Los niños españoles que fueron usados para transportar en sus cuerpos un virus alrededor del mundo
22 menores gallegos de entre 3 y 9 años fueron inoculados con la vacuna de la viruela con el fin de inmunizar a la población del imperio español.
Tenían entre 3 y 9 años cuando los sacaron del orfanato y los metieron en un barco, el María Pita, que se disponía a zarpar del puerto de A Coruña. Debido a su corta edad es difícil que comprendiesen la dimensión del histórico papel que iban a jugar en aquella expedición, que consistía en transportar a cada rincón del imperio español un pasajero invisible y letal que viajaría alojado en sus pequeños cuerpos: el virus de la viruela.
Actualmente, gran parte de la humanidad vive atenazada por la pandemia de la covid-19, patología causada por el coronavirus sars-cov2, que ya ha matado a casi 800.000 personas en todo el planeta y ha sumido a gran parte del mundo en una nueva normalidad cargada de incertidumbre. Sin embargo, la mortandad que esta pandemia ha causado hasta ahora y su capacidad destructiva es pequeña si la comparamos con enfermedades tan devastadoras como la viruela, de la que se estima que causó, solo en el siglo XX, 300 millones de muertes.
Extremadamente contagiosa a través del contacto con la saliva o la ropa de una persona infectada, los primeros síntomas de la viruela solían incluir fiebre, fatiga e intensos dolores de cabeza. Después, hacían su aparición las características pústulas en gran parte del cuerpo de los afectados, especialmente la cara. El virus mataba a cerca de una de cada tres personas que lo contraían y dejaba marcados de por vida a muchos de los que sobrevivían, picando y desfigurando sus rostros y miembros para siempre con espeluznantes cicatrices. También era habitual que causase ceguera.
Esta verdadera arma vírica de destrucción masiva viajó con los conquistadores y colonos españoles al continente americano, donde se extendió entre las poblaciones autóctonas que, al no haber tenido contacto con este nuevo virus de ultramar, no tenían sus sistemas inmunes preparados y resultaron fuertemente diezmadas. Algunos expertos calculan que el virus alcanzó tasas de mortalidad del 90% en la región latinoamericana.
Era especialmente letal para los menores. Una de sus víctimas fue precisamente la hija del rey Carlos IV, la infanta María Teresa, que contrajo el virus y murió a la edad de tres años. Esta pérdida, sumada a que un gran brote de viruela estaba azotando los territorios españoles de ultramar, llevó a este monarca a poner en marcha y sufragar en 1803 la que pasaría a ser conocida como la Real Expedición Filantrópica de la Vacuna, encabezada por el reputado médico Francisco Javier Balmis. El objetivo era transportar la vacuna de la viruela a todo el imperio español, misión que en aquella época requería poco menos que dar la vuelta al mundo.
Pero... ¿existía una vacuna para un virus tan nocivo hace 200 años? Sí, aunque se obtenía y administraba de una forma muy diferente a las vacunas modernas. En 1796 un médico rural británico, Edward Jenner, se percató de que las mujeres que se dedicaban a ordeñar vacas contraían a través del contacto con las ubres de estos animales lo que parecía ser una versión leve de la viruela que las inmunizaba frente a la variedad más agresiva que proliferaba entre los seres humanos.
Basándose en la observación de este fenómeno, Jenner extrajo pus de una vaca que presentaba pústulas de viruela ‘vacuna’ y lo aplicó por medio de una incisión a un niño. El pequeño contrajo la enfermedad, pero los síntomas fueron menos agresivos que los de la viruela de origen humano, sobrevivió y quedó inmunizado. Jenner descubrió que este sistema también funcionaba si se transferían fluidos de un ser humano infectado por la viruela de origen vacuno a otro sano. Así, esta técnica de vacunación pasó a ser el método de inmunización más seguro frente al virus.
El problema al que Balmis se enfrentaba era la imposibilidad de conservar el virus vivo suficiente tiempo como para atravesar el Atlántico, algo necesario para que la vacunación surtiera efecto (hace dos siglos no se contaba con los medios de refrigeración y almacenamiento de que disponemos hoy día).
El propio médico dio con una ingeniosa solución: embarcaría a 22 niños huérfanos, dos de ellos infectados con la forma atenuada de la enfermedad. Pasados diez días, extraería el líquido de las pústulas de la pareja de niños enfermos, antes de que la infección se desvaneciese, y lo inocularía a otros dos niños... y repetiría el proceso sucesivamente hasta llegar al Nuevo Mundo.
Los niños provenían de un hospicio de A Coruña. Su condición de “expósitos” facilitaba el poder enrolarlos en una misión como aquella. Puede incluso que fuese una oportunidad de mejorar sus vidas, ya que entre las normas de la expedición se contemplaba que serían “bien tratados, mantenidos y educados, hasta que tengan ocupación o destino con que vivir”. Isabel Zendal, enfermera que se hacía cargo de los niños en el orfanato, también participó en la expedición, en la que se embarcó junto a su hijo Benito, para atender a los menores y proporcionarles cuidados. La Organización Mundial de la Salud (OMS) la considera la primera enfermera de la historia en misión internacional.
El periplo del María Pita llevó a Balmis y su tripulación a las Islas Canarias, Venezuela, Ecuador, Perú... En todos estos lugares se creaban juntas y reservorios para conservar y suministrar la vacuna traída por la expedición. En algunos de los lugares a los que arribaba, comprobaron con sorpresa que ya contaban con la vacuna gracias a la iniciativa de médicos o autoridades locales, como en el caso de Cuba. Sin embargo, en la mayoría de territorios, la llegada de la expedición fue recibida con gran alegría y necesidad, como en México.
La enfermera Zendal decidió permanecer e instalarse junto a su hijo en tierras mexicanas, donde presumiblemente se quedaron también los niños que partieron de A Coruña. Allí, Balmis “reclutó” a un nuevo contingente de huérfanos para proseguir su viaje. Llegó hasta Filipinas, que entonces formaba parte del imperio español. Sin embargo, este médico fue más allá y procuró llevar la vacuna a todos aquellos lugares en los que hacía falta. Así, logró permiso para llevarla incluso hasta China, donde carecían de ella. En 1806, regresó a España.
Es difícil calcular cuántas vidas se salvaron gracias a la difusión de la vacuna que realizó esta expedición, pero no hay duda de que fueron cuantiosas. De los niños gallegos que partieron inicialmente, todos salvo uno sobrevivieron a la travesía. Estos eran sus nombres y edades, que quedaron recogidos en una relación elaborada cuando arribaron a México y que se conserva en el Archivo General de la Nación:
Se cree que ninguno regresó a España. En 1980 la Organización Mundial de la Salud declaró la viruela erradicada gracias al esfuerzo internacional, siendo la primera enfermedad eliminada de la faz de la Tierra por el ser humano.