Los hermosos laberintos de António Lobo Antunes
Acaba de salir en español, editada por Literatura Random House, No es medianoche quien quiere, novela escrita por el escritor portugués António Lobo Antunes y publicada originalmente en 2012. Como siempre, que se traduzca alguna de sus obras al español, y a cualquier lengua, es un acontecimiento literario de envergadura. Este libro, que toma su título de un verso del poeta francés René Char, es una muestra más de que el genio portugués sigue a la altura de las expectativas que depositamos en él sus más devotos lectores. Su prosa, ese laberinto de voces e imágenes que es capaz de vencer al tiempo y desordenar el espacio, no admite comparaciones, no concede indiferencias: desde el último tercio del siglo XX hasta la actualidad, António Lobo Antunes se ha manifestado como una de las voces, de las pocas voces que realmente hay y se pueden llamar así, más sólidas y definitivamente artísticas del mundo literario.
En No es medianoche quien quiere el pasado lo atraviesa todo, componiendo y descomponiendo la vida de una mujer que visita nostálgica y dolida la casa en la que veraneaba de pequeña, con la compleja intención de recordar, de hacer memoria, en un ejercicio límite de catarsis. Esta es la base desde la que António Lobo Antunes eleva una estructura de voces en las que se juntan y superponen, como si hiciese de los recuerdos pequeñas escamas de colores, la propia de esta mujer, una mujer que ha perdido a su hijo, un pecho por el cáncer, a su marido en un triste matrimonio, y también las de sus padres (él alcohólico, ella distante) y sus hermanos, cada uno de estos arrinconado en la esfera opaca de sus propias limitaciones: uno sordomudo, otro suicida y uno más afectado por los traumas imborrables de la guerra. La familia, así como otras generaciones de la misma, además de otros personajes laterales, se dan cita en los tres días en los que todo se desarrolla: en las novelas del portugués, esto lo sabemos bien, cabe el mundo entero, el pasado y el presente, en unos cientos de páginas.
Como ya es sabido, lo que menos relevancia tiene en la obra de António Lobo Antunes es la historia que narra. No es que no tenga valor, sino que está supeditada de forma manifiesta al lenguaje, un lenguaje tan poético y tan denso que exige del lector la más atenta de sus atenciones si no quiere perderse en los laberintos de la consciencia oceánica y polifónica de la narración. Obviamente, leer al portugués implica esfuerzo y entrega: lo uno para alcanzar como recompensa el goce artístico, lo otro para establecer una relación más profunda con la intimidad más inaccesible que guardamos en nosotros mismos.
En cualquiera de sus novelas, aunque él no estaría de acuerdo en que se tuviese a sus libros por tal, a lo que asiste el lector es a una profunda búsqueda de todo lo que es más esquivo en nosotros, a la expresión a través del lenguaje de cosas que no se pueden decir porque son demasiado inasibles. Las pequeñas alegrías, el dolor, el sufrimiento, todo, en definitiva, lo que no sabemos expresar claramente a los que nos rodean, se deja entrever en la prosa de António Lobo Antunes de una forma tan convincente, y a la vez huidiza, que sólo podemos considerarla una parte valiosísima de nuestra cultura.
Por eso yo siempre recomiendo leer a António Lobo Antunes sobre todas las cosas, porque su esfuerzo por ampliar las fronteras de la literatura es un esfuerzo por ampliar las fronteras de nuestras emociones. Así, en esos pasillos de palabras que forman los hermosos laberintos del portugués querremos perdernos una y otra vez, sabiendo que en cuanto hemos entrado en ellos, por suerte para nosotros, ya nunca saldremos.