Los mayores se resetean, pero a su ritmo
La brecha digital y el desamparo en la población sénior se ha agudizado durante la pandemia, pero las iniciativas para reducirla se han disparado en los últimos meses.
Bajar el certificado covid digital para viajar, confirmar una cita sanitaria a través de un mensaje de texto, pagar el recibo de la luz a través de la app del banco, leer la carta del restaurante a partir de un código QR, dar parte de un incidente doméstico en la web de la aseguradora de la casa… Más de la mitad de la población no tiene mayor problema a la hora de realizar cualquiera de estas gestiones a través de su smartphone o de un ordenador.
Pero estos ‘sencillos trámites’ no lo son tanto para otras miles de personas, los mayores. Para empezar, porque según el estudio Informe Brecha digital social y defensa de los derechos humanos de la ONG Acción Social —basado en datos del Instituto Nacional de Estadística—, sólo el 69,7% de las personas de entre 65 y 74 años tenían acceso a Internet en 2020, una tasa muy lejana a la franja de edad de entre 16 y 24 años que era de un 99,8% . Además, el 7,8% de las personas en esta franja de edad —entre 65 y 74— no tienen habilidades tecnológicas y el 60,2% tienen habilidades bajas, frente al grupo joven en el que solo el 0,2% no tiene habilidades y el 10,6% las tiene bajas.
Un año después, pandemia y confinamientos mediante, el II Barómetro del Consumidor Senior de la Fundación Mapfre asegura que el acceso a internet por parte de los consumidores mayores de 55 años ha aumentado en un millón de usuarios desde el comienzo de la crisis sanitaria, aunque no así la utilización de los principales servicios digitales como banca online, e-commerce o redes sociales, que permanecen en porcentajes similares a 2020.
Según estos estudios, de los más de 15 millones de españoles con más de 55 años, más de 6.000.000 no tienen acceso a Internet y entre ellos el porcentaje de más de 65 años es abrumador.
Estos datos dejan en evidencia la brecha digital de acceso y habilidades en los mayores que en estos días ha saltado a la primera línea de actualidad. Carlos San Juan, un médico jubilado de 78 años, ha conseguido viralizar una campaña en la plataforma change.org que ha puesto de relieve el desamparo de los mayores no sólo ante la digitalización del sector de la banca, sino frente a otros tantos que han acelerado esa transformación con la pandemia: sanidad, trámites oficiales, compras, gestiones legales…
“Es que una cosa es la conexión a internet, que ha aumentado en los últimos años, y más aún a marchas forzadas por la pandemia, y otra las habilidades tecnológicas para buscar una app”, explica Ana Isabel Corregidor, coordinadora del Programa Universitario Saramago 50+ de la Universidad de Castilla-La Mancha y miembro activo de la Sociedad Española de Geriatría y Gerontología.
“Sí se conectan a internet, la mayoría con móvil Android, pero no tienen las habilidades y no nos estamos preocupando en hacérselo llegar”, detalla Corregidor, quien recuerda que estas personas sufren una gran indefensión a la hora de intentar acceder a determinados trámites o contenidos.
En este sentido, San Juan señalaba en una entrevista a El HuffPost que no todos las personas tienen la capacidad de seguir esta digitalización “Tienen que comprender que los jóvenes están dotados física y mentalmente mientras que yo tengo la mente bien, pero sufro mis patologías, no estoy tan acostumbrado y me siento más indefenso ante una agresión exterior. Lo único que quiero es ser independiente y no sentirme un trasto”, advertía.
En esta diferencia se detiene también Corregidor, quien recuerda que cada generación tiene una formación. “Para ellos ya solo hacer clic y mover el ratón es una de las tareas más difíciles, pero es porque nunca lo han utilizado. Cada generación tiene experiencia en una cosa, me gustaría que muchas de mis alumnas jóvenes se pusieran a coger el bajo de un pantalón”, detalla.
