrupación familiar, posibilidad de salir del país sin perder el estatus, y muchas más ideas ocurrentes con las que marcar y discriminar al nuevo emigrante.
Lo grave es que dentro de los emigrantes, habrá emigrantes de primera y de segunda.
Pero aún más grave es la falta de seguridad que habrá en el futuro, y estaremos con la mosca detrás de la oreja, ya que el incremento del populismo sumado a una crisis auto infligida, pérdida de estatus a nivel mundial y de voz en los foros de toma de decisiones, pueden empujar a futuros Farages o Boris a recortar de nuevo nuestros derechos adquiridos.