Los palacios de la ciudadanía
Entrevista con el sociólogo Eric Klinenberg.
Nadie cuestiona la importancia de ciertas infraestructuras como puentes o carreteras. En cambio, una biblioteca, un parque infantil o un estanque urbano pueden parecer infraestructuras más caprichosas y prescindibles. No debería ser así. Las infraestructuras sociales son la base de nuestra convivencia. Eric Klinenberg desarrolla esta idea en Palacios del pueblo (Capitán Swing, 2021), un manifiesto esperanzador en busca de un urbanismo más humano que nos lleve a una democracia más inclusiva. Recréense en este espacio social de ideas rebosantes de lucidez.
Andrés Lomeña: Usted ha descrito las infraestructuras sociales como un tercer espacio, aparte del público y del privado, y no le faltan ejemplos: el BeltLine en Atlanta, Lafitte Greenway en New Orleans, la 606 de Chicago, el Viaduct Rail Park de Paris, el Big Dig de Boston, Gardiner Expressway en Toronto o Anzac en Sídney. ¿Cómo es que hemos sido tan estúpidos con la planificación urbana? Y eso que teníamos a Jane Jacobs.
Eric Klinenberg: No creo que siempre lo hayamos sido, pero hemos olvidado algunas lecciones importantes sobre los beneficios de aquellos lugares de reunión que son accesibles. Además, hemos fracasado a la hora de invertir en estas infraestructuras sociales durante la etapa neoliberal. Jane Jacobs fue una gran defensora de los espacios públicos. Sin embargo, tenía demasiada fe en el libre mercado y demasiado cinismo sobre lo que ocurre cuando intervienen los gobiernos. Escribió Muerte y vida de las grandes ciudades en un momento único de la historia urbana, una época en la que el Estado estaba haciendo grandes intervenciones, como la demolición de barrios enteros en nombre de la modernidad y la eficiencia, con muy poca consideración hacia las comunidades y los residentes. Ella llevó a cabo una crítica general de la planificación urbanística que hicieron los gobiernos del mundo, reacios a construir nuevos lugares; incluso un simple parque se volvía objeto de fuertes controversias. Ser crítico con el poder del Estado es básico, pero no hasta el punto de que sea imposible adaptar y reconstruir la infraestructura social.
Tras décadas de declive y desinversión radical de los espacios públicos, vemos que los resultados han sido catastróficos. Estamos polarizados y somos desconfiados. Hemos perdido el sentido de pertenencia a algo que no sea a un grupo de interés fuertemente ideologizado. Hemos abandonado la idea de bien público. No creo que construir nuevas bibliotecas y espacios de juego solucione ese problema, pero tampoco se me ocurre mejor sitio por el que empezar.
A.L.: Su libro critica la teoría de las ventanas rotas. Desde la teoría del espacio defendible de Oscar Newman al análisis urbano de Teresa Caldeira, usted traza la conexión que hay entre la falta de infraestructuras sociales y la violencia. Me pregunto cómo definir las prioridades a la hora de impulsar esos palacios para el pueblo. Los metros son caros, muchos parques viven bajo la amenaza de las inmobiliarias y mi ciudad, Málaga, es un ejemplo de intentar hacerlo todo a la vez: zonas verdes y rascacielos. No confío en esta mal llamada tercera vía.
E.K.: Yo no abogo por una tercera vía. En Estados Unidos, la inversión en infraestructuras sociales es un proyecto progresista que nos reconecta con la herencia del New Deal porque trata de crear nuevas formas de cultura democrática y de vida colectiva.
En cuanto a las prioridades, evito ser prescriptivo. Hay diferentes lugares con diferentes necesidades, y depende de los ciudadanos y de los movimientos sociales luchar por el tipo de infraestructuras que quieren. La biblioteca es una idea inspiradora, y una verdaderamente radical. Imagina un mundo donde la biblioteca no existiera. ¿Podrías conseguir que los gobiernos, locales o nacionales, invirtieran en buenos edificios, palacios para la gente, donde todo el mundo es bienvenido, sin pagar entrada, y que estuvieran invitados a participar en una herencia cultural compartida a través de los libros, la prensa, los vídeos, la artesanía, las conversaciones y las nuevas tecnologías? Hay un tremendo potencial en las bibliotecas aún por explotar. Necesitan modernizarse y actualizarse a las demandas actuales y a los diferentes estilos de vida. Algunas ciudades (Helsinki, Calgary, Austin, Texas, por nombrar a unas pocas) ya lo están haciendo.