Igual de rotunda que el impulsor de la famosa campaña contra la exclusión de los mayores de las entidades bancarias se muestra Asunción Pérez Calot, la Defensora del Mayor de Valencia: “Lo de la brecha digital me tiene negra. Nos dicen, pues acude a tus hijos… ¿Pero por qué tienes que acudir a nadie? ¿Y si no tienes a nadie? ¿Y si no es una buena persona? ¿Por qué tienes que hacer partícipe a nadie de tus cuentas porque tú no te aclaras?”.
“Nosotros tenemos una habilidades, tenemos una paciencia, tenemos muchos valores y muchas cualidades y lo que no puede ser es que se nos discrimine porque no sabemos manejar un ordenador”, reclamaba enfadada esta médico jubilada en una entrevista en el programa Hoy por Hoy Locos por Valencia de la SER. “Yo tengo 73 años, he tenido la suerte de estudiar una carrera pero yo no soy la media. Pero estoy peleando porque a esa media se la escuche y se les respete. Sobre todo, respeto”, reivindicaba.
Respeto y atención que Perez Calot exige para las más de 15 millones de personas mayores de 55 años que viven en nuestro país, que representan un tercio de la población y que también han de estar presentes en la agenda de las instituciones.
Con esta finalidad surgió el Defensor del Mayor en la ciudad de Valencia en 2003, para velar por sus derechos y bienestar. Casi 20 años después, esta figura ha adquirido un notable protagonismo pues el de los mayores ha sido uno de los colectivos más afectados por la pandemia y en estas últimas semanas, de la mano de Pérez Calot, el Ayuntamiento ha impulsado un servicio de atención a las personas mayores para hacer todo tipo de tramitaciones de la sede electrónica y se trabaja para hacer los bancos más amigables con las personas mayores.
La pandemia precipitó la transformación digital, pero el problema se comenzaba a plantear antes. “En 2019 ya se empezaba a detectar, no solamente la brecha digital, sino también los estereotipos asociados a la edad. Desde esa inquietud nació la iniciativa #100fluencers”, explica Ainhoa Arrillaga, dinamizadora de la Fundación Matia que presta servicios sociosanitarios en Guipúzcoa. “Le dimos ese título porque un influencer es una persona que tiene la capacidad de influir en los demás y una persona mayor centenaria también debería de tener esa influencia si estuviera conectado y tuviera las mismas cualidades que una persona nativa digital”, explica Arrillaga sobre la esencia de esta campaña.
#100influencers se está desarollando en tres bloques: investigación, sensibilización y capacitación. El primero de ellos es fundamental, porque se trata de buscar los estereotipos asociados a esta edad: “Cómo hablan los medios digitales –cosa que es fácil de investigar—, cómo hablamos nosotros, qué estereotipos tenemos del envejecimiento, qué tipo de etiquetas se asocian, si son positivas, si son negativas, si le restan valor a ese periodo de la vida... Todo apunta a que estos estereotipos tienen una carácter negativo, pero podemos equivocarnos. Quizá los resultados que arrojen nuestras investigaciones pueden plantearnos otra realidad”, explica la dinamizadora.
Aunque la iniciativa requiere de un presupuesto y en estos momentos se siguen recaudando fondos, la campaña de sensibilización sí se ha puesto en marcha, centrada en tumbar esos estereotipos y en las limitaciones para hacer uso del mundo digital.
El abordaje más intenso se producirá con la capacitación, intentando adaptarla a la realidad. “No son nativos digitales y eso se nota. Además, la digitalización nos puede ayudar mucho respecto a la integración, pero también en el mundo de los cuidados. Una persona que está sola puede llegar a integrar la domótica para que le facilite la vida, la autonomía y la comunicación”, advierte Arrillaga,
“Hay necesidad de que vayamos a otro ritmo, enseñando y adaptando. La sociedad tiene que ir más despacito con determinadas personas: se pueden abrir nuevas vías, pero sin eliminar las anteriores, diversificar pero sin retirar a nadie. Y ahí está el respeto y la humildad y el compromiso de las instituciones públicas y privadas”, insiste e incide en dos cuestiones fundamentales para facilitar esa integración: la economía y la accesibilidad.
“Un smartphone barato no es y el acceso mensual, aunque pueda ser barato, dependiendo de la utilidad que le veas, a lo mejor no te resulta tanto. Es una etapa de la vida en la que la capacidad económica se ve reducida y hay personas que por dinero no se conectan, no nos olvidemos de ello”, recuerda Arrillaga sobre la primera cuestión. En cuanto a la segunda, recuerda que “hay que pensar que la web tiene que ser usable y accesible para todos, y eso parte del diseño inicial que es vital”.
Para Andrea Rosales, investigadora del grupo Communication Networks & Social Change (CNSC) del IN3-UOC, esto se debe a quienes conforman las empresas tecnológicas. “Viven en su propia burbuja. La mayoría de los programadores son hombres, blancos y jóvenes cuando la mayoría de las personas en una empresa cumplen con este perfil, acaban desarrollando productos y tecnologías que consideran fantásticas para sí mismos, pero están muy apartados de la sociedad”, detalla.
Por ejemplo, recuerda que las personas mayores tienen dispositivos móviles u ordenadores que “son descartados por las grandes empresas tecnológicas de aplicaciones”. “Los programadores se piensan que todos tenemos un iPhone de última generación”, apunta Rosales.
Entre las posibles soluciones dentro de un entorno digitalizado, la que prima entre los expertos es que se desarrolle más tecnología accesible pensada para personas más mayores. Corregidor explica que cada vez se investiga más sobre la aplicación de esta tecnología llamada ‘de bajo coste’ para facilitar la vida a los mayores. Por ejemplo, cuenta que está en un proyecto que trata de arrojar luz en cómo el asistente de voz Alexa puede ayudarles en las tareas cotidianas, como decir ‘llama a mi hijo’ o ‘pon este canal de televisión’.
También pueden ser útiles a nivel motriz para las personas mayores, Corregidor centró su tesis doctoral en las aplicaciones de Wii y Kinect para la rehabilitación cognitiva y motora de las personas mayores. “Aporta muchísimos beneficios a nivel cognitivo y físico y no supone un gran desembolso tanto para residencias como para hogares”, detalla.
“No se diseñan las aplicaciones para personas mayores ni tampoco se tiene en cuenta en que pedir cita en las instituciones podría diseñarse de otra manera y ser más fácil. Por ejemplo, que no aparezcan mensajes simultáneos o que aparezca solo un paso en la pantalla, un único mensaje para ir poco a poco. Cuando entras a una web, hay muchísima información y eso es muy difícil”, explica Corregidor. “A mis alumnos les digo que en vez de diseñar una página web, piensen que van a pilotar un avión. Esa es la sensación de una persona mayor. No es que no tenga capacidad, es que no tienen experiencia”, añade.
Estas dificultades no se traducen en desinterés por parte de los mayores. Corregidor apunta a que “el interés en aprender nuevas tecnologías es el 100%”. En su Programa Universitario Saramago 50+ los alumnos están “súper interesados porque saben que ahora mismo es el cable que les conecta a la sociedad” y lo marcan como prioridad al apuntarse a la formación.
Como este caso, hay otras muchas universidades como la CEU San Pablo e incluso la UNED en su sede en Tudela, además de diversas universidades de mayores por toda España, que ofertan formación en nuevas tecnologías a las personas de la tercera edad, en muchos casos gratuita.
“No quieren necesitar a alguien, quieren aprender”, explica. Sin embargo, los hijos, nietos e incluso vecinos se convierten en imprescindibles para cualquier trámite. Si no, se tendrá que realizar de manera analógica. “Si toca ir tres veces al banco hasta que pueda pagar un recibo, se hace, o toca estar llamando tres mañanas al centro de salud para que luego digan es que puede coger cita por la web”, añade Corregidor.