Una ciudad asediada por el crimen podría invertir en cosas como jardines comunitarios y parques de bolsillo, sobre todo en áreas que se han abandonado, donde las aceras se perciben como lugares peligrosos. Durante años he sido parte de un proyecto que promueve un proceso más democrático de planificación urbana, así que no son solo los ingenieros y las inmobiliarias los que toman decisiones sobre las infraestructuras. El ciudadano medio también lo hace.
A.L.: Muchos gimnasios se han creado con una colaboración público-privada. ¿Es el camino a seguir?
E.K.: Estados Unidos tienen una larga tradición en proyectos de colaboración público-privada, incluso en nuestras bibliotecas. Aquí la pregunta pertinente no es si hacerlo, sino cómo se lleva a cabo, y cuánta influencia tienen los inversores en el proceso de desarrollo. El modelo que Andrew Carnegie desarrolló para las bibliotecas fue en cierto modo ejemplar: proporcionó fondos para la construcción de edificios, con la condición de que los gobiernos locales se hicieran responsables de la dirección y el mantenimiento (las bibliotecas no se vendieron a intereses privados, lo que suena como lo que me cuentas de los gimnasios; en Estados Unidos se deshicieron de algunos servicios y los resultados han sido desastrosos, con empresas beneficiándose a costa de lo público). Ese acuerdo ha desembocado en uno de los sistemas de bibliotecas públicas más grandes del mundo. Las bibliotecas estadounidenses aún dependen de la filantropía porque la financiación pública es insuficiente. Preferiría ver al gobierno hacer mucho más para apoyarlas y esa es la lucha que tenemos ahora en Estados Unidos en torno a la inversión en infraestructuras sociales.
A.L.: En ciudades como Córdoba rehacen calles para dejarlas peor de lo que estaban (sin árboles, por ejemplo, en un lugar extremadamente caluroso). Me gustaría ver una Ecotopía: más plantas y árboles y más peatonalización de las calles. Las ciudades verdes no me parecen verdes de verdad.
E.K.: ¡Compartimos intereses! Hay un capítulo en el libro sobre la infraestructura social verde y su capacidad para mejorar la salud física y mental. La pandemia ha hecho que esta lección sea más importante que nunca. Las personas con buenos accesos a los parques y zonas de recreo lo tuvieron mejor durante los confinamientos, sobre todo cuando las escuelas, los gimnasios y las oficinas se cerraron. En los años setenta y ochenta, los urbanistas críticos llamaron a las ciudades estadounidenses “junglas de cemento” porque no tenían espacios verdes adecuados, y recientemente hemos visto cómo las ciudades se pueden convertir en mortales “islas de calor” al dejar que haya tanta contaminación. Construir infraestructuras sociales no es suficiente para resolver esos problemas; necesitamos construir infraestructuras que sean ecológicamente responsables.
A.L.: ¿La ciudad donde vive es un palacio para el pueblo? ¿Alguna ciudad favorita?
E.K.: Vivo en Nueva York, que es un crisol de crisoles. Vivo a unas cuantas manzanas de donde vivió Jane Jacobs, en el Greenwich Village, junto al High Line, uno de los espacios públicos más celebrados (y criticados) del mundo. Hay muchas infraestructuras sociales en mi barrio: bibliotecas hermosas, grandes y pequeñas, así como magníficos parquecitos o mercados de agricultores. Sin embargo, Nueva York es una ciudad desigual. Ahora estoy escribiendo un libro sobre la pandemia y parte de él tiene lugar en Jackson Heights, en Queens. Puede que sea el barrio étnicamente más diverso del mundo. Se hablan alrededor de 160 idiomas y la vida cultural es increíblemente rica, pero Jackson Heights es un desierto verde: apenas hay espacios públicos o parques. En la pandemia, los residentes se organizaron para convertir un largo boulevard en una “calle abierta”, es decir, en un parque de asfalto de unos dos kilómetros. No es una solución perfecta. Es evidente que no es Central Park, pero es una mejora, y estamos viendo nuevos movimientos sociales que defienden un espacio verde abierto que crezca por todas partes.
¿Mi ciudad favorita? Me encanta Nueva York, pero estoy deseando volver a visitar Barcelona. No he estado en Europa desde que empezó la pandemia. Esperemos que el mundo sea lo suficientemente seguro para que todo reabra pronto.