Para ella, la discriminación al envejecimiento y ver a estas personas como incapaces de aprender son los principales motivos detrás de esta brecha. “La solución pasa por utilizar tecnologías asequibles, también por comprender que el envejecimiento es algo normal y, además, deseable”, detalla.
Corregidor recalca que las personas mayores sí pueden aprender, solo hay que establecer los medios. “¿Por qué no se puede ofertar una actividad tecnológica en una residencia? Hay que abrir esos canales, si ya damos por hecho que no, no saldrá adelante. En el envejecimiento se aprende, de una forma distinta, más lenta, sí, pero se aprende”, detalla.
En este sentido, un estudio publicado en la Revista de Sociología de la Educación en 2019 señalaba que “el aprendizaje no sólo beneficia por la adquisición de conocimientos teóricos y prácticos, sino por la mejora cognitiva, emocional, fisiológica y funcional, en definitiva, la repercusión en la calidad de vida”.
“Un adulto mayor que aprende, es un ciudadano preocupado de sí mismo y comprometido con los demás, que promueve el cambio social desde la experiencia de vida, pensando en su propia generación y en las venideras”, concluía la investigación.
Rosales, sin embargo, no cree que la obligatoriedad de aprender estas habilidades deba ser fundamental. “Me parece muy loable que haya grupos de voluntarios que quieran ayudar en estas causas, pero esa no es la solución. Hay que asumir que no todo el mundo se tiene que digitalizar por obligación, no todo mundo puede tener las competencias digitales y, en cada caso, se necesitará tener una alternativa que no pase por depender del dispositivo tecnológico ni de la interfaz digital”, detalla.
La petición de San Juan no es única y ha puesto sobre la mesa la necesidad de que se compatibilice la digitalización con mantener el sistema analógico, especialmente en ámbitos tan delicados como el sanitario o el bancario.
Sin embargo, no todos los expertos lo abordan de la misma manera. Para Corregidor “debería compatibilizarse con lo analógico, pero el hecho de compatibilizarlo porque los mayores no son capaces es una actitud viejista. El viejismo es atribuir condiciones negativas de las personas mayores. Por ejemplo, creer que las personas mayores no pueden aprender es viejista”, señala.
Rosales cree que, aunque las tecnologías vayan cambiando, “siempre va a haber un grupo que las adopte primero y otro que lo haga después”. “Los que las adoptan después suelen ser las personas mayores, pero en el medio también hay personas que no les hacen falta, que no las necesitan o que no se entienden bien con esta nueva tecnología”, explica.
La investigadora es rotunda: “No podemos imponerlo a todo el mundo como si a todo el mundo le debiera gustar las nuevas tecnologías”. Esto no es solo aplicable a las personas mayores. Si yo me siento en la terraza de un bar puede que no me apetezca estar con el móvil porque quiero compartir un momento social con mis amigos o que no tenga lector de código QR”, explica.
“Hay que mantener las dos vertientes porque les pasa incluso a personas muy tecnológicas. Te quedas un día sin móvil y no puedes ordenar una transferencia porque no puedes hacer la confirmación multifactor por SMS”, detalla Rosales.
La investigadora recuerda que en su equipo se hablaba de dar “apoyo y soporte a las personas no interesadas en aplicar estas tecnologías digitales” y esto se ha evidenciado con la pandemia.
“Se ha visto que muchas veces las personas que menos usan las tecnologías digitales tienen una concepción negativa de ellas. Piensan que son malas y, en ese punto, no podemos negar a una persona mayor que nos diga ’vale, el WhatsApp está bien, pero yo prefiero hablar con mis hijos y oírles la voz porque así sé cómo están”, explica.
Para Rosales, detrás de la digitalización también hay un claro factor económico. “Las cartas de papel no existen, ahorran mucho trabajo a los camareros. En los autobuses es mucho más fácil que el conductor no tenga que interactuar con el dinero, entonces las empresas y las instituciones han aprovechado el contexto de la pandemia para finalmente usarlos a conveniencia”, detalla. “La digitalización facilita mucho las cosas, pero no es lo mejor en todos los casos”, apunta